viernes, 24 de octubre de 2008

En la casa de mi abuela todavía hay una colección de éstos:
http://es.youtube.com/watch?v=DBinSUyGhi0

martes, 21 de octubre de 2008

Azco

Es inasible el mundo desde el rincón del baño adonde le puso el ataque de nervios.

Hasta el inodoro parece enorme. Y el espejo, cuando logra acercarse al lavatorio con la ayuda de unas manos que intentan darle una caricia de agua, devuelve al pedido de claridad, una visión atroz de lo real. Nueva entrada en pánico. Si vivir es ésto, no quiere. Otra vez al rincón.

Entre mocos, llantos, arcadas, la amargura transformada en resabios de comida se va por la cañería, y la sobremesa al tacho.

A veces es adorable. Hoy pudo ser peor.


Después del desasosiego vienen la calma y las ganas de dormir.

Varias horas más tarde, las maldad es castigada por el dolor de cabeza. Entre golpe y golpe le pide se apiade de él. Tiene tan cerca el frasco entero de aquellos confites blancos de mal sabor que le ayudarían a recuperar la profundidad del sueño que casi no lo alcanza.

Melina

Máquina Hamlet ( Heiner Müller )

MÁQUINA HAMLET
Heiner Müller


1. ÁLBUM DE FAMILIA

Yo fui Hamlet. De pie a orillas del mar conversaba con la rompiente, BLA-BLA, a mis es­paldas las ruinas de Europa. Las campanas anunciaban exequias ofi­ciales, asesino y viuda una misma pareja, en paso de ganso detrás del alto cadáver los consejeros llo­rando al ritmo de una pena mal paga DE QUIÉN ES EL CUERPO / EN EL COCHE DEL FÉRETRO / POR QUIÉN TANTO LLANTO Y GEMIDO / POR QUIÉN / ES EL CADÁVER DE UN HOMBRE GENEROSO EN LIMOSNAS el pueblo en posición de firmes, fruto de su arte de gobernar ESTE ERA UN HOMBRE QUE SÓLO SABÍA TOMAR TODO DE TODOS. Paré la marcha fúnebre, clavé mi espada en el féretro, se rompió la cuchilla, con la punta rota abrí el ataúd y repartí al progenitor muerto CARNE QUE LLAMA A LA CARNE entre los miserables. El luto se transformó en júbilo, el júbilo en chasquido de hambrientas mandíbulas, sobre el féretro vacío el asesino se montó a la viuda TE AYUDO TÍO LAS PIERNAS BIEN ABIERTAS MAMÁ. Me tiré en el piso y escuché que el mundo giraba al compás de su putrefacción.

I’M GOOD HAMLET GI’ME A CAUSE FOR GRIEF
AH THE WHOLE GLOBE FOR A REAL SORROW
RICHARD THE THIRD I THE PRINCEKILLING KING
OH MY PEOPLE WHAT HAVE I DONE UNTO THEE
COMO UNA JOROBA ARRASTRO EL PESO DE MI CEREBRO
PAYASO SUPLENTE EN LA PRIMAVERA COMUNISTA
SOMETHING IS ROTTEN IN THIS AGE OF HOPE
LET’S DELVE IN EARTH AND BLOW HER AT THE MOON

Aquí llega el fantasma que me fabricó, el hacha sigue en el cráneo. No te sa­ques el som­brero, sé muy bien que tienes un agujero de más. Ojalá mi madre hubiera tenido uno de menos cuando estabas dentro de la carne: me habría evitado a mí mismo. Deberían co­ser a todas las hembras, un mundo sin ma­dres. Podríamos degollarnos en paz, y con cierto optimismo, cuando la vida se hace demasiado larga o la garganta demasiado es­trecha para que salgan nuestros gritos. Qué te pasa, viejo. No te basta con un responso oficial. Vivi­dor, acaso no hay sangre en tus zapatos. Qué me importa tu cadáver. Qué suerte, aún te queda un gancho, a ver si todavía te suben al cielo. Qué es lo que estás esperando. Los gallos están degollados. Ya no se levantará la ma­ñana.

ACASO DEBO
SÓLO PORQUE ES USO Y COSTUMBRE METER UN
TROZO DE HIERRO EN LA CARNE MÁS PRÓXIMA O EN LA OTRA
AFERRARME SÓLO PORQUE EL MUNDO GIRE
SEÑOR, HAZ QUE ME ROMPA EL CUELLO
CONTRA EL BANCO DE LA
TABERNA

Aparece Horacio. Cómplice de mis pensamientos, llenos de sangre, desde que la mañana está velada por un cielo vacío. A BUENA HORA LLEGAS AMIGO MÍO / PARA TU PAGA ES DEMASIADO TARDE / EN MI TRAGEDIA YA NO HAY MÁS LUGAR. Ho­racio, me conoces. Acaso eres mi amigo, Horacio. Y si me conoces, cómo puedes ser mi amigo. Te gustaría hacer del Polonio, el que se quiere acostar con su hija, la deliciosa Ofelia, que entra cuando se le da el pie, mira cómo mueve el culo, un papel trágico. Ho­racioPolonio. Ya sabía que eras un actor. Yo también, yo hago de Hamlet. Dinamarca es una cárcel, entre nosotros está creciendo un muro. Mira lo que crece del muro. Exit Po­lonius. Mi madre la novia. Sus pechos un cantero de rosas, su regazo la fosa de serpien­tes. Te olvidaste del texto, mamá. Te doy letra. LÁVATE EL CRIMEN DE LA CARA, HIJO MÍO, / PONLE A DINAMARCA OJOS DE ENAMORADO. Yo haré que de nuevo seas virgen, madre, para que tu rey tenga una boda con sangre. LA CALLE DEL SENO MATERNO NO ES DE SENTIDO ÚNICO. Ahora te ato las manos a la espalda porque me repugna tu abrazo con velo de novia. Ahora te arranco el vestido de novia. Ahora hay que gritar. Ahora embadurno los ha­rapos de tu vestido de novia con el lodo que se convirtió en mi padre. Con los harapos tu cara tu vientre tus pechos. Ahora te cojo a ti, mi madre por las invi­sibles huellas suyas, las de mi padre. A tu grito lo sofoco con mi boca. No re­conoces el fruto de tu vientre. Y ahora vete a tu boda, puta, ancha bajo el sol de Dinamarca que brilla sobre los vivos y los muertos. Quiero taponar las letri­nas con el cadáver para que el palacio se ahogue en mierda real. Después deja que te de­vore el corazón, Ofelia, que llora mis lágrimas.


2. LA EUROPA DE LA MUJER

Enormous room. Ofelia. Su corazón es un reloj.
OFELIA (CORO / HAMLET )
Yo soy Ofelia. La que el río no retuvo. La mujer con la soga al cuello. La mujer con las venas rotas. La mujer de la sobredosis NIEVE SOBRE LOS LABIOS La mujer con la ca­beza en el horno. Ayer dejé de matarme. Yo estoy sola con mis pechos mis muslos mi regazo. Rompo las herramientas de mi cárcel la silla la mesa la cama. Des­truyo el campo de batalla que era mi hogar. Arranco las puertas de cuajo para que entre el viento y el grito del mundo. Destrozo las ventanas. Con manos sangrantes rompo las fotografías de los hombres que amé y me usaron sobre la cama la mesa la silla el piso. Prendo fuego a mi cár­cel. Y tiro mi ropa al fuego. Desentierro de mi pecho el reloj que fue mi cora­zón. Salgo a la calle vestida con mi sangre.



3. SCHERZO

Universidad de los muertos. Murmullos y susurros. Desde sus lápidas (púlpitos) los filóso­fos muertos arrojan sus libros sobre Hamlet. Galería (ballet) de las mujeres muertas. Mu­jer con la soga al cuello. Mujer con las venas rotas, etc. Hamlet las observa con la actitud de quien está en un museo (teatro). Las muertas le arrancan la ropa del cuerpo. Desde un féretro erguido donde se lee la inscripción HAMLET 1 aparecen Claudio y Ofe­lia vestida y maquillada de puta. Striptease de Ofelia.
OFELIA
Quieres comer mi corazón, Hamlet. (Se ríe.)
HAMLET
(Las manos delante de la cara.) Quiero ser una mujer.
Hamlet se viste con la ropa de Ofelia, Ofelia le pinta una máscara de puta, Claudio, ahora padre de Hamlet, se ríe en silencio, Ofelia le tira un beso con la mano. Hamlet retrocede hacia el féretro con Claudio / padre de Hamlet. Hamlet en pose de puta. Un ángel con el rostro en la nuca: Horacio. Baila con Hamlet.
VOZ (VOCES) desde el féretro
Lo que mataste también habrás de amar.
La danza aumenta en velocidad y en delirio. Risas desde el féretro. Sobre una hamaca, la virgen del cáncer de pecho. Horacio abre un paraguas, abraza a Hamlet. El abrazo queda congelado debajo del paraguas. El cáncer de pecho brilla como un sol.



4. PESTE EN BUDA BATALLA POR GROENLANDIA

Espacio 2 destruido por Ofelia. Armadura vacía. El hacha clavada en el casco.
HAMLET
Titubea la estufa en el desasosiego de octubre.
A BAD COLD HE HAD OF IT JUST THE WORST TIME
JUST THE WORST TIME OF THE YEAR FOR A REVOLUTION
A través de los suburbios va floreciendo el cemento.
El Dr. Zhivago llora
a sus lobos
A VECES EN INVIERNO BAJABAN AL PUEBLO
DESCUARTIZABAN A ALGÚN CAMPESINO
Se quita el traje y la máscara.
ACTOR HAMLET
Yo no soy Hamlet. Ya no represento ningún papel. Mis palabras ya no me di­cen nada. Mi pensamiento se chupa la sangre de las imágenes. Mi drama ya no tendrá lugar. El decorado es construido a mis espaldas. Por gente a quien no le importa mi drama, para gente a quien no le afecta. A mi tampoco me afecta. Yo no juego más.
Sin que el actor Hamlet lo perciba, los utileros traen una heladera y tres te­levi­sores. Ruido de la heladera. Tres canales sin sonido.
El decorado es un monumento. El monumento representa, cien veces am­pliado, a un hombre que hizo historia. Una esperanza petrificada. Su nombre es intercambiable. La esperanza no se cumplió. El monumento está tirado en el piso, demolido tres años des­pués de las exequias oficiales del igualmente odiado y venerado por quienes lo sucedie­ron en el poder. La piedra está habi­tada. En los amplios agujeros de la nariz y los ojos, en los pliegues de la piel y del uniforme del monumento derribado, reside el sector indi­gente de la pobla­ción de la metrópolis. Al tiempo de rigor después de la caída del monumento le sucede la sublevación. Mi drama, si aún tuviera lugar, sería en la época de la sublevación. La sublevación se inicia a manera de paseo, un paseo contrario a las le­yes del tránsito, en horas de trabajo. La calle es de los peatones. Aquí y allá se vuelca algún auto. Pesadilla de un lanzador de cuchillos: desplaza­miento lento por una calle de mano única hasta llegar a una irrevocable playa de estacionamiento cercada por peato­nes armados. La policía, si interfiere el paso, es barrida hacia los costados. Una vez que la marcha llega al sector de los organismos oficiales, un cordón policial la bloquea. Se forman grupos de los que emergen oradores. En el balcón de la casa de gobierno apa­rece un hombre mal enfundado en un frac y también comienza a hablar. Cuando lo al­canza la primera piedra, también él se refugia detrás de la puerta de cristal blindado. El reclamo por mayor libertad se convierte en el grito por el derro­camiento del gobierno. Se empieza a desarmar a la policía, se asaltan dos o tres edificios, una cárcel, una comisa­ría, una oficina de la policía secreta, se cuelga cabeza abajo a una decena de peones del poder, el gobierno recurre al ejér­cito, tanques. Mi lugar, si mi drama aún tuviera lugar, estaría a ambos la­dos del frente, entre los frentes, por encima. Yo, dentro del olor sudoroso de la mu­chedumbre, le tiro piedras a la policía soldados tanques vehículos blinda­dos, cristal blindado. Yo, mirando a través de las puertas del cristal blindado la masa que se agolpa, huelo el sudor de mi miedo. Yo, ahogado por las ganas de vomitar agitando el puño en contra de mí, parado detrás del vidrio blindado. Yo, transido de miedo y desprecio me veo a mí en medio de la agolpada mu­chedumbre, con espuma en la boca agitando el puño en mi contra. Cuelgo de los pies a mi propia carne uniformada. Yo soy el soldado en la boca del tan­que, mi cabeza vacía debajo del casco, el grito sofo­cado bajo las orugas del tanque. Yo soy la máquina de escribir. Yo hago el nudo para la horca de los cabecillas, yo retiro el taburete, yo me rompo la nuca. Yo soy mi propio pri­sio­nero. Yo alimento a las computadoras con mis datos. Hago el papel de saliva saliva­dera escupitajo cuchillo y herida diente y pescuezo soga y cuello. Yo soy el banco de datos. Sangrando en la muchedumbre, recobrando el aliento de­trás de la puerta de cris­tal. Segregando una flema de palabras por encima de la batalla en mi bur­buja imper­meable al sonido. Mi drama no tuvo lugar. Se perdió el texto. Los acto­res colgaron sus caras del gancho del camarín. El apuntador se pudre en su fosa. Sobre las butacas, apestados cadáveres dise­cados no mueven ni un dedo. Me voy a casa a matar el tiempo, unido / con mi yo no dividido.

Televisión Asco Día tras día asco Asco
del palabrerío premasticado
De la felicidad en recetas
Cómo se escribe la palabra CONFORT
el homicidio nuestro de cada día danos Señor
porque tuya es la nada Asco
de las mentiras de los que mienten
a quien sólo le creen los mentirosos
Asco del hocico de los hombres de acción marcada
por la lucha en pos de puestos votos cuentas bancarias
Asco Cuadriga que destella agudezas
Atravieso las calles los centros comerciales caras
con la cicatriz de la lucha por el consumo Pobreza
sin dignidad Pobreza sin la dignidad
del cuchillo del puño armado
del cuerpo humillado de las mujeres
Esperanza de generaciones
ahogada en sangre cobardía estupidez
Risas desde las barrigas muertas
Heil COCA COLA
Mi reino
por un asesino.

YO ERA MACBETH EL REY ME HABÍA OFRECIDO A SU TERCER CONCU­BINA CO­NOCÍA UNA A UNA LAS MANCHAS DE LA PIEL DE SUS CADERAS RASKOLNIKOV DEL CORAZÓN DEBAJO DEL ÚNICO SACO EL HACHA PARA EL / ÚNICO / CRÁNEO DE LA PRESTAMISTA.

En la soledad de los aeropuertos
Recobro el aliento Soy
un privilegiado Mi asco
es un privilegio
amparado por el muro
alambre de púas cárcel.

Fotografía del autor
Yo no quiero más comer beber respirar amar a una mujer un hombre un niño un animal. Ya no quiero morirme. Ya no quiero matar.
Despedazamiento de la fotografía del autor
Yo desgarro mi carne sellada. Quiero habitar en mis venas, en la médula de mis huesos, en el laberinto de mi cráneo. Me retiro a mis tripas. En alguna parte están que­brando cuerpos para que yo pueda vivir en mi mierda. En al­guna parte están abriendo cuerpos para que yo pueda estar solo con mi san­gre. Y tomo asiento en mi mierda, en mi sangre. Los pensamientos son heridas en mi cerebro. Mi cerebro es una cicatriz. Yo quiero ser una máquina. Brazos para agarrar piernas para andar ningún dolor ningún pensamiento.
Pantallas de TV apagadas. Sale sangre de la heladera. Tres mujeres desnu­das: Marx, Lenin, Mao. Cada una en su lengua y todas a un tiempo pronuncian el siguiente texto:
HAY QUE DERROCAR LAS CONDICIONES EXISTENTES EN LAS QUE EL HOM­BRE...
Actor Hamlet se viste y se coloca la máscara.
HAMLET EL DANÉS PRÍNCIPE Y PASTO DE GUSANOS TROPEZANDO
DE HOYO EN HOYO HACIA EL ÚLTIMO HOYO SIN GANAS
A SUS ESPALDAS EL FANTASMA QUE LO ENGENDRÓ
VERDE AL IGUAL QUE LA CARNE DE OFELIA EN LA CAMA DEL PARTO
Y APENAS ANTES DE QUE EL GALLO CANTE POR TERCERA VEZ EL BU­FÓN LE ARRANCA
AL FILOSOFO SU GORRA DE CASCABELES
UN MASTÍN FORNIDO SE METE DENTRO DE LA CORAZA
Entra dentro de la armadura. Hiende el hacha en los cráneos de Marx Lenin Mao. Nieve. Período glaciar.



5. FEROZ ESPERA / EN LA TERRIBLE ARMADURA / MILENIOS


Mar profundo. Ofelia en silla de ruedas. A su lado pasan peces escombros ca­dáveres restos.
OFELIA
(mientras habla, dos hombres de guardapolvo blanco la envuelven con vendas de gasa. También a la silla de ruedas.)
Desde aquí, Electra. En el corazón de las tinieblas. Bajo el sol de la tortura a todas las metrópolis de la tierra. En el nombre de las víctimas. Expulso todo semen que he reci­bido. Hago de la leche de mis pechos un veneno mortal. Retiro el mundo que engendré. Ahogo entre mis muslos al mundo que di a luz. Lo entierro en mi sexo. Muerte a la felici­dad del sometimiento. Que vivan el odio, el desprecio, la rebeldía, la muerte. Cuando atraviese la alcoba empu­ñando el cuchillo sabrán la verdad.
Los hombres se retiran. Ofelia permanece sobre el escenario, inmóvil debajo del envolto­rio blanco.

Traducción: DIETER WELKE y GABRIELA MASSUH.

Roberto Zucco. Bernard-Marie Koltês.

PERSONAJES
ROBERTO ZUCCO
SU MADRE
LA CHIQUILLA
SU HERMANA
SU HERMANO
SU PADRE
SU MADRE
EL SEÑOR MAYOR
LA SEÑORA ELEGANTE
EL FORZUDO
EL CAFICHO IMPACIENTE
LA PUTA ALTERADA
EL INSPECTOR MELANCOLICO
UN INSPECTOR
UN COMISARIO
GUARDIA PRIMERO
GUARDIA SEGUNDO
POLICIA PRIMERO
POLICIA SEGUNDO
HOMBRES. MUJERES. PUTAS. CAFICHOS.
VOCES DE PRESOS Y DE GUARDIAS


ESCENA 1 / LA EVASION
El camino de ronda de una prisión, a ras del tejado. Los tejados de la prisión,
hasta su coronación. A esa hora en que los guardias, cansados del silencio y
hartos de escrutar la oscuridad, son, a veces, víctimas de alucinaciones.
GUARDIA PRIMERO: ¿Has oído algo?
GUARDIA SEGUNDO: No. Nada de nada.
GUARDIA PRIMERO: Tú nunca oyes nada.
GUARDIA SEGUNDO: ¿Y tú, has oído algo?
GUARDIA PRIMERO: No, pero tengo la impresión de haber oído algo.
GUARDIA SEGUNDO: ¿Has oído o no has oído?
GUARDIA PRIMERO: No he oído por los oídos, pero tengo la idea de haberoído algo.
GUARDIA SEGUNDO: ¿La idea? ¿Sin usar los oídos?
GUARDIA PRIMERO: Tú nunca tienes ideas, por eso nunca oyes nada ni ves nada.
GUARDIA SEGUNDO: No oigo nada porque no hay nada que oír y no veo nada porque no
hay nada que ver. Nuestra presencia aquí es inútil, por eso siempre acabamos
discutiendo. Completamente inútil: los fusiles, las sirenas mudas, nuestros ojos
abiertos cuando a estas horas todo el mundo los tiene cerrados. Me parece inútil
mantener los ojos abiertos para contemplar la nada, y los oídos alerta para no
escuchar nada, cuando a estas horas nuestros oídos deberían escuchar el ruido de
nuestro universo interior y nuestros ojos contemplar nuestros paisajes
interiores. ¿Tú crees en el universo interior?
GUARDIA PRIMERO: Yo creo que no es inútil que estemos aquí, para impedir las
evasiones.
GUARDIA SEGUNDO: Pero si aquí no hay evasiones. Es imposible. La prisión es
demasiado moderna. Ni siquiera un preso pequeñito podría evadirse. Ni siquiera
un preso tan pequeño como una rata. Si llegara a atravesar las rejas grandes,
después hay otras más finas, como coladores, y luego otras aún más finas, como
tamices. Habría que ser de líquido para poder cruzarlas. Y una mano que ha
apuñalado, un brazo que ha estrangulado no pueden estar hechos de líquido. Al
contrario, deben volverse pesados y voluminosos. ¿Cómo crees que puede
ocurrírsele a alguien la idea de apuñalar o de estrangular, primero la idea, y
después pasar a la acción?
GUARDIA PRIMERO: Puro vicio.
GUARDIA SEGUNDO: Yo, que llevo seis años de guardia, siempre he observado a los
asesinos preguntándome donde podría encontrarse lo que los diferenciaba de mí:
guardia penitenciario incapaz de apuñalar o de estrangular, incapaz hasta de
pensarlo. He reflexionado, he buscado, incluso los he observado bajo la ducha
porque me dijeron que era en el sexo donde se alojaba el instinto asesino. He
visto más de seiscientos sexos, pues bien, no hay ningún punto en común entre
ellos; los hay grandes, los hay pequeños, los hay delgados, los hay chiquititos,
los hay redondos, los hay puntiagudos, los hay enormes, de ahí no se saca nada.
GUARDIA PRIMERO: Puro vicio, te digo. ¿No ves algo?
Aparece Zucco, caminando por el borde del tejado.
GUARDIA SEGUNDO: No, nada de nada.
GUARDIA PRIMERO: Yo tampoco, pero me parece ver algo.
GUARDIA SEGUNDO: Veo un tipo caminando por el tejado. Debe ser la falta de
sueño.
GUARDIA PRIMERO: ¿Qué iba a hacer un tipo en el tejado? Tienes razón. De vez en
cuando deberíamos cerrar los ojos sobre nuestro universo interior.
GUARDIA SEGUNDO: Yo diría que parece Roberto Zucco, el que han encerrado esta
tarde por el asesinato de su padre. Un animal furioso, un animal salvaje.
GUARDIA PRIMERO: Roberto Zucco. No me suena.
GUARDIA SEGUNDO: ¿Pero tú ves algo allí, o solo lo veo yo?
Zucco sigue avanzando , tranquilamente, por el tejado.
GUARDIA PRIMERO: Me parece que veo algo. Pero, ¿qué es?
Zucco empieza a desaparecer tras una chimenea.
GUARDIA SEGUNDO: Es un preso que se evade.
Zucco ha desaparecido.
GUARDIA PRIMERO: Mierda, tienes razón: es una evasión.
Disparos, focos, sirenas.

ESCENA 2 / ASESINATO DE LA MADRE
La madre de Zucco, en ropa de dormir, ante la puerta cerrada.
LA MADRE: Roberto, tengo la mano en el teléfono, descuelgo y llamo a la policía.

ZUCCO: Abreme.
LA MADRE: No.
ZUCCO: Si le doy un golpe a la puerta, se cae, tú lo sabes, no te hagas la
idiota.
LA MADRE: Pues hazlo, enfermo, loco, hazlo y despertarás a los vecinos. Estabas
más seguro en la cárcel, porque si te ven te linchan: aquí no se tolera que
alguien mate a su padre. En este barrio, hasta los perros te mirarán con malos
ojos.
Zucco golpea la puerta.
LA MADRE: ¿Cómo es que te has escapado? ¿Qué clase de cárcel es esa?
ZUCCO: Jamás me retendrán en prisión más de unas horas. Jamás. Abre; le harías
perder la paciencia a una ostra. Abre o te derribo la puerta.
LA MADRE: ¿Qué has venido a hacer aquí? ¿De dónde te viene esa necesidad de
volver? Yo ya no quiero verte, no quiero verte más. Ya no eres mi hijo, se
acabó. Tú para mí ya no vales más que una mosca de mierda.
Zucco tira la puerta abajo.
LA MADRE: Roberto, no te me acerques.
ZUCCO: He venido a buscar mi ropa.
LA MADRE: ¿Tu qué?
ZUCCO: Mi ropa.
LA MADRE: ¡Esa porquería! ¿Qué necesidad tienes de esa porquería de ropa? Estás
loco, Roberto. Hubiéramos tenido que darnos cuenta cuando estabas en la cuna, y
arrojarte a la basura.
ZUCCO: ¡Muévete, date prisa, tráemela!
LA MADRE: Te daré dinero. Es dinero lo que quieres. Te comprarás toda la ropa
que quieras.
ZUCCO: No quiero dinero. Ya te dije lo que quiero.
LA MADRE: No quiero, no quiero. Voy a llamar a los vecinos.
ZUCCO: ¡Quiero mi ropa!
LA MADRE: No grites, Roberto, no grites, me das miedo; no grites o despertarás a
los vecinos. No puedo dártela, es imposible; está sucia, está asquerosa, no
puedes ponértela así. Dame tiempo para que te la lave, para que te la seque,
para que te la planche.
ZUCCO: Yo la lavaré. En la lavandería automática.
LA MADRE: Desvarías, pobre infeliz. Estás completamente chiflado.
ZUCCO: Es el sitio que más me gusta en el mundo. Es apacible, tranquilo, y hay
mujeres.
LA MADRE: ¡Y a mí qué! No quiero dártela. No te acerques, Roberto. Aún llevo
luto por tu padre. ¿Acaso vas a matarme a mí también?
ZUCCO: No tengas miedo de mí, mamá. Siempre he sido dulce y amable contigo, ¿por
qué ibas a tenerme miedo? ¿Por qué no ibas a darme mi ropa? La necesito, mamá,
la necesito.
LA MADRE: No seas amable conmigo, Roberto. ¿Cómo quieres que olvide que has
matado a tu padre, que lo has tirado por la ventana, como quien tira una
colilla? Y ahora eres amable conmigo. No quiero olvidar que has matado a tu
padre, Roberto, y tu dulzura me hará olvidarlo todo.
ZUCCO: Olvida, mamá. Dame mi ropa, aunque esté sucia, aunque esté arrugada,
dámela. Y luego me marcharé, te lo juro.
LA MADRE: ¿He sido yo, Roberto, he sido yo quien te ha parido? ¿Has salido
realmente de mí? Si no te hubiese parido aquí mismo, si no te hubiese visto
salir de mí, y seguido con los ojos hasta que te acostaron en tu cuna; si no
hubiese fijado, desde entonces, mi mirada en ti sin desviarla jamás, vigilando
cada cambio de tu cuerpo, hasta ser incapaz de ver que se producían esos
cambios, y si no te viera ahora ahí, idéntico al que salió de mí en esta cama,
creería que no es mi hijo el que tengo delante. Pero te reconozco, Roberto.
Reconozco la forma de tu cuerpo, tu cintura, el color de tu pelo, el color de
tus ojos, la forma de tus manos, esas manazas fuertes que no han servido más que
para acariciar el cuello de tu madre, para apretar el de tu padre, a quien has
matado. ¿Por qué aquel niño, tan sensato durante 24 años, se ha vuelto loco
bruscamente? ¿Cómo te has descarrilado, Roberto? ¿Quién ha atravesado un tronco
de árbol en ese camino tan recto para hacerte caer al abismo? Roberto, Roberto,
un auto que se estrella en el fondo de un barranco no tiene arreglo. Un tren que
descarrila no puede volver a los rieles. Hay que abandonarlo, hay que olvidarlo.
Yo te olvido. Roberto. Ya te he olvidado.
ZUCCO: Antes de olvidarme, dime donde está mi ropa.
LA MADRE: Está ahí. en la cesta. Está sucia y arrugada. (Zucco saca la ropa). Y
ahora márchate, me lo has jurado.
ZUCCO: Sí, te lo he jurado.
Se acerca, la acaricia, la abraza, la estrecha, ella gime. La suelta y ella cae,
estrangulada. Zucco se desnuda, se pone la ropa y sale.
ESCENA 3 / BAJO LA MESA
En la cocina. Una mesa cubierta hasta el suelo por un mantel. Entra la hermana
de la chiquilla. Se dirige a la ventana, la entorna.
LA HERMANA: Entra, no hagas ruido, quítate los zapatos: siéntate ahí y calla.
(La chiquilla entra por la ventana.) Así que a estas horas de la noche, te
encuentro acurrucada al pie de un muro. Tu hermano está registrando la ciudad de
arriba abajo con el auto, y ten por seguro que cuando te encuentre te dará unos
buenos azotes, porque se ha llevado un susto de muerte. Tu madre se ha pasado
las horas en la ventana, haciendo toda clase de conjeturas, desde la violación
colectiva a manos de una pandilla de delincuentes, hasta el cuerpo descuartizado
que encontrarán en un bosque, por no mencionar al sádico que te habría
acorralado en el sótano, todo ha pasado por su cabeza. Y tu padre está ya tan
seguro de no volver a verte, que no ha parado de beber y duerme la borrachera en
el sofá, roncando con el ronquido de la desesperación. En cuanto a mí, doy
vueltas por el barrio como una loca y te encuentro ahí, simplemente acurrucada
al pie de un muro. Cuando hubiese bastado con que cruzaras el patio para
tranquilizarnos. Lo más que te hubiera pasado, es que tu hermano te diese una
buena tunda, y espero que te la dé hasta hacerte sangrar. Pero ya veo que has
decidido no hablarme. Has decidido guardar un silencio total. Silencio.
Silencio. Todos discuten a mi alrededor pero yo callo. Punto en boca. Veremos si
sigues callada cuando tu hermano te de una paliza. ¿Cuándo piensas abrir la boca
para explicarme por qué has vuelto tan tarde, cuando sólo tenías permiso hasta
la medianoche? Porque si no abres el pico, voy a empezar a asustarme, voy a
hacer toda clase de suposiciones yo también. Gorrioncillo mío, habla con tu
hermana, soy capaz de escucharlo todo, y te protegeré, te lo juro, de la cólera
de tu hermano. ¿Has vivido una pequeña aventura de chiquilla, has conocido un
chico y se ha portado como un idiota como todos los chicos, ha sido torpe, te ha
tratado con brusquedad?. Eso yo lo conozco, pichoncito, yo también he sido una
chiquilla, he ido a esas fiestas donde los chicos se portan como imbéciles.
Aunque te hayas dejado besar, ¿qué más da? Te dejarás besar mil veces más por
unos imbéciles, te apetezca o no; y te dejarás tocar el trasero, pobre infeliz,
quieras o no. Porque los chicos son imbéciles y lo único que saben hacer es
tocarle el trasero a las chicas. Les encanta. No entiendo que placer le
encuentran, es más, creo que no le encuentran ningún placer. Forma parte de su
tradición. No lo pueden remediar. Pura imbecilidad. Pero no hay que dramatizar.
Lo esencial es que no te dejes robar aquello que nadie te debe robar hasta que
llegue el momento. Pero yo sé que tú esperarás ese momento, que escogeremos,
todos juntos - tu madre, tu padre, tu hermano, y yo misma, y tú también, por
supuesto - O entonces tendrían que forzarte, ¿y quién se atrevería a forzar a
una chiquilla como tú, tan pura, tan virginal? Dime que no te han forzado. Dime,
dime que no te han robado eso, verdad, que nadie te debe robar.
Contesta.Contesta o me enfado. Escóndete en seguida bajo la mesa. Me parece que
ahí vuelve tu hermano.
La chiquilla desaparece bajo la mesa. Entra el padre en pijama, medio dormido.
Cruza la cocina, desaparece unos instantes, vuelve a cruzar la cocina y regresa
a su dormitorio.
Eres una chiquilla, eres una virgencita, eres la virgencita de tu hermana, de tu
hermano, de tu padre y de tu madre. No me digas esa cosa tan horrible. Calla. Me
vuelvo loca. Estás perdida, y todos nosotros nos hemos perdido contigo.
Entra el hermano, con gran estrépito. La hermana se abalanza sobre él.
LA HERMANA: No grites, no te pongas nervioso. No está aquí pero la han
encontrado. La han encontrado pero no está aquí. Tranquilízate o me volveré
loca. No puedo con tantas desgracias a la vez y como grites me mato.
EL HERMANO: ¿Dónde está? ¿Dónde está?
LA HERMANA: Está en casa de una amiga. Duerme en casa de una amiga, en la cama
de su amiga, caliente, segura, nada malo puede ocurrirle, nada. Nos ha ocurrido
una desgracia terrible. No grites, te lo suplico, porque puede que después te
arrepientas e incluso llores.
EL HERMANO: Nada podría hacerme llorar, salvo una desgracia terrible que le
ocurriera a mi hermanita. La he vigilado tanto, y esta noche se me ha escapado.
Se me ha escapado unas horas, frente a años y años de desvelos. La desgracia
necesita más tiempo para caer sobre alguien.
LA HERMANA: La desgracia no precisa tiempo. Llega cuando quiere, y lo transforma
todo en un instante. Destruye en un instante un objeto preciado que uno guarda
durante años. (Coge un objeto y lo deja caer al suelo). Y no podemos volver a
pegar los pedazos. Ni siquiera gritando, podríamos volver a pegar los pedazos.
Entra el padre. Cruza la cocina como la primera vez y desaparece.
EL HERMANO: Ayúdame, hermana mía, ayúdame. Eres más fuerte que yo. No soporto
las desgracias.
LA HERMANA: Nadie soporta las desgracias.
EL HERMANO: Compártela conmigo.
LA HERMANA: Ya no puedo más.
EL HERMANO: Voy a tomar un trago. (Sale)
Vuelve a entrar el padre.
EL PADRE: ¿Lloras hija mía? Me ha parecido oír llorar a alguien.
La hermana se pone en pie
LA HERMANA: No. Cantaba. (Sale.)
EL PADRE: Haces bien. Eso aleja la desgracia. (Sale.)
Al cabo de un momento, la chiquilla sale de debajo de la mesa, se acerca a la
ventana, la entorna, dejando entrar a Zucco.
LA CHIQUILLA: Quítate los zapatos. ¿Cómo te llamas?
ZUCCO: Llámame cómo quieras. ¿Y tú?
LA CHIQUILLA: Yo no tengo nombre. Me llaman todo el tiempo con nombres de
animales, pollito, pichoncito, gorrioncillo, alondra, estornino, palomita,
ruiseñor. Yo preferiría que me llamaran rata, serpiente de cascabel o lechón.
¿Qué haces en la vida?
ZUCCO: ¿En la vida?
LA CHIQUILLA: Sí, en la vida: tu oficio, tu trabajo, cómo ganas dinero, y todas
esas cosas que hace todo el mundo.
ZUCCO: Yo no hago lo que hace todo el mundo.
LA CHIQUILLA: Por eso, dime lo que haces.
ZUCCO: Soy agente secreto. ¿Sabes qué es un agente secreto?
LA CHIQUILLA: Sé lo que es un secreto.
ZUCCO: Un agente además de ser secreto, viaja, recorre el mundo, lleva armas.
LA CHIQUILLA: ¿Tú llevas un arma?
ZUCCO: Por supuesto que la llevo.
LA CHIQUILLA: Enséñamela.
ZUCCO: No.
LA CHIQUILLA: Entonces es que no llevas arma.
ZUCCO: Mira. (Saca un puñal)
LA CHIQUILLA: Eso no es un arma.
ZUCCO: Con esto puedes matar tan bien como con cualquier arma.
LA CHIQUILLA: Y además de matar, ¿qué más hace un agente secreto?
ZUCCO: Viaja, va a Africa. ¿Conoces Africa?
LA CHIQUILLA: Muy bien.
ZUCCO: Hay lugares maravillosos en Africa, montañas tan altas que siempre nieva
en ellas. Nadie sabe que en Africa nieva. Es lo que más me gusta en el mundo: la
nieve en Africa cayendo sobre los lagos helados.
LA CHIQUILLA: Me gustaría ver la nieve en Africa. Me gustaría patinar sobre los
lagos helados.
ZUCCO: También hay rinocerontes blancos que atraviesan el lago, bajo la nieve.
LA CHIQUILLA: ¿Cómo te llamas? Dime tu nombre.
ZUCCO: Jamás diré mi nombre.
LA CHIQUILLA: ¿Por qué? Quiero saber tu nombre.
ZUCCO: Es un secreto.
LA CHIQUILLA: Yo sé guardar secretos. Dime tu nombre.
ZUCCO: Lo he olvidado.
LA CHIQUILLA: Mentiroso.
ZUCCO: Andreas.
LA CHIQUILLA: No.
ZUCCO: Angelo.
LA CHIQUILLA: No te burles de mí o grito. No es ninguno de esos nombres.
ZUCCO: ¿Cómo lo sabes, si no lo sabes?
LA CHIQUILLA: Imposible. Lo reconocería enseguida.
ZUCCO: No puedo decirlo.
LA CHIQUILLA: Aunque no puedas decirlo, dímelo de todos modos.
ZUCCO: Si te lo dijera, moriría.
LA CHIQUILLA: Aunque tengas que morir, dímelo.
ZUCCO: Roberto.
LA CHIQUILLA: ¿Roberto qué más?
ZUCCO: Confórmate con eso.
LA CHIQUILLA: ¿Roberto qué más? Como no me lo digas, gritaré, y mi hermano, que
está furioso, te matará.
ZUCCO: Me has dicho que sabías lo que es un secreto. ¿De veras lo sabes?
LA CHIQUILLA: Es lo único que sé perfectamente. Dime tu apellido.
ZUCCO: Zucco.
LA CHIQUILLA: Roberto Zucco. Jamás lo olvidaré. Escóndete bajo la mesa: viene
alguien.
Entra la madre.
LA MADRE: ¿Hablas sola, mi ruiseñor?
LA CHIQUILLA: No. Canto para alejar la desgracia.
LA MADRE: Haces bien. (Ve el objeto roto.) Mejor. Hacía tiempo que quería
deshacerme de esta porquería.
Sale. La chiquilla se acerca a Zucco escondido bajo la mesa.
VOZ DE LA CHIQUILLA: Tú, amigo, me has quitado mi flor y te la vas a quedar.
Ahora ya no habrá nadie que me la pueda quitar. La tienes hasta el fin de tus
días, la tendrás incluso cuando me hayas olvidado o hayas muerto. Estás marcado
por mí como por una cicatriz tras una pelea. Yo no corro el riesgo de olvidar,
porque no tengo otra que darle a nadie; se acabó, solucionado, hasta el fin de
mi vida. La he dado y eres tú quien la tiene.

ESCENA 4 / LA MELANCOLIA DEL INSPECTOR
La recepción de un hotel de putas en el Pequeño Chicago.
EL INSPECTOR: Estoy triste, patrona. Siento el corazón pesado y no sé por qué.
Estoy triste a menudo, pero esta vez hay algo que falla. De costumbre, cuando me
siento así, con ganas de llorar o de morirme, busco la razón de ese estado.
Repaso todo lo ocurrido durante el día, durante la noche, y la víspera. Y
siempre acabo encontrando un acontecimiento sin importancia que, de momento, no
me ha impresionado, pero que, como un pequeño microbio repugnante, ha anidado en
mi corazón y me lo retuerce en todos los sentidos. Entonces, cuando descubro
cuál es ese suceso sin importancia que me hace sufrir tanto, me río, el microbio
queda aplastado como un piojo bajo la uña, y todo se arregla. Pero hoy he
buscado, me he remontado a tres días atrás, primero en un sentido y después en
otro, y ahora estoy de vuelta, sin saber de dónde viene el mal, tan triste como
antes y con el corazón igualmente pesado.
LA PATRONA: Hurga usted demasiado en los cadáveres y en los enredos de los
cafichos, inspector.
EL INSPECTOR: Tampoco hay tantos cadáveres. Pero cafichos, sí, hay demasiados.
Sería preferible más cadáveres y menos cafichos.
LA PATRONA: Yo prefiero a los cafichos: me ayudan a vivir y ellos mismos están
llenos de vida.
EL INSPECTOR: Tengo que irme, patrona. Adiós.
Zucco sale de la habitación, cierra la puerta con llave.
LA PATRONA: Nunca se debe decir adiós, inspector.
Sale el inspector, seguido por Zucco. Al cabo de unos instantes entra una puta
muy alterada.
LA PUTA : Patrona. patrona, fuerzas diabólicas acaban de atravesar el Pequeño
Chicago. El barrio entero está revuelto, las putas han dejado de trabajar, los
cafichos se han quedado con la boca abierta, los clientes han huido, todo se ha
detenido, todo está petrificado. Patrona, ha cobijado al demonio en su casa. Ese
muchacho que llegó hace poco, ese que no abre la boca, que no responde a las
preguntas de las chicas, como si no tuviera voz ni sexo; ese muchacho, sin
embargo, de mirada tan dulce; ese muchacho, tan guapo, sin duda, ya lo hemos
comentado mucho entre nosotras, ha salido detrás del inspector. Lo observamos,
nos reímos, nos imaginamos cosas. Camina detrás del inspector que parece sumido
en una profunda reflexión; camina tras él como su sombra; y la sombra se encoge
como al mediodía, se acerca cada vez más a la espalda encorvada del inspector, y
bruscamente saca un largo puñal de entre sus ropas, y lo clava en la espalda del
pobre hombre. El inspector se detiene. No se vuelve. Balancea suavemente la
cabeza, como si la profunda reflexión en que estaba inmerso acabara de encontrar
solución. Después todo su cuerpo se balancea, y se desploma en el suelo. Ni el
asesino ni su víctima se han mirado en ningún momento. El muchacho tenía los
ojos clavados en el revolver del inspector; se inclina, lo agarra, se lo guarda
en el bolsillo, y se va, tranquilamente, con la tranquilidad del demonio,
patrona. Porque nadie se ha movido, todo el mundo, inmóvil, ha contemplado cómo
se marchaba. Ha desaparecido entre la gente. Era el demonio lo que tenía bajo su
techo, patrona.
LA PATRONA: De todos modos, con el asesinato de un inspector, el muchacho está
acabado.

ESCENA 5 / EL HERMANO COMPLICE
La cocina. La chiquilla está apoyada en la pared, aterrorizada.
EL HERMANO: No tengas miedo de mí, pichoncito. No te haré daño. Tu hermana es
una estúpida. ¿Por qué cree que yo te iba a pegar? Ahora eres una mujer y yo
nunca le he pegado a una mujer. Me gustan mucho las mujeres; es lo que más me
gusta. Es mucho mejor que una hermana pequeña. Una hermana pequeña es una
molestia. Hay que vigilarla todo el tiempo, sin perderla de vista. ¿Para
proteger qué? ¿su virginidad? ¿Cuánto tiempo hay que estar vigilando la
virginidad de una hermana? Todo el tiempo que he pasado cuidando de ti es tiempo
perdido. Y echo de menos ese tiempo. Echo de menos cada día, cada hora que he
perdido vigilándote. Más valdría desflorar a las chiquillas en cuanto son
chiquillas, así se dejaría en paz a los hermanos mayores, que no tendrían nada
que vigilar y podrían ocupar su tiempo en otros asuntos. Me alegro que te hayas
dejado violar por un tipo, porque ahora tengo paz. Tú vas por tu camino, yo por
el mío, ya no te llevo a cuestas como una cruz. Vente mejor a tomar un trago
conmigo. Ahora tienes que aprender a no bajar los ojos, a no sonrojarte, a
atreverte a mirar a los chicos. Todo eso se acabó. Sé descarada. Levanta la
cabeza, mira a los chicos, míralos a la cara, les encanta. No sirve de nada que
sigas siendo recatada ni un minuto más. Hazte notar, pequeña, y en seguida.
Abandónate a la naturaleza, vete a hacer la calle en el Pequeño Chicago con las
putas, hazte puta: ganarás plata y no dependerás de nadie. Y si nos encontramos
en algún bar, te haré una seña y seremos hermano y hermana de bar, es menos
aburrido y te diviertes más. No pierdas más el tiempo bajando la mirada y
cerrando las piernas, pichoncito, eso ya no sirve de nada. De todos modos,
ahora, la boda se ha ido al diablo. Merecía la pena vigilarte para la boda,
merecía la pena que bajaras tímidamente los ojos hasta el día de la boda, pero
ahora la boda se fastidió, así que todo lo demás se fastidió también. De un solo
golpe, así todo se ha ido al demonio: la boda, la familia, tu padre, tu madre,
tu hermana; y a mí me da igual. Tu padre ronca de pena, y tu madre llora; más
vale dejarlos que lloren y ronquen y marcharse de casa. Puedes tener hijos: nos
da igual. Puedes no tenerlos, también nos da igual. Puedes hacer lo que quieras.
He dejado de vigilarte, y tú has dejado de ser una chiquilla. Ya no tienes edad;
podrías tener quince o cincuenta años, es lo mismo. Eres una mujer y a todo el
mundo le da igual.

ESCENA 6 / EL METRO
Bajo un cartel de "Se busca", con la foto de Zucco en el centro, sin nombre;
sentados uno junto al otro en el banco de una estación de metro, tras la hora
del cierre, un señor mayor y Zucco.
EL SEÑOR: Soy un viejo y me he entretenido más de la cuenta. Me alegraba de
haber tomado el último tren cuando de pronto, en una encrucijada de este
laberinto de pasillos y escaleras, ya no he reconocido mi estación, la que sin
embargo frecuento tan asiduamente, que creía conocer tan bien como mi cocina.
Ignoraba no obstante que oculta, tras el recorrido nítido que practico cada día,
un mundo oscuro de túneles, de direcciones desconocidas que hubiera preferido
seguir ignorando, pero que mi necia distracción me ha obligado a conocer. Y he
aquí que de pronto las luces se apagan y no dejan más claridad que la de esos
farolillos blancos, cuya existencia yo incluso ignoraba. Camino entonces,
derecho ante mí, en un mundo desconocido, lo más aprisa posible, que por cierto
no es mucho al tratarse de un anciano como yo. Y cuando al final de
interminables escaleras mecánicas detenidas, creo vislumbrar una salida, zas,
unas enormes rejas me cierran el paso. Y entonces heme aquí, en una situación
harto caprichosa para un hombre de mi edad, castigado por mi descuido y por la
parsimonia de mi paso, a la espera de no sé muy bien qué, y tampoco me interesa
demasiado saberlo, ya que a mi edad ciertas novedades son decididamente duras de
tragar. Sin duda es el amanecer, sí, sin duda es lo que espero en esta estación
que me era tan familiar como mi cocina, y que ahora me atemoriza. Sin duda estoy
esperando que las luces habituales vuelvan a encenderse y pase el primer metro.
Pero estoy inquieto porque ignoro cómo volveré a ver la luz del día tras una
aventura tan extravagante, esta estación nunca me parecerá la misma, ya no podré
ignorar la presencia de esos farolillos blancos que antes no existían; y,
además, una noche en blanco, no sé como puede transformar la vida, nunca me
había ocurrido, todo debe quedar desfasado, los días ya no deben alternarse con
las noches como antes. Me siento muy inquieto ante estas cosas. Pero usted,
joven, parece tener piernas muy ágiles y el espíritu muy claro, sí, veo su
mirada clara, y no turbia y necia como la de este viejo, es imposible creer que
se haya dejado confundir por esos pasillos y esas verjas cerradas; no, un joven
de espíritu claro como usted atravesaría incluso una verja cerrada como una gota
de agua pasaría a través de un colador. ¿Trabaja aquí por la noche? Hábleme de
usted, eso me tranquilizará.
ZUCCO: Soy un chico normal y razonable, señor. Nunca me he hecho notar. ¿Se
habría fijado en mí si no me hubiera sentado a su lado? Siempre he pensado que
la mejor manera de vivir tranquilo es siendo transparente como un cristal, como
un camaleón sobre una piedra, atravesar las paredes, carecer de color y de olor;
que las miradas de la gente te atraviesen y vean a la gente detrás de ti, como
si no estuvieras allí. Ser transparente es una tarea dura: es un oficio; es un
sueño antiguo, muy antiguo, el de ser invisible. No soy un héroe. Los héroes son
criminales. No existen héroes que no tengan las ropas empapadas en sangre, y la
sangre es lo único en el mundo que no puede pasar desapercibido. Es lo más
visible del mundo. Cuando todo haya sido arrasado, y una bruma de fin del mundo
envuelva la tierra, siempre quedarán las ropas empapadas en sangre de los
héroes. Yo he cursado estudios, he sido un buen alumno. Uno no se vuelve atrás
cuando se ha acostumbrado a ser un buen alumno. Estoy matriculado en la
universidad. Tengo mi sitio reservado en los bancos de la Sorbona, entre otros
buenos alumnos y nunca me hago notar. Le aseguro que hay que ser buen alumno,
discreto e invisible, para estar en la Sorbona. No es una de esas universidades
periféricas donde van los vagos y los que se creen héroes. Los pasillos de mi
universidad son silenciosos y los recorren sombras cuyo paso ni siquiera se oye.
A partir de mañana volveré a asistir a mi curso de lingüística. Mañana es el día
del curso de lingüística. Allí estaré, invisible entre los invisibles,
silencioso y atento en la bruma espesa de la vida corriente. Nada puede alterar
el curso de las cosas, señor. Soy como un tren que atraviesa tranquilamente una
pradera y que nada podría hacer descarrilar. Soy como un hipopótamo hundido en
el cieno que se desplaza lentamente y al que nada podría desviar del camino y
del ritmo que ha decidido tomar.
EL ANCIANO: Siempre se puede uno descarrilar, joven, sí, ahora sé que cualquiera
puede descarrilarse, en cualquier momento. Yo, que soy un hombre viejo, yo, que
creía conocer el mundo y la vida tan bien como mi cocina, fíjese, aquí estoy
fuera del mundo, en esta hora que ni siquiera existe, bajo una luz desconocida,
sumido en la inquietud de qué ocurrirá cuando se enciendan las luces habituales
y pase el primer metro, y la gente normal, como lo era yo, invada esta estación;
y yo, tras esta mi primera noche en blanco, no tendré más remedio que salir,
cruzar la verja abierta por fin, ver el día cuando no he visto la noche. Y ahora
no sé nada de lo que va a ocurrir, de la manera en que veré el mundo y en la que
el mundo me verá o no me verá. Porque ya no sabré cuál es el día y cuál es la
noche, ya no sabré qué hacer, daré vueltas por mi cocina en busca de la hora, y
todo eso me da mucho miedo, joven.
ZUCCO: Es como para tener miedo.
EL ANCIANO: Tartamudea usted, muy ligeramente, eso me gusta mucho. Me
tranquiliza. Ayúdeme en la hora en que el ruido irrumpa en este lugar. Ayúdeme,
acompañe a este viejo perdido hasta la salida; y tal vez más allá.
Las luces de la estación se encienden. Zucco ayuda al anciano a levantarse y lo
acompaña. Pasa el primer metro.

ESCENA 7 / DOS HERMANAS
En la cocina. La chiquilla, con una bolsa. Entra la hermana.
LA HERMANA: Te prohibo que te marches.
LA CHIQUILLA: Tú no puedes prohibirme nada. De ahora en adelante soy mayor que
tú.
LA HERMANA: ¿Qué dices? Eres un gorrioncillo posado en una rama. Y yo soy tu
hermana mayor.
LA CHIQUILLA: Tú eres una virgen perenne, no sabes nada de la vida, bien que has
cuidado de ti misma, bien que te has protegido. Yo soy mayor, he sido violada,
estoy perdida, tomo mis decisiones yo sola.
LA HERMANA: ¿No eres tú mi hermana pequeña, la que me contaba todas sus
confidencias?
LA CHIQUILLA: ¿No eres tú una solterona que no sabe nada de nada, y debería
callarse ante mi experiencia?
LA HERMANA: ¿De qué experiencia hablas? La experiencia de la desgracia no sirve
de nada. Sólo sirve para que la olvidemos lo antes posible. Tan sólo la
experiencia de la felicidad sirve de algo. Siempre recordarás las hermosas
veladas tranquilas que has pasado con tus padres, tu hermano y tu hermana; las
recordarás hasta que seas vieja. Mientras que la desgracia que ha caído sobre
nosotros, esa la olvidarás pronto, pajarillo mío, bajo la mirada de tu hermana,
de tu hermano y de tus padres.
LA CHIQUILLA: Lo que olvidaré y estoy olvidando ya, es a mis padres, a mi
hermano y a mi hermana; pero no mi desgracia.
LA HERMANA: Tu hermano te protegerá, mi pequeño vencejo: te querrá como nadie te
quiso nunca, porque siempre te ha querido como no ha querido a nadie. El sólo
será todos los hombres que tú puedas necesitar.
LA CHIQUILLA: No quiero que me quieran.
LA HERMANA: No digas eso. No hay ninguna otra cosa en la vida que valga la pena.
LA CHIQUILLA: ¿Cómo te atreves a decir eso? Nunca has tenido un hombre. Nunca te
han amado. Te has quedado sola toda tu vida, y has sido muy desgraciada.
LA HERMANA: Nunca he sido desgraciada hasta tu desgracia.
LA CHIQUILLA: Sí, yo sé que has sido muy desgraciada. Muchas veces te he
sorprendido llorando detrás de las cortinas.
LA HERMANA: Lloro sin motivo, siempre a la misma hora, para ganar ventaja, y
ahora, nunca volverás a verme llorar; ya he sacado mucha ventaja. ¿Por qué
quieres marcharte?
LA CHIQUILLA: Quiero encontrarlo.
LA HERMANA: No lo encontrarás.
LA CHIQUILLA: Lo encontraré.
LA HERMANA: Imposible. Sabes que tu hermano lo ha intentado durante días y
noches, para vengarte.
LA CHIQUILLA: Pero como yo no quiero vengarme, lo encontraré.
LA HERMANA: ¿Y qué harás cuando lo encuentres?
LA CHIQUILLA: Le diré una cosa.
LA HERMANA: ¿Qué cosa?
LA CHIQUILLA: Una cosa.
LA HERMANA: ¿Dónde piensas encontrarlo?
LA CHIQUILLA: En el Pequeño Chicago.
LA HERMANA: ¿Por qué quieres perderte, paloma inocente? No, no me abandones, no
me dejes tan sola. No quiero quedarme sola con tu hermano y con tus padres. No
quiero quedarme sola en esta casa. Sin ti mi vida no valdrá nada, y nada tendrá
sentido. No me abandones, te lo suplico, no me abandones. Detesto a tu hermano,
y a tus padres, y esta casa; sólo te quiero a ti, paloma, paloma; sólo existes
tú en mi vida. Entra el padre furioso.
EL PADRE: Su madre me ha escondido la cerveza. Tendré que pegarle como hacía
antes. ¿Por qué habré dejado de hacerlo? Me dolía el brazo, pero hubiera debido
esforzarme, hacer ejercicio, o encargarle a otro que lo hiciera por mí. Hubiera
debido seguir como antes, pegándole todos los días, a la misma hora. Pero el
caso es que he sido negligente, y ahora ella me esconde la cerveza, y estoy
seguro de que ustedes son sus cómplices. (Mira bajo la mesa) Quedaban cinco
botellas. Le pegaré cinco veces a cada una como no las encuentre.
Sale.
LA HERMANA: ¡Mi tortolita en el Pequeño Chicago! Qué infeliz debes ser, y cuánto
más lo serás.
Entra la madre.
LA MADRE: Su padre está otra vez borracho. Se ha soplado una cerveza tras otra.
¿Y ustedes, tan complacientes con ese viejo loco? Dejan que me enfrente sola con
ese borrachín. Les importa un bledo, dejan que nos arruine en alcohol. Son dos
tontas que solo hablan de bobadas, y me dejan solas con ese borracho. ¿Qué
significa esa bolsa?
LA HERMANA: Va a pasar la noche en casa de su amiga.
LA MADRE: Su amiga, su amiga... ¿A qué viene tanta amiga? ¿A qué vienen esas
historias entre chicas? ¿Acaso necesita pasar la noche con su amiga? ¿Las camas
son mejores que las nuestras? ¿La noche es más negra allí que aquí? Si aún
tuvieran edad, y yo fuerza, les pegaría a las dos.
Sale
LA HERMANA: No quiero que seas desgraciada.
LA CHIQUILLA: Soy desgraciada y soy feliz. He sufrido mucho, pero ese
sufrimiento me ha dado mucho placer.
LA HERMANA: Y yo moriré si me abandonas.
La chiquilla toma su bolsa y sale.

ESCENA 8 / JUSTO ANTES DE MORIR
Un bar de noche. Una cabina telefónica. Zucco sale disparado por la ventana, con
gran estrépito de cristales rotos. Gritos en el interior.Aglomeración en la
puerta.
ZUCCO: "Así yo fui creado como atleta,
Hoy tu cólera enorme me completa,
Oh mar, y soy grande sobre mi zócalo divino
De toda tu grandeza mordiendo mis pies en vano.
Desnudo, fuerte, la frente hundida en una sima de bruma".
UNA PUTA: Hace un frío horrible. Ese muchacho va a pescar un resfrío
mortal.
UN TIPO: No sufras por él. Está sudando, debe estar muy caliente por dentro.
ZUCCO: "Envuelto en ruido y en granizo y en espuma
Y en la noche y viento chocando furiosos,
Alzo mis brazos al éter tenebroso."
UN TIPO: Está borracho.
UN TIPO: Imposible. No ha bebido nada.
UNA PUTA: Está chiflado, eso es todo. Hay que dejarlo en paz.
FORZUDO: ¿Dejarlo en paz? ¿Lleva horas jorobándonos y aún tenemos que dejarlo en
paz? Que me busque de nuevo y le rompo la cabeza.
UNA PUTA: (Se acerca a Zucco para levantarlo) No busques más pelea, chico, no
busques más pelea. Esa carita tan guapa ya está bastante destrozada. ¿Quieres
que las chicas no se vuelvan ya a mirarte? Es una cosa muy frágil la carita,
nene. Te crees que es tuya para toda la vida y de pronto te la destroza un
atorrante que nada tiene que perder con la suya. Tú tienes mucho que perder,
nene. Una cara destrozada y tu vida entera se derrumba como si te hubieran
cortado el rabo. No lo piensas antes, pero te juro que lo pensarás después. No
me mires así, que voy a llorar, eres de la raza de los que te dan ganas de
llorar sólo con mirarlos.
Zucco se acerca al forzudo y le pega un puñetazo
UNA PUTA: No irán a empezar otra vez.
FORZUDO: No me busques, pequeño, no me busques.
Zucco le pega otro puñetazo. El forzudo se lo devuelve. Pelean.
UNA PUTA: Voy a llamar a la policía. Lo va a matar.
UN TIPO: Ni se te ocurra.
UN TIPO: De todos modos, ya lo ha tumbado otra vez.
Zucco se incorpora y persigue al forzudo que se alejaba. Se le acerca y le pega
en la cara.
UNA PUTA: No respondas, déjalo en paz, ya no se tiene en pie.
ZUCCO: ¡Pelea, cobarde, maricón, no tienes cojones!
El forzudo lo lanza por los aires.
FORZUDO: Una vez más, y lo aplasto como a un mosquito.
Zucco vuelve a incorporarse, buscando de nuevo pelea.
UNA PUTA: ( Al forzudo) No lo toques, no lo toques, no le hagas daño.
El forzudo tumba a Zucco de un puñetazo.
UN TIPO: Lo ha derribado, que bárbaro.
UNA PUTA: Era fácil. Tiene razón cuando dice que son unos cobardes.
FORZUDO: Un hombre no debe dejarse morder dos veces por el mismo perro.
Entran en el bar. Zucco se incorpora, se acerca a la cabina. Descuelga, marca un
número, espera.
ZUCCO: Quiero marcharme. Hay que marcharse en seguida. Hace demasiado calor, en
esta mierda de ciudad. Quiero ir a Africa, bajo la nieve. Tengo que marcharme
porque voy a morir, De todos modos, nadie se interesa por nadie. Nadie. Los
hombres necesitan a las mujeres y las mujeres necesitan a los hombres. Pero lo
que es amor, no hay. Me excito con las mujeres por compasión. Me gustaría volver
a nacer perro, para ser menos desgraciado. Perro callejero, buscador de basuras;
nadie se fijaría en mí. Me gustaría ser un perro amarillo, roído por la sarna,
del que uno se aparta sin prestarle atención. Me gustaría ser un buscador de
basuras por toda la eternidad. Creo que no hay palabras, no hay nada que decir.
Hay que dejar de enseñar palabras. Hay que cerrar las escuelas y ampliar los
cementerios. De todos modos, un año, cien años, da igual; antes o después todos
tenemos que morir, todos. Y eso, eso es lo que hace que los pájaros canten, que
los pájaros rían.
UNA PUTA: (En la puerta del bar) Ya les decía yo que estaba loco. Habla por un
teléfono que no funciona.
Zucco suelta el auricular, se sienta apoyándose en la cabina. El forzudo se
acerca a Zucco.
FORZUDO: ¿En qué piensas, pequeño?
ZUCCO: Pienso en la inmortalidad del cangrejo, de la babosa y del abejorro.
FORZUDO: Sabes, no me gusta pelearme. Pero me has buscado tanto pequeño, que uno
no puede quedarse sin responder. ¿Por qué has buscado tanto la pelea? Cualquiera
diría que quieres morir.
ZUCCO: No quiero morir. Voy a morir.
FORZUDO: Como todo el mundo, pequeño.
ZUCCO: No es una razón.
FORZUDO: Tal vez.
ZUCCO: El problema con la cerveza es que no la compramos, sólo la alquilamos.
Tengo que ir a orinar.
FORZUDO: Anda, antes de que sea tarde.
ZUCCO: ¿Es verdad que hasta los perros me mirarán con malos ojos?
FORZUDO: Los perros jamás miran a nadie con malos ojos. Los perros son los
únicos seres de los que te puedes fiar. O te quieren o no te quieren, pero nunca
te juzgan. Y cuando todo el mundo te haya dado la espalda, pequeño, siempre
quedará un perro que deambule por allí para lamerte la planta de los pies.
ZUCCO: "Morte villana, di pietá nemica,
di dolor madre antica
giudizio incontrastabile gravoso,
di te biasmar la lingua saffatica."
FORZUDO: Tienes que ir a mear.
ZUCCO: Es demasiado tarde.
Amanece. Zucco se duerme.

ESCENA 9 / DALILA
Una comisaría de policía. Un inspector, un comisario. Entra la chiquilla,
seguida por su hermano. Este se queda en la puerta, en penumbra. La chiquilla
avanza hacia la foto de Zucco y lo señala con el dedo.
LA CHIQUILLA: Lo conozco.
COMISARIO: ¿Qué es lo que conoces?
LA CHIQUILLA: Ese chico. Lo conozco muy bien.
EL INSPECTOR: ¿Quién es?
LA CHIQUILLA: Un agente secreto. Un amigo.
EL INSPECTOR: ¿Quién es ese tipo, detrás de ti?
LA CHIQUILLA: Mi hermano. Me ha acompañado. El me ha dicho que viniera a verlos
porque he reconocido la foto en la calle.
EL INSPECTOR: ¿Sabes que lo buscamos?
LA CHIQUILLA: Sí. Yo también lo busco.
EL INSPECTOR: ¿Es un amigo, dices?
LA CHIQUILLA: Un amigo, sí, un amigo.
EL INSPECTOR: Un asesino de policías. Te vamos a detener y acusar de
complicidad, por ocultar armas y no denunciar a un malhechor.
LA CHIQUILLA: Mi hermano me ha dicho que viniera a decirles que lo conozco. Yo
no oculto nada, no denuncio a nadie, lo conozco, eso es todo.
EL INSPECTOR: Dile a tu hermano que salga.
EL COMISARIO: ¿No has oído? Tú, fuera.
El hermano sale.
EL INSPECTOR: ¿Qué sabes de él?
LA CHIQUILLA: Todo.
EL INSPECTOR: ¿Francés? ¿Extranjero?
LA CHIQUILLA: Tenía un poco de acento extranjero, muy gracioso.
EL COMISARIO: ¿Germánico?
LA CHIQUILLA: No sé que quiere decir germánico.
EL INSPECTOR: Así que te ha dicho que era un agente secreto. Es extraño. En
principio, un agente secreto tiene que permanecer secreto.
LA CHIQUILLA: Le dije que le guardaría el secreto pasara lo que pasara.
EL COMISARIO: Bravo. Si todos los secretos se guardaran así, nuestro trabajo
sería fácil.
LA CHIQUILLA: Me dijo que se iba de misión a Africa, a las montañas, allí donde
hay nieve todo el tiempo.
EL INSPECTOR: Un agente alemán en Kenia.
EL COMISARIO: Las suposiciones de la policía no eran tan erróneas, después de
todo.
EL INSPECTOR: Eran exactas, comisario. (A la chiquilla) Su nombre, ahora. ¿Lo
sabes? Deberías saberlo si era amigo tuyo.
LA CHIQUILLA: Sí, lo sé.
EL COMISARIO: Dilo.
LA CHIQUILLA: Lo sé muy bien.
EL COMISARIO: Te burlas de nosotros, chiquilla. ¿Quieres una cachetada?
LA CHIQUILLA: No quiero una cachetada. Lo sé, pero no consigo decirlo.
EL INSPECTOR: ¿Cómo es eso de que no consigues decirlo?
LA CHIQUILLA: Lo tengo aquí, en la punta de la lengua.
EL INSPECTOR: En la punta de la lengua, en la punta de la lengua. ¿Quieres que
te demos de cachetadas, o de puñetazos, o tirones de pelo? Aquí tenemos salas
equipadas para esas cosas, sabes.
LA CHIQUILLA: No, no, si lo tengo aquí mismo. Ya va a salir.
EL INSPECTOR: Su nombre de pila, por lo menos. Tienes que acordarte, bien que se
lo habrás chupeteado en las orejas.
EL COMISARIO: Un nombre, un nombre. Cualquiera, o te llevo a rastras a la sala
de torturas.
LA CHIQUILLA: Andreas.
EL INSPECTOR: (Al comisario) Tome nota: Andreas. (A la chiquilla) ¿Estás segura?
LA CHIQUILLA: No.
EL COMISARIO: Yo la mato.
EL INSPECTOR: Suelta de una vez ese maldito nombre o te parto la cara. Date
prisa, o te acordarás.
LA CHIQUILLA: Angelo.
EL INSPECTOR: Un español.
EL COMISARIO: O un italiano, un brasileño, un portugués, un mexicano: yo conocía
un berlinés que se llamaba Julio.
EL INSPECTOR: Cuánto sabe, comisario. (A la chiquilla) Me estoy empezando a
poner nervioso.
LA CHIQUILLA: Ya lo siento en los labios.
EL COMISARIO: ¿Quieres un golpe en la boca, para que salga?
LA CHIQUILLA: Angelo, Angelo, Dolce, o algo así.
EL INSPECTOR: ¿Dolce? ¿Como dulce?
LA CHIQUILLA: Dulce, sí. Me dijo que su apellido se parecía a un nombre
extranjero que quería decir dulce, o azucarado. (Llora) Era tan dulce, tan
amable.
EL INSPECTOR: Hay muchas palabras para decir azucarado, supongo.
EL COMISARIO: Sucré, zuccherato, sweetened, gezuckert, ocukrzony.
EL INSPECTOR: Ya lo sé, comisario.
LA CHIQUILLA: Zucco. Zucco. Roberto Zucco.
EL INSPECTOR: ¿Estás segura?
EL COMISARIO: Zucco. ¿Con zeta?
LA CHIQUILLA: Con zeta, sí. Roberto. Con una zeta.
EL INSPECTOR: Acompáñela para que haga la declaración.
LA CHIQUILLA: ¿Y mi hermano?
EL COMISARIO: ¿Tu hermano? ¿Qué hermano? ¿Para qué quieres un hermano? Ya
estamos nosotros.

ESCENA 10 / EL REHÉN
En un parque, a plena luz del día. Una señora está sentada en un banco. Entra
Zucco.
LA SEÑORA: Siéntese a mi lado. Hábleme. Me aburro; conversemos. Detesto los
parques. Parece tímido. ¿Acaso lo intimido?
ZUCCO: No soy tímido.
LA SEÑORA: Sin embargo, le tiemblan las manos como a un muchacho ante su primera
chica. Tiene una cara simpática. Es un chico guapo. ¿Le gustan las mujeres? Es
casi demasiado guapo para que le gusten las mujeres.
ZUCCO: Me gustan las mujeres, sí, mucho.
LA SEÑORA: Seguro que le gustan esas ruquitas de dieciocho años.
ZUCCO: Me gustan todas las mujeres.
LA SEÑORA: Eso está muy bien. ¿Ha sido alguna vez duro con una mujer?
ZUCCO: Jamás.
LA SEÑORA: Pero ¿y las ganas? Ya ha debido sentir ganas de ser violento con una
mujer, ¿no es cierto? Todos los hombres han sentido esas ganas alguna vez,
todos.
ZUCCO: Yo no. Soy dulce y pacífico.
LA SEÑORA: Es usted un tipo curioso.
ZUCCO: ¿Ha venido en taxi?
LA SEÑORA: Por supuesto que no. No soporto a los taxistas.
ZUCCO: Entonces ha venido en auto.
LA SEÑORA: Es evidente. No he venido caminando; vivo en la otra punta de la
ciudad.
ZUCCO: ¿De que marca es su auto?
LA SEÑORA: ¿Tal vez piensa que tengo un Porsche? No, sólo tengo una porquería de
auto. Mi marido es un tacaño.
ZUCCO: ¿Qué marca?
LA SEÑORA: Mercedes.
ZUCCO: ¿Qué modelo?
LA SEÑORA: 280 SE
ZUCCO: No es una porquería de auto.
LA SEÑORA: Tal vez. Pero mi marido sigue siendo un tacaño.
ZUCCO: ¿Quién es ese? No hace más que mirarla.
LA SEÑORA: Es mi hijo.
ZUCCO: ¿Su hijo? Es muy mayor.
LA SEÑORA: Catorce años, ni uno más. No soy un vejestorio.
ZUCCO: Parece mayor. ¿Hace deporte?
LA SEÑORA: No hace otra cosa. Le pago todos los clubes de la ciudad, todas las
canchas de tenis, de hockey, de golf y encima me exige que lo acompañe a los
entrenamientos. Es un mocoso.
ZUCCO: Parece muy fuerte para su edad. Deme las llaves de su auto.
LA SEÑORA: Claro, claro. Tal vez también quiera el auto.
ZUCCO: Sí, lo quiero.
LA SEÑORA: Cójalo.
ZUCCO: Deme las llaves.
LA SEÑORA: No me fastidie.
ZUCCO: Deme las llaves. (Saca la pistola, la deja en sus rodillas.)
LA SEÑORA: Está loco. No se juega con esos armatostes.
ZUCCO: Llame a su hijo.
LA SEÑORA: De ninguna manera.
ZUCCO: (La amenaza con la pistola.) Llame a su hijo.
LA SEÑORA: Está chiflado. (Grita a su hijo.) . Vuelve a casa. Arréglatelas por
tu cuenta.
El hijo se acerca, la mujer se levanta, Zucco le coloca la pistola en la
garganta.
LA SEÑORA: Dispare, imbécil. No le daré las llaves, aunque sólo sea porque me
toma por idiota. Mi marido, me toma por idiota, mi hijo me toma por idiota, la
criada me toma por idiota, puede disparar, habrá una idiota menos. Pero no le
daré las llaves. Peor para usted, porque es un auto magnífico, asientos de cuero
y tablero de raíz de nogal. Peor para usted. Deje de armar escándalo. Mire: esos
imbéciles se van a acercar, van a hacer comentarios, van a llamar a la policía.
Mire: ya se están relamiendo. Les encantan estas cosas. No soporto los
comentarios de esa clase de gente. Así que dispare. No quiero oírlos, no quiero
oír.
ZUCCO: (Al chico) No te acerques.
UN HOMBRE: Miren como tiembla.
ZUCCO: No te acerques, maldita sea. Tírate al suelo.
LA MUJER: Le tiene miedo al niño.
ZUCCO: Y ahora pega las manos al cuerpo. Acércate.
LA MUJER: Pero ¿cómo querrá que se arrastre con las manos pegadas al cuerpo?
UN HOMBRE: Se puede, se puede. Yo lo haría.
ZUCCO: Despacio. Las manos a la espalda. No levantes la cabeza. Quieto. (El
chico hace un movimiento) Como hagas un solo movimiento mato a tu madre.
UN HOMBRE: Es capaz.
LA MUJER: Seguro. Lo va a hacer. Pobre niño.
ZUCCO: ¿Juras que no te moverás?
EL CHICO: Lo juro.
ZUCCO: Apoya la cabeza en el suelo. Voltea lentamente y gira la cabeza hacia el
otro lado. Voltéate, no quiero que nos veas.
EL CHICO: ¿Por qué tiene miedo de mí? No puedo hacer nada. Soy un niño. No
quiero que mate a mi madre. No tiene por qué tenerme miedo: es usted más fuerte
que yo.
ZUCCO: Sí, soy más fuerte que tú.
EL CHICO: Entonces, ¿por qué me tiene miedo? ¿Qué puedo hacerle yo? Soy muy
pequeño.
ZUCCO: No eres tan pequeño, y no tengo miedo.
EL CHICO: Sí, está temblando, está temblando. Lo oigo perfectamente.
UN HOMBRE: Ahí viene la policía.
LA MUJER: Ahora sí va a tener motivos para temblar.
UN HOMBRE: Nos vamos a reír. Nos vamos a reír.
ZUCCO: (Al chico) Cierra los ojos.
EL CHICO: Están cerrados. Están cerrados. Dios santo, es usted un maricón.
ZUCCO: Cierra también la boca.
EL CHICO: De acuerdo, lo cierro todo. Pero eres un maricón. Estás asustando a
una mujer. Estás amenazando con tu pistola a una mujer.
ZUCCO: ¿Qué auto tiene tu madre?
EL CHICO: Un Porsche, quizá.
ZUCCO: Calla. Cierra el pico. Cierra los ojos. Hazte el muerto.
EL CHICO: No sé cómo se hace el muerto.
ZUCCO: Lo vas a saber. Voy a matar a tu madre y verás como se hace el muerto.
LA MUJER: Pobre niño.
EL CHICO: Me hago el muerto, me hago el muerto.
UN HOMBRE: Los policías no se acercan.
LA MUJER: Se mueren de miedo.
UN HOMBRE: Qué va. Es una estrategia. Saben lo que hacen. Tienen medios que no
conocemos. Pero saben lo que hacen, créanme. Ese tipo está perdido.
UN HOMBRE: La mujer también, no cabe duda.
UN HOMBRE: No se hace una tortilla sin romper los huevos.
LA MUJER: Pero que no toque al niño, el niño sobre todo, por Dios.
Zucco se acerca al chico empujando a la mujer, a la que sigue apuntando en el
cuello con la pistola. Después pisa con un pie la cabeza del chico.
LA MUJER: Ah, Dios mío, los niños ven cada cosa hoy en día...
UN HOMBRE: Nosotros también hemos visto cada cosa, cuando éramos niños...
LA MUJER: ¿A usted también lo ha amenazado un loco, por casualidad?
UN HOMBRE: ¿Y la guerra, señora, ya no se acuerda de la guerra?
LA MUJER: ¿Y qué? ¿Acaso los alemanes le ponían un pie en la cabeza y amenazaban
a su madre?
UN HOMBRE: Peor que eso, señora, peor que eso.
LA MUJER: En todo caso, ahí está usted vivito y coleando, viejo y bien gordo.
UN HOMBRE: Es usted una grosera, señora.
LA MUJER: Yo solo pienso en el niño, sólo pienso en el niño.
UN HOMBRE: Oiga, déjese ya de tanto niño. Quien tiene la pistola en la garganta
es ella.
LA MUJER: Sí, pero el que va a sufrir es el niño.
LA MUJER: A ver, señor, ¿esto es lo que llama la técnica especial de la policía?
Conque técnica. Quedándose en la otra punta. Lo que tienen es mieditis.
UN HOMBRE: He dicho que es una estrategia.
UN HOMBRE: ¡Estrategia mis cojones!
LOS POLICIAS: (Desde lejos.) Suelte el arma.
LA MUJER: Bien dicho.
LA MUJER: Estamos salvados.
UN HOMBRE: Dichosa estrategia.
UN HOMBRE: Preparan un golpe, ya lo he dicho.
LA MUJER: Yo al único que veo preparando un golpe es a ese.
UN HOMBRE: Además, el golpe ya está prácticamente hecho.
LA MUJER: Pobre niño.
UN HOMBRE: Señora, como siga con lo del niño le doy un golpe.
UN HOMBRE: ¿Les parece este momento de discutir? Un poco de dignidad. Somos
testigos de un drama. Estamos ante la muerte.
LOS POLICIAS: (Desde lejos) Le ordenamos que arroje el arma. Está rodeado. (El
gentío rompe en carcajadas.)
ZUCCO: Díganle que me entregue las llaves del auto. Es un Porsche.
LA SEÑORA: Imbécil.
LA MUJER: Dele la llave, dele la llave.
LA SEÑORA: Jamás. Que la coja él mismo.
UN HOMBRE: Le va a reventar la cara, querida señora.
LA SEÑORA: Mejor, así ya no veré las suyas. Mejor.
LA MUJER: Qué mujer tan horrible.
UN HOMBRE: Es mala. Hay tanta gente mala y cruel.
LA MUJER: Quítele las llaves a la fuerza. ¿No hay aquí un hombre que le registre
los bolsillos y le quite las llaves?
LA MUJER: A ver, usted, que sufrió tanto de niño, cuando los alemanes le pisaban
la cabeza amenazando a su madre, demuestre de una vez que tiene cojones,
demuestre de una vez que por lo menos le queda uno, aunque sea pequeño, aunque
esté reseco.
UN HOMBRE: Señora, se merece usted una cachetada. Suerte que soy un hombre de
mundo.
LA MUJER: Pues entonces regístrele los bolsillos, coja las llaves, y luego me
pega la cachetada.
El hombre se acerca temblando, extiende el brazo, rebusca en los bolsillos de la
señora, y extrae las llaves.
LA SEÑORA: Imbécil.
UN HOMBRE: (Triunfante.) ¿Ha visto? ¿Ha visto? Que traigan el Porsche.
(La señora ríe)
LA MUJER: Se ríe. Cómo podrá reírse cuando su hijo va a morir.
LA MUJER: Qué horror.
UN HOMBRE: Está loca.
UN HOMBRE: Dele las llaves a los policías. Que se ocupen ellos de eso, por lo
menos. Espero que por lo menos sepan conducir un auto.
El hombre regresa corriendo.
UN HOMBRE: No es un Porsche. Es un Mercedes.
UN HOMBRE: ¿Qué modelo?
UN HOMBRE: 280 SE, creo. Muy bonito.
UN HOMBRE: Un Mercedes, ese es un buen auto.
LA MUJER: Pues traigan de una vez ese auto de la marca que sea. Ese va a matar a
todo el mundo.
ZUCCO: Quiero un Porsche. No quiero que nadie se burle de mí.
LA MUJER: Dígale a los policías que busquen un Porsche. No discutan. Si está
loco, está loco. Hay que encontrarle un Porsche.
UN HOMBRE: Por lo menos eso sabrán hacer los policías.
UN HOMBRE: Por supuesto. Se mantienen apartados. Van hacia los policías.
UN HOMBRE: Que nos miren, a nosotros, que somos hombres del pueblo. Somos más
valientes que ellos.
LA MUJER: (Al chico.) Pobre pequeño. ¿No te hace daño ese pie tan malo?
ZUCCO: Cállese. No quiero que nadie le hable. No quiero que abra la boca. Tú,
cierra los ojos. No te muevas.
UN HOMBRE: ¿Y usted, señora, cómo se siente?
LA SEÑORA: Bien, gracias, bien. Pero me sentiría muchísimo mejor si cerraran el
pico y regresaran a sus cocinas a pegarles a sus hijos.
LA MUJER: Qué dura es, Qué dura es.
EL POLICIA: (Desde el otro lado de la gente) Aquí están las llaves del auto. Es
un Porsche. Está ahí. Puede verlo desde aquí. (A la gente) Pásenle las llaves.
UN HOMBRE: Pásenselas ustedes. Los asesinos son cosa de ustedes.
EL POLICIA: Tenemos nuestras razones.
LA MUJER: Razones del culo.
UN HOMBRE: No pienso tocar esas llaves. No es asunto mío. Soy padre de familia.
ZUCCO: Voy a liquidar a la mujer, y me pego un tiro en la cabeza. Mi vida me
importa un bledo. Les juro que me importa un bledo. Hay seis balas en el
cargador. Me llevo por delante a cinco y luego me mato.
LA MUJER: Que lo hace. Que lo hace. Vámonos.
EL POLICIA: No se muevan. Lo van a poner nervioso.
UN HOMBRE: Ustedes sí que nos ponen nerviosos de no hacer nada.
UN HOMBRE: No los molesten. Déjenlos tranquilos. Seguro que tienen un plan.
EL POLICIA: No se muevan. (Deja las llaves en el piso y las empuja con un bastón
entre las piernas de la gente hasta los pies de Zucco. Zucco se inclina
lentamente, recoge las llaves, se las guarda en el bolsillo.)
ZUCCO: Me llevo a la mujer. Apártense.
LA MUJER: El niño está a salvo. Gracias, Dios mío.
UN HOMBRE: ¿Y la mujer? ¿Qué le va a ocurrir a ella?
ZUCCO: Apártense.
Todos se apartan. Sujetando la pistola con una mano, Zucco se inclina, agarra
por los cabellos la cabeza del chico, y le dispara un tiro en la nuca. Gritos,
fuga. Sujetando la pistola contra la garganta de la mujer, Zucco, en el parque
ahora casi desierto, se dirige hacia el auto.

ESCENA 11 / EL TRATO
En la recepción del hotel, en el Pequeño Chicago. La patrona en su butaca, y la
chiquilla a la espera.
LA CHIQUILLA: Soy fea.
LA PATRONA: No digas tonterías, patito.
LA CHIQUILLA: Estoy gorda, tengo papada, dos tripas, unos pechos como balones de
fútbol, y en cuanto a las nalgas, menos mal que las tenemos detrás, así no las
vemos. Pero estoy segura de que son como jamones que se balancean a cada paso
que doy.
LA PATRONA: Te quieres callar, bobita.
LA CHIQUILLA: Estoy segura, estoy segura; ya veo a los perros, por la calle,
seguirme con la lengua fuera y las babas colgando de la boca. Si los dejase, me
morderían ahí como en el mostrador de una carnicería.
LA PATRONA: ¿Pero de dónde sacas eso, tontina? Eres bonita, eres redonda, estás
rellenita, tienes formas. ¿Crees que a los hombres les gustan las ramas de árbol
seco, que parece que se van a romper cuando las coges con la mano? Les gustan
las formas, pequeña, les gustan las formas que les llenen bien la mano.
LA CHIQUILLA: Me gustaría ser delgada. Me gustaría ser una rama de árbol seco
que parece que se va a romper.
LA PATRONA: Vaya, pues a mí no. Y además eres redondita hoy, puedes ser delgada
mañana. Una mujer cambia a lo largo de su vida. No tienes que preocuparte por
eso. Cuando yo era una chiquilla como tú, estaba delgada, delgada, era casi
transparente, sólo un poco de piel y unos cuantos huesos. Ni sombra de pecho.
Lisa como una tabla. Eso me enfurecía, porque en esa época ya me gustaban los
chicos. Soñaba con redondearme, soñaba con tener unos senos preciosos. Entonces
me colocaba unos pechos de cartón que me hacía yo misma.. Pero los chicos se
daban cuenta, y siempre que pasaban por mi lado me daban cada codazo en el pecho
que me lo dejaban completamente aplastado. Al cabo de unas cuantas veces, clavé
una aguja dentro del pecho, y los gritos se oyeron en todo el pueblo, puedes
creerme. Después, ya sabes, todo empezó a redondearse, a llenarse, y yo estaba
muy contenta. Tranquilízate, gorrioncillo; eres redondita hoy, puedes ser
delgada mañana.
Entra el hermano, conversando con el cafichoo. Ni siquiera miran a la chiquilla.
EL CAFICHO: (Impaciente.) Demasiado caro.
EL HERMANO: No tiene precio.
EL CAFICHO: Todo tiene un precio, y el tuyo es demasiado alto.
EL HERMANO: Cuando se le puede poner precio a algo, es que no vale gran cosa.
Quiere decir que se puede discutir, rebajar, subir el precio. Yo he fijado el
precio en abstracto porque no tiene precio. Es como un cuadro de Picasso. ¿Le
has oído decir a alguien que es caro? ¿Has visto alguna vez a un vendedor
bajando el precio de un Picasso? El precio que se fija en estos casos, es una
abstracción.
EL CAFICHO: Entretanto, es una abstracción que va a pasar de mi bolsillo al
tuyo, y el vacío que se va a formar en mi bolsillo no me parece tan abstracto.
EL HERMANO: Un vacío semejante se vuelve a llenar. Lo volverás a llenar muy
aprisa, créeme, y olvidarás el precio que has pagado en menos tiempo del que
empleas discutiendo. Pero yo no pienso discutir. Lo tomas o lo dejas. Haces el
negocio del año, o sigues en la miseria.
EL CAFICHO: No te impacientes, no te impacientes. Estoy reflexionando.
EL HERMANO: Pues reflexiona, reflexiona, pero no tardes mucho. Tengo que
acompañar a mi hermana a casa de su madre.
EL CAFICHO: De acuerdo, hecho.
EL HERMANO: (A la chiquilla) Te brilla la nariz, pichoncito. Conviene que te la
empolves un poco. (La chiquilla sale. La miran.) ¿Qué te parece mi Picasso?
EL CAFICHO: De todos modos me parece caro.
EL HERMANO: Te hará ganar tanto dinero que olvidarás el precio. Intercambio de
dinero.
EL CAFICHO: ¿Cuándo estará disponible?
EL HERMANO: No te impacientes, no te impacientes; tenemos todo el tiempo del
mundo.
EL CAFICHO: No,no tenemos todo el tiempo del mundo. Tú tienes el dinero, yo
quiero a la chica.
EL HERMANO: La tienes, la tienes, es como si la tuvieras.
EL CAFICHO: Ahora que tienes el dinero, te arrepientes.
EL HERMANO: No me arrepiento de nada, de nada. Pienso.
EL CAFICHO: ¿Qué piensas? No es momento de pensar. Entonces, ¿cuándo?
EL HERMANO: Mañana, pasado mañana.
EL CAFICHO: ¿Por qué no hoy?
EL HERMANO: Sí, ¿por qué no hoy? Esta noche.
EL CAFICHO: ¿Por qué no ahora?
EL HERMANO: Te impacientas, te impacientas. (Se oyen los pasos de la chiquilla)
Ahora mismo, de acuerdo. (El hermano desaparece y se oculta en una habitación.)
Entra la chiquilla.
LA CHIQUILLA: ¿Dónde está mi hermano?
EL CAFICHO: Me ha encargado que me ocupe de ti.
LA CHIQUILLA: Quiero saber dónde está mi hermano.
EL CAFICHO: Anda, ven conmigo.
LA CHIQUILLA: No quiero ir con usted.
LA PATRONA: Obedece inmediatamente, pava. No se discuten las órdenes de un
hermano.
La chiquilla y el caficho salen. El hermano sale de la habitación y se sienta
frente a la patrona.
EL HERMANO: Yo no quería, patrona, se lo juro. Ha sido ella la que ha insistido,
ha sido ella la que ha querido venir a este barrio a hacer la calle. Está
buscando a no sé quién, y quiere encontrarlo. Está segura de que lo va a
encontrar aquí. Yo no quería. He cuidado de ella como ningún hermano ha cuidado
nunca de su hermana. Mi pollito, mi pequeña adorada, jamás he querido a nadie
como la he querido a ella. No puedo evitarlo. La desgracia ha caído sobre
nosotros. Ha sido ella quien lo ha querido, yo sólo lo he consentido. Nunca he
podido dejar de consentirle todo a mi hermanita. Es la desgracia que nos ha
escogido y se ceba en nosotros.
LA PATRONA: Eres una basura.

ESCENA 12 / LA ESTACION
En una estación de ferrocarril
ZUCCO: Roberto Zucco.
LA SEÑORA: ¿Por qué repite todo el tiempo ese nombre?
ZUCCO: Porque tengo miedo de olvidarlo.
LA SEÑORA: Nadie olvida su propio nombre. Debe ser lo último que se olvida.
ZUCCO: No, no; yo lo olvido. Lo veo escrito en mi cerebro, cada vez peor
escrito, cada vez menos claro, como si se borrase; tengo que mirar cada vez más
de cerca para conseguir leerlo. Tengo miedo de encontrarme de pronto sin saber
mi nombre.
LA SEÑORA: Yo no lo olvidaré. Seré su memoria.
ZUCCO: (Después de un tiempo) Me gustan las mujeres. Me gustan demasiado las
mujeres.
LA SEÑORA: Nunca es demasiado.
ZUCCO: Me gustan, me gustan, todas. No hay bastantes mujeres.
LA SEÑORA: Entonces, yo le gusto.
ZUCCO: Sí, claro, es una mujer.
LA SEÑORA: ¿Por qué me ha traído con usted?
ZUCCO: Porque voy a tomar el tren.
LA SEÑORA: ¿Y el Porsche? ¿Por qué no se va en el Porsche?
ZUCCO: No quiero hacerme notar. En un tren, nadie se fija en nadie.
LA SEÑORA: ¿Se supone que debo tomarlo con usted?
ZUCCO: No.
LA SEÑORA: ¿Por qué no? No tengo ningún motivo para no tomarlo con usted. Desde
que lo vi no me ha desagradado. Voy a tomarlo con usted. Además, es lo que
desea, de otro modo me habría matado o abandonado en cualquier parte.
ZUCCO: Necesito que me dé dinero para tomar el tren. No tengo dinero. Mi madre
tenía que dármelo pero se olvidó.
LA SEÑORA: Las madres siempre se olvidan de dar dinero. ¿Dónde quiere ir?
ZUCCO: A Venecia.
LA SEÑORA: ¿Venecia? Qué ocurrencia.
ZUCCO: ¿Conoce Venecia?
LA SEÑORA: Por supuesto. Todo el mundo conoce Venecia.
ZUCCO: Allí es donde he nacido.
LA SEÑORA: Bravo. Siempre he pensado que nadie nacía en Venecia, y que todo el
mundo moría allí. Los bebés deben nacer cubiertos de polvo y telarañas. En todo
caso, Francia lo ha limpiado a fondo. No veo ni rastro de polvo. Francia es un
detergente excelente. Bravo.
ZUCCO: Tengo que marcharme, es indispensable; tengo que marcharme. No quiero que
me cojan. No quiero que me encierren. Me da pánico estar entre toda esa gente.
LA SEÑORA: ¿Pánico? Pórtese como un hombre. Tiene un arma; los pondría en fuga
sólo con sacarla del bolsillo.
ZUCCO: Precisamente porque soy un hombre tengo pánico.
LA SEÑORA: Pues yo no lo tengo. Después de todo lo que usted me ha hecho ver, ni
lo tengo ni lo he tenido nunca.
ZUCCO: Es precisamente porque nunca ha sido un hombre.
LA SEÑORA: Es usted complicado, muy complicado.
ZUCCO: Si me cogen, me encerrarán. Si me encierran, me volveré loco. Además, ya
me vuelvo loco ahora. Hay policías por todas partes, hay gente por todas partes.
Ya estoy encerrado entre toda esa gente. No los mire, no mire a nadie.
LA SEÑORA: ¿Acaso doy la impresión de querer denunciarlo? Imbécil. Lo habría
hecho hace tiempo. Pero esos idiotas me repugnan. Usted, usted me gusta mucho
más.
ZUCCO: Fíjese en todos esos locos. Fíjese en el aspecto tan malvado que tienen.
Son asesinos. Jamás había visto tantos asesinos juntos. A la más mínima señal en
su cabeza, se lanzarían a matarse entre ellos. Me pregunto por qué la señal no
se dispara ahí, ahora, en sus cabezas. Porque todos están listos para matar. Son
como ratas en jaulas de laboratorio. Tienen ganas de matar, se les nota en la
cara, y en la manera de andar; veo sus puños cerrados en sus bolsillos.
Reconozco a un asesino a primera vista; tienen las ropas manchadas de sangre.
Aquí, están por todas partes; hay que quedarse tranquilo, sin moverse; debemos
ser transparentes. Porque si no, si los miramos a los ojos, si se dan cuenta que
los miramos, si se ponen a mirarnos y a vernos, la señal se dispara en sus
cabezas, y matan, matan. Y como haya uno que empiece, todos van a matar a todos.
Todos esperan tan solo esa señal en sus cabezas.
LA SEÑORA: Basta. No irá a tener un ataque de nervios. Voy a comprar los dos
billetes. Pero tranquilícese, o nos haremos notar. (Al cabo de un tiempo) ¿Por
qué lo mató?
ZUCCO: ¿A quién?
LA SEÑORA: A mi hijo, imbécil.
ZUCCO: Porque era un mocoso.
LA SEÑORA: ¿Quién se lo ha dicho?
ZUCCO: Usted. Dijo que era un mocoso. Dijo que la tomaba por idiota.
LA SEÑORA: ¿Y si a mí me gustara que me tomen por idiota? ¿Y si me gustaran los
mocosos? ¿Y si me gustaran los mocosos más que nada en el mundo, más que los
mayores? ¿Si odiara todo, todo menos los mocosos?
ZUCCO: Lo hubiera dicho.
LA SEÑORA: Lo he dicho, imbécil, lo he dicho.
ZUCCO: No hacía falta negarme las llaves. No hacía falta humillarme. Yo no
quería matarlo, pero todo se ha ido encadenando solo por culpa del asunto del
Porsche.
LA SEÑORA: Mentiroso. No se encadenaba nada, todo se atravesó. Era a mí a quien
apuntaba con su arma. ¿Por qué le voló a él la cabeza, con toda esa sangre?
ZUCCO: Si hubiese sido su cabeza, también habría saltado sangre.
LA SEÑORA: Pero yo no la habría visto, imbécil, yo no la habría visto. Mi sangre
me importa un bledo, ya no me pertenece. Pero la de mi hijo, he sido yo quien se
la metió en las jodidas venas, es asunto mío, era mío, no se pueden derramar mis
asuntos de cualquier manera, en un parque, a los pies de una pandilla de
imbéciles. Ya no tengo nada mío, ahora. Cualquiera puede caminar sobre lo único
que me pertenecía. Los jardineros lo limpiarán todo mañana por la mañana. ¿Qué
me queda, ahora, que me queda?
Zucco se pone en pie.
ZUCCO: Me marcho.
LA SEÑORA: Voy con usted.
ZUCCO: No se mueva.
LA SEÑORA: No tiene ni con qué tomar el tren. Ni siquiera me ha dejado el tiempo
de dárselo. No le deja a nadie tiempo de ayudarlo. Es usted como una navaja
automática que de vez en cuando cierra y guarda en su bolsillo.
ZUCCO: No necesito ayuda.
LA SEÑORA: Todo el mundo necesita ayuda.
ZUCCO: No vaya a llorar. Tiene el aspecto de una mujer a punto de llorar. Lo
detesto.
LA SEÑORA: Me ha dicho que le gustan las mujeres, todas las mujeres, incluso yo.
ZUCCO: Menos cuando ponen cara de mujeres que van a llorar.
LA SEÑORA: Le juro que no lloraré.
Llora. Zucco se aleja.
LA SEÑORA: ¿Y su nombre, imbécil? ¿Es capaz de decírmelo ahora? ¿Quién lo
recordará por usted? Ya lo ha olvidado, estoy segura. Estoy sola, ahora, para
recordarlo. Se va a marchar sin su memoria.
Zucco sale. La señora permanece sentada y contempla los trenes.

ESCENA 13 / OFELIA
El mismo lugar, de noche. La estación está desierta. Se oye caer la lluvia.
entra la hermana.
LA HERMANA: ¿Dónde está mi paloma? ¿A qué inmundicia ha sido arrastrada? ¿En qué
infame jaula ha sido encerrada? ¿Qué animales perversos y viciosos la rodean?
Quiero encontrarte, tortolita mía, te buscaré hasta que me muera. (Tiempo.) El
macho es el animal más repugnante entre todos los animales repugnantes que
produce la tierra. Hay un olor en el macho que me asquea. A ratas en las
cloacas, a cerdos en el lodo, un olor a estanque donde se pudren cadáveres.
(Tiempo.) El macho es sucio, los hombres no se lavan, dejan que la suciedad y
los líquidos repugnantes de sus secreciones se acumulen en sus cuerpos, y no los
tocan, como si fueran bienes preciados. Los hombres no se huelen entre ellos
porque todos tienen el mismo olor. Por eso se relacionan entre ellos, todo el
tiempo, y andan con putas, porque las putas aguantan ese olor por dinero. He
lavado tanto a esa pequeña. La he lavado tantas veces antes de la cena, y la he
bañado por la mañana, le he frotado la espalda y las manos con el cepillo, y le
he cepillado las uñas por dentro, le he lavado el pelo todos los días, y le he
cortado las uñas, la he lavado de arriba abajo todos los días con agua caliente
y jabón. La he tenido blanca como una paloma, le he peinado las plumas como a
una tortolita. La he protegido y guardado en una jaula siempre limpia para que
no manchara su blancura inmaculada, en contacto con la suciedad de este mundo,
con la suciedad de los machos, para que no se dejara apestar por la peste del
olor de los machos. Y ha sido su hermano, esa rata entre las ratas, ese cerdo
apestoso, ese varón corrompido, el que la ha ensuciado y hundido en el cieno y
arrastrado por los cabellos hasta su estercolero. Hubiera debido matarlo,
hubiera debido envenenarlo, hubiera debido impedir que rondara la jaula de mi
tortolita. Hubiera debido levantar alambradas en torno a la jaula de mi amor.
Hubiera debido aplastar a esa rata con el pie y quemarla en la estufa. (Tiempo.)
Todo está sucio aquí. Toda la ciudad está sucia y poblada de machos. Que llueva,
que siga lloviendo, que la lluvia lave un poco a mi tortolita en el estercolero
donde se encuentra.

ESCENA 14 / LA DETENCION
El barrio del Pequeño Chicago. Dos policías. Unas putas, entre ellas la
chiquilla.
POLICIA PRIMERO: ¿Has visto a alguien?
POLICIA SEGUNDO: Es de idiotas. El nuestro es un trabajo de idiotas. Quedarnos
aquí plantados, como señales de estacionamiento. Más nos valdría volver a
tráfico.
POLICIA PRIMERO: Es normal. Aquí fue donde mató al inspector.
POLICIA SEGUNDO: Por eso. Es el único sitio donde no volverá.
POLICIA PRIMERO: Un asesino vuelve siempre al lugar del crimen.
POLICIA SEGUNDO: ¿Volver aquí? ¿Para qué iba a volver? No ha dejado nada, ni
equipaje, ni nada. No está loco. Somos dos señales de estacionamiento
completamente inútiles.
POLICIA PRIMERO: Volverá.
POLICIA SEGUNDO: Mientras tanto, podríamos tomar un trago con la patrona del
hotel, y comentar el caso con las señoritas en otra parte, entre toda esa gente
tan apacible y tranquila, el Pequeño Chicago es el barrio más tranquilo de la
ciudad.
POLICIA PRIMERO: Hay un fuego bajo las cenizas.
POLICIA SEGUNDO: ¿Un fuego? ¿Qué fuego? ¿Dónde ves tú el fuego? Hasta las
señoritas son apacibles y tranquilas como secretarias; los clientes se pasean
como por un parque, y los cafichos recorren su territorio como libreros
controlando si todos los libros están en las estanterías y no les falta ninguno.
¿Dónde ves tú el fuego? Ese tipo no volverá, te apuesto lo que quieras, te
apuesto un trago con la patrona.
POLICIA PRIMERO: Pues bien que volvió a su casa tras matar a su padre.
POLICIA SEGUNDO: Porque tenía algo que hacer allí.
POLICIA PRIMERO: ¿Y qué era lo que tenía que hacer?
POLICIA SEGUNDO: Matar a su madre. Y cuando lo hizo, ya no volvió. Y como aquí
ya no hay ningún inspector al que matar, no volverá. Me siento como un idiota;
siento que me crecen raíces y hojas por los brazos y las piernas. Siento que me
estoy hundiendo en el asfalto. Vamos a tomarnos un trago con la patrona. Todo
está en calma; todo el mundo se pasea tranquilamente. ¿Tú ves a alguien con
pinta de asesino?
POLICIA PRIMERO: Un asesino nunca tiene pinta de asesino. Un asesino se pasea
tranquilamente entre los demás como tú y como yo.
POLICIA SEGUNDO: Tendría que estar loco.
POLICIA PRIMERO: Un asesino está loco por definición.
POLICIA SEGUNDO: No estés tan seguro, no estés tan seguro. A veces casi siento
ganas de matar yo también.
POLICIA PRIMERO: Pues bien, a veces debes estar casi loco.
POLICIA SEGUNDO: Puede ser, puede ser.
POLICIA PRIMERO: Estoy seguro.
Entra Zucco.
POLICIA SEGUNDO: Pero jamás - aunque estuviera loco, aunque fuera un asesino -
jamás me pasearía tranquilamente por el lugar de mi crimen.
POLICIA PRIMERO: Mira ese tipo.
POLICIA SEGUNDO: ¿Cuál?
POLICIA PRIMERO: El que se pasea tranquilamente, ahí.
POLICIA SEGUNDO: Aquí todo el mundo se pasea tranquilamente. El Pequeño Chicago
se ha convertido en un parque donde hasta los niños podrían jugar a la pelota.
POLICIA PRIMERO: El de la ropa sucia.
POLICIA SEGUNDO: Sí, ya lo veo.
POLICIA PRIMERO: ¿No te recuerda a alguien?
POLICIA SEGUNDO: Puede ser, puede ser.
POLICIA PRIMERO: Parece él.
POLICIA SEGUNDO: Imposible.
LA CHIQUILLA: (Al ver a Zucco.) Roberto. (Corre hacia él y lo abraza.)
POLICIA PRIMERO: Es él.
POLICIA SEGUNDO: No hay duda.
LA CHIQUILLA: Te he buscado, Roberto, te he buscado, te he traicionado, he
llorado, llorado hasta convertirme en una isla pequeñita en medio del mar, y las
últimas olas me están ahogando. He sufrido tanto, que mi sufrimiento podría
inundar los abismos de la tierra y desbordar los volcanes. Quiero quedarme
contigo, Roberto; quiero vigilar cada latido de tu corazón, cada aliento de tu
pecho; con la oreja pegada a ti escucharé el ruido de los engranajes de tu
cuerpo, vigilaré tu cuerpo como un mecánico vigila su máquina. Guardaré todos
tus secretos, seré el cofre de tus secretos; seré la bolsa donde ocultarás tus
misterios. Velaré tus armas, las protegeré de la herrumbre. Serás mi agente y mi
secreto y yo, en tus viajes, seré tu equipaje, tu cargador y tu amor.
POLICIA PRIMERO: (Se acerca a Zucco.) ¿Quién es usted?
ZUCCO: Soy el homicida de mi padre, de mi madre, de un inspector de policía y de
un niño. Soy un asesino.
Lo detienen.
ESCENA 15 / ZUCCO AL SOL
Los tejados de la prisión, a mediodía. No se ve a nadie a lo largo de toda la
escena, exceptuando a Zucco, cuando trepa al tejado. Voces mezcladas de guardias
y presos.
UNA VOZ: Roberto Zucco se ha escapado.
UNA VOZ: Otra vez.
UNA VOZ: ¿Pero quien lo vigilaba?
UNA VOZ: ¿Quién lo tenía a su cargo?
UNA VOZ: Parecemos tontos.
UNA VOZ: Parecen tontos, sí. (Risas.)
UNA VOZ: Silencio.
UNA VOZ: Tiene cómplices.
UNA VOZ: No; precisamente porque no tiene cómplices siempre consigue escaparse.
UNA VOZ: Solo.
UNA VOZ: Solo, como los héroes.
UNA VOZ: Hay que buscar en los recovecos de las galerías.
UNA VOZ: Estará escondido en alguna parte.
UNA VOZ: Estará acurrucado en un escondrijo, temblando.
UNA VOZ: Seguro que no está temblando, sino riéndose de ustedes.
UNA VOZ: Zucco se ríe de todo el mundo.
UNA VOZ: No irá muy lejos.
UNA VOZ: Es una prisión moderna. Nadie puede evadirse.
UNA VOZ: Es imposible.
UNA VOZ: Estrictamente imposible.
UNA VOZ: Zucco está perdido.
UNA VOZ: Zucco estará perdido, pero por el momento, está trepando al tejado y
riéndose de ustedes.
Zucco, con el torso y los pies desnudos, alcanza la coronación del tejado.
UNA VOZ: ¿Qué está haciendo ahí?
UNA VOZ: Baje inmediatamente. (Risas.)
UNA VOZ: Zucco está perdido. (Risas.)
UNA VOZ: Zucco, Zucco, dinos como te las arreglas para no quedarte en prisión ni
una hora.
UNA VOZ: ¿Cómo lo haces?
UNA VOZ: ¿Por dónde te has largado? Dinos el truco.
ZUCCO: Por arriba. No hay que tratar de atravesar los muros, porque detrás de
los muros hay otros muros, y siempre está la prisión. Hay que escapar por los
tejados, hacia el sol. Jamás alzarán un muro entre el sol y la tierra.
UNA VOZ: ¿Y los guardias?
ZUCCO: Los guardias no existen. Basta con no verlos. De todos modos, yo podría
agarrar a cinco con una sola mano y aplastarlos de un golpe.
UNA VOZ: ¿De dónde te viene tu fuerza, Zucco, de dónde te viene tu fuerza?
ZUCCO: Cuando avanzo, me ciego, no veo los obstáculos, y, como no los miro, caen
solos ante mí. Soy solitario y fuerte, soy un rinoceronte.
UNA VOZ: Pero tu padre, y tu madre, Zucco. No hay que tocar a los padres.
ZUCCO: Es normal matar a los padres.
UNA VOZ: Pero un niño, Zucco; no se mata a los niños. Se mata a los enemigos, se
mata a la gente capaz de defenderse. Pero a un niño, no.
ZUCCO: No tengo enemigos y no ataco. Aplasto a los otros animales, no por
maldad, sino porque no los veo y les pongo el pie encima.
UNA VOZ: ¿Tienes dinero? ¿Dinero escondido en alguna parte?
ZUCCO: No tengo dinero, en ninguna parte. No necesito dinero.
UNA VOZ: Eres un héroe, Zucco.
UNA VOZ: Es Goliat.
UNA VOZ: Es Sansón.
UNA VOZ: ¿Quién es Sansón?
UNA VOZ: Un rufián de Marsella.
UNA VOZ: Yo lo conocí en la cárcel. Una auténtica mala bestia. Capaz de
romperles la cabeza a diez hombres a la vez.
UNA VOZ: Mentiroso.
UNA VOZ: Sólo con los puños.
UNA VOZ: No, con una quijada de asno. Y no era de Marsella.
UNA VOZ: Y se dejó joder por una mujer.
UNA VOZ: Dalila. Un asunto de pelos. Lo conozco.
UNA VOZ: Siempre hay una mujer que traiciona.
UNA VOZ: Estaríamos todos en libertad sin las mujeres.
El sol asciende, brillante, extraordinariamente luminoso. Se alza un fuerte
viento.
ZUCCO: Miren el sol. (En el patio se hace un silencio total.) ¿No ven nada? ¿No
ven como se mueve de un extremo a otro?
UNA VOZ: No se ve nada.
UNA VOZ: El sol nos lastima los ojos. Nos deslumbra.
ZUCCO: Miren lo que sale del sol. Es el sexo del sol; de ahí surge el viento.
UNA VOZ: ¿Qué? ¿El sol tiene sexo?
UNA VOZ: ¡Cállense!
ZUCCO: Muevan la cabeza; verán cómo se mueve con ustedes.
UNA VOZ: ¿Qué es lo que se mueve? Yo no veo que se mueva nada.
UNA VOZ: ¿Cómo quieres que se mueva algo ahí arriba? Todo está colocado ahí
desde la eternidad, y bien clavado; y bien atornillado.
ZUCCO: Es la fuente de los vientos.
UNA VOZ: Ya no vemos nada. Hay demasiada luz.
ZUCCO: Vuelvan el rostro hacia Oriente y se desplazará hacia allá y si vuelven
el rostro hacia Occidente, los seguirá.
Se alza un viento huracanado. Zucco vacila.
UNA VOZ: Está loco. Va a caer.
UNA VOZ: Detente, Zucco; te vas a romper la cabeza.
UNA VOZ: Está loco.
UNA VOZ: Va a caer.
El sol asciende, tornándose cegador, como el resplandor de una bomba atómica. No
se ve nada.
UNA VOZ: (Gritando.) Cae.
Fin

UN CUENTO ALEMÁN de Alejandro Tantanián

UN CUENTO ALEMÁN
de Alejandro Tantanian


“El hombre es un dios cuando sueña
y un mendigo cuando reflexiona.”

“Las olas del corazón
no estallarían en tan bellas espumas
ni se convertirían en espíritu,
si no chocaran con el destino,
esa vieja roca muda.”

FRIEDRICH HÖLDERLIN



UN CUENTO ALEMÁN
de Alejandro Tantanian
se estrenó el 12 de Abril de 1997
en la sala Callejón
(Buenos Aires).

Narrador 1: Javier Lorenzo
Narrador 2: Rubén Szuchmacher [1]

Asistencia de dirección: Ángeles Salvador
Fotografías: Magdalena Viggiani
Prensa: Tommy Pashkus, Daniel Colombo
Operador de luces. Mariano Dobrysz
Realización de vestuario: Carmen Montecalvo
Realización escenográfica: Eugenio Gallina, Francisco Caciullo, Carlos Acosta.

Voz en off: Rubén Szuchmacher
Diseño de movimiento: Alejandra Alzaibar
Banda de sonido: Edgardo Rudnitzky
Violín solista: Javier Casalla
Diseño de iluminación: Alejandro Le Roux
Diseño de vestuario: Oria Puppo
Diseño de escenografía: Alicia Leloutre

Dirección: Alejandro Tantanian



Un cuento alemán
Primera mención
del Concurso de Dramaturgia
del Fondo Nacional de las Artes
(1997).

Un cuento alemán
fue escrita gracias a la Beca para Perfeccionamiento en Dramaturgia,
otorgada por la Fundación Antorchas.

La puesta en escena de
Un cuento alemán
se realizó en coproducción con el Teatro General San Martín
y contó con un auspicio, mediante un subsidio, del Fondo Nacional de las Artes.
Algunos datos


Friedrich Hölderlin nace en 1770.
Durante su rígida formación religiosa en el Seminario de Tübingen, que comparte con Hegel y Sche­lling, bebe, con sed insaciable, en la cultura griega.
Su obra se precipita desde las formas apolíneas al abismo dionisíaco.
Prefigura, anuncia a Nietzsche.
Abandona su carrera religiosa y se dedica a ser preceptor en casas de familias acomodadas.
En uno de sus empleos, conocerá a Susette Gontard, señora de la casa, a quien transformará, en un no velado homenaje a Platón, en Diótima. A ella irán dedicados su amor, varios de sus himnos y su novela epistolar: Hiperión. Aquel vínculo no prosperará.
Hace amistad con Schiller. Es rechazado por Goethe. Se lo expulsa de los cenáculos literarios.
Busca, pese a todo, un sonido oculto en la naturaleza. Pre­tende habitar el silencio. Intenta hacer es­tallar los sonidos de la creación.
Susette Gontard muere en 1802. Él no resistirá aquella au­sencia.
Alrededor de 1806 se interna para siempre en la habitación cerrada de una torre. Bajo el manto de la locura vive aislado la exacta mitad de sus días.
Muere en 1843.
Sabiéndose ignorado por sus contemporáneos, espera, con ferocidad, ser descubierto.
Serán muchos los exégetas. Varias generaciones cantarán sus himnos, habitarán junto a él el silencio ence­rrado en las palabras.



Wilhelm Waiblinger nace en 1804.
Es poeta. Decide conocer al hombre encerrado en la torre: Friedrich Hölderlin.
Sabe de su locura. Admira su obra.
Waiblinger idea la escritura de una novela a la que llamará Faetón.
En ella, en abierta alusión al mito, hablará de un ser que, por querer aproximarse demasiado a los dio­ses, pierde su propia vida. Waiblinger ve en Hölderlin un correlato de ese mito.
Mediante aquellas visitas a Hölderlin, intentará capturar la esencia del poeta para transmutarla en parte de su propia obra.
Toma, entonces, apuntes de sus encuentros con “el poeta de la torre”.
La posteridad olvidará su obra.
Será recordado por siempre a través de aquellas tímidas notas: único testimonio de la fase oscura del gran poeta ale­mán.
Muere en 1830.
Hölderlin, en un gesto irónico, lo sobrevive 13 años.



Un escenario del siglo XIX.
-1830-
En Alemania.
El telón es bordó y está raído.
La embocadura es ancha.
La sala está repleta y las velas vomitan sombras en las paredes manchadas por el humo y la humedad.

Se alza el telón, con forzosa lentitud.

ACTO I

Ruidos.
Silencio en la sala, murmullos que se apagan.

Abrasado por la luz de las candilejas, envuelto en sombras, está allí, en el centro de la escena WILHELM WAIBLINGER: un hombre joven, de 26 años, vestido de rigu­roso blanco.
Lleva el rostro sobrecargado de maquillaje.
Sonríe.
Una vez levantado el telón y tras una breve pausa, WAIBLINGER traza con su mano izquierda un reco­rrido en el aire, un semicírculo: algo que se eleva para caer.

Esta es la historia de Faetón, hijo del Sol.
Faetón discute violentamente con Épafo. Éste último, harto de su con­tendiente le dice: “Crees cuanto tu madre te asegura acerca de tu nacimiento; presu­mes vana­mente, ya que presumes por quien nunca fue tu padre.” Faetón, enfurecido por tal injuria, fue a referir a la autora de sus días, Clymene, el ultraje recibido de Épafo, con estas frases trémulas: “¡Cuánto he sufrido, madre, por no contestar ofensa tal ante la duda! ¡Díme si dijo Épafo la verdad! ¡Díme quién fue mi progenitor!” Abrazado a Clymene le rogó mil veces le diera las señas precisas de aquel a quien debía la vida. Apiadada del ruego, elevando la vista y los brazos hacia el Sol, ex­clamó: “Yo te juro, hijo mío, por esta lumbre que nos hace ver, por ese mismo dios que entiende mi ju­ramento, que eres hijo de ese mismo astro que ves y que anima a todo el Universo. Que yo me ciegue si te miento. Que un rayo me fulmine si juro en falso. Pero si aún dudas... ya sabes el camino de la verdad. Parte y aprende tú mismo la razón de tu origen.” A estas palabras solemnes, Faetón, enajenado de ale­gría, creyéndose trans­portado al alto Cielo, atravesó la tierra entera y llegó hasta el verdadero Oriente, donde su padre, el Sol, reinaba...

Un pesado telón se precipita desde lo alto.
(Un río, una empalizada que lo bordea, pequeñas casas y al fondo, coronando la es­tampa, una torre de madera, redonda: la torre de la casa Zimmer.)

WAIBLINGER: Este es el lugar de la acción. Un pueblo de Alemania. Un bello y tranquilo pueblo de Alemania. Un río bordea el pueblo. Allí una torre. Y en la torre habita un hombre. Su nombre es Frie­drich. Friedrich Höl­derlin. Hace ya algunos años que vive en esta pe­queña porción del mundo.

Sonido a puerta que se cierra.

Aquella mañana el sol se demoraba en salir. Waiblinger había decidido aquella visita hacía ya algu­nos meses.
Debía escribir su Faetón. Y su obra hablaría de un hombre al borde del abismo.
La puerta se cerró con estruendo.
Sus ojos se enfrentaron al camino.

Mira a izquierda y derecha.

Aquella mañana de julio Waiblinger gol­pea a la puerta de la casa Zimmer.
Fue el mismo Zimmer quien abrió la puerta y pre­guntó por qué había llegado hasta allí.
“Para ver a Friedrich Hölderlin”, dijo Wai­blinger.
“¿Ver al señor Hölderlin? Es raro - dijo Zimmer - nadie pregunta por él, nadie pre­guntó por él du­rante todos estos años.”
Y le señaló el camino hacia la torre: una eterna escalera. Espiral.


An jenem Julimorgen klopft Waiblinger an die Tür des Hauses Zimmer.
Es war Zimmer selbst, welcher ihm die Tür öffnete und ihn fragte, weshalb er bis hierher gekommen war.
“Um Friedrich Hölderlin zu sehen”, sagte Wai­blinger.
“Um Herrn Hölderlin zu sehen? Das ist seltsam”, sagte Zimmer, “niemand fragt nach ihm, niemand fragte nach ihm wäh­rend der letzten Jahre.”
Und er zeigte ihm den Weg sum Turm: eine ewige Treppe. Spiralförmig.

Cae otro telón sobre el anterior.
(Una gran puerta de madera.)
Desde bambalinas se oyen golpes de nudillos sobre puerta de madera.

Se abre la puerta y en el centro de la habitación hay una figura encogida.

El aire estaba viciado.
La única ventana, redonda, estaba cerrada. Hölderlin estaba allí. De espaldas a la puerta. La cara aplas­tada contra el vidrio. Su brazo derecho descansaba al costado del cuerpo, laxo. El izquierdo estaba en tensión, los dedos golpeando el vidrio. Un ritmo extraño. Los cabellos largos y grasientos. De su mano derecha se aferraba una partitura.
Giró.
Y Waiblinger vio la cara del poeta.
Hölderlin se inclinó en una reverencia.

Pausa larga
De su boca se desprende un hilo de sangre espesa que se demora en sus ropas.
.
Yo vi su espalda, el agujero en la chaqueta, la camisa sucia debajo de la chaqueta, la camisa sucia aso­mando por el agujero en la chaqueta, el abismo.
No pude dejar de gritar su nombre
- Hölderlin. -
y pedirle que desarmara aquella humillante posi­ción, que yo no era merecedor de esa reverencia, que observara mi cara de frente. No dejó que termi­nara de decir su nom­bre y ya su cuerpo estallaba en un acceso de odio. La sangre había subido hasta su rostro. Los ojos se arrancaban de aquel lienzo oscuro que era su cara. No sé quién es ese hombre que nombra, gritó, no conozco a nadie que se llame así. No conozco a ningún ser bajo este cielo que lleve ese nom­bre.

Pausa.

Mi nombre es Wilhelm Waiblinger. Soy poeta. Llegué a este mundo hace 26 años.
Allí, frente a Hölderlin, mi boca se llenó de sangre.

Pausa.

EXCELENTÍSIMO WAIBLINGER. LA SANGRE DE SU CUERPO SE DERRAMA. TAMAÑA MUESTRA DE ADMIRACIÓN NO HABÍAN PRE­SENCIADO MIS OJOS. UN BELLO SACRIFICIO. QUI­ZÁS SU CUERPO ESTÉ RECHAZANDO LOS CADÁVERES DE TODOS AQUELLOS HOMBRES QUE DEVORÓ. Yo no soy mere­cedor de tan prolongada reverencia. Le­vántese, señor Scar­danelli.

Se hacía llamar Scar­danelli.
Había renunciado a su nombre.

Esta sangre me sorprende tanto a mí como a usted. A MÍ NO ME SORPRENDE SU SANGRE, DIGNÍSIMO WAIBLIN­GER. EN CUANTO A LA REVERENCIA NO ESTÉ USTED TAN SEGURO. TAL VEZ NO SEA MERECEDOR DE ELLA AHORA. PERO CON SEGURIDAD LA MERECERÁ EN EL FUTURO. TÓMELO COMO UN ADELANTO. ¿A QUÉ DEBO EL HONOR DE SU VISITA, POETA WAIBLINGER? Sólo quería co­nocerlo. OH, CLARO, CURIOSIDAD, LA BELLA CURIOSIDAD. No sólo curiosidad, señor. ¿QUÉ MÁS ENTON­CES? Admiración. ¿ADMIRACIÓN? ESO NO ES POSI­BLE. SCARDANELLI TIENE POCO TIEMPO DE VIDA. SCARDANELLI NO PUEDE DESPERTAR ADMIRACIÓN. SCARDANELLI AMA EL SILENCIO. Pero. Us­ted ha escrito otras cosas. ¿PERDÓN? Digo que usted ha es­crito otras cosas. An­tes... an­tes de ser... Scardanelli. YO SOY SCARDANELLI. NO PUDE HABER SIDO NADA AN­TES. ¿CONOCE USTED A MI MADRE? No tengo ese honor. TAL VEZ SE HAYA DEVORADO EL CUERPO DE MI MADRE. HACE TIEMPO QUE NO RE­CIBO NOTICIAS DE ELLA. QUIZÁS SEA USTED QUIEN LAS TRAIGA. USTED SE DEVORÓ EL CUERPO. RECONOZCO ESA SAN­GRE, NADÉ EN ELLA. ESTUVE DENTRO DE ESE CUERPO.

Pausa.

Y Hölderlin se dirigió al piano con la partitura que seguía pendiendo de su mano de­recha.

Cae otro pesado telón sobre el anterior.
(Un piano.)

Waiblinger no puede creer lo que está oyendo.
Hölderlin violenta su cuerpo hasta el límite de la sangre, hasta el límite de la enfer­medad.
Aquella melodía.
De pronto un sonido hueco.
Madera.
La cuerda que pulsa aquella tecla no existe.
Hölderlin detiene la eje­cución.

Waiblinger pre­gunta.

¿Por qué se detuvo, maestro Scardanelli? NO ME DETUVE, EXCELENTÍSIMO POETA. TERMINÉ. UN HOMBRE QUE SABE DEVO­RARSE CUER­POS ENTEROS NO PUEDE DEJAR DE CONOCER EL FINAL DE UNA SIMPLE MELODÍA. Eso de los cuerpos no es cierto. Es fruto de su imaginación aluci... SIGA. SIGA. IMAGINACIÓN ALUCINADA. No quise decir eso. PERO LO DIJO. Y ACABA DE VOMITAR OTRO CUERPO. Es sangre.

Pasa un dedo sobre mi cara y hunde el dedo en su boca.

NO, NO ES MI MADRE. ¿CONOCE USTED A SUSETTE? No. PERO OYÓ HABLAR DE ELLA. Eso sí.

Tal vez deba contarles, gentiles espectadores, quién es Susette.

Cae otro telón.
(En blanco.)

Susette Gontard, esposa de un hombre de negocios de Tubinga. La mujer que Höl­derlin transformó en Diótima. Diótima: la imagen del amor, según Platón. Hölderlin bebía en las fuentes griegas. Aquel viejo líquido alimentaba su sangre. Por eso la mujer de su vida debía ser rebautizada. Debía, entonces, lla­marse Diótima. Para compararse él a la grandeza de Platón, su amada debía llevar ese nombre. Y así fue que Susette Gontard respondió al amor de Platón. Y Hölderlin amaba a Dió­tima. A espaldas del ban­quero Gontard. Tras las cortinas. Por debajo de las cenas, en la mesa familiar. Hölderlin había sido em­pleado en la casa Gontard como precep­tor de los hijos del matrimonio. La formación de los niños ayuda al poeta a acercarse a su amada. Aquel amor acerca a Hölderlin a la locura.

Saca de uno de los bolsillos de su blanca chaqueta un papel cuidadosamente doblado.
Amarillo.
Ajado.
Recorrido con las manos y la vista hasta el cansancio, hasta la disolución de las palabras allí cifradas.
Lo despliega.
Posa su vista en él.

Estimado Hölderlin:
Tal vez sea muy tarde cuando lea Usted estas líneas. Quizás el tiempo haya jugado a nuestro favor. No lo sé. Sólo sé que me ha tocado en suerte la terrible tarea de comunicarle una ausencia. Las palabras faltan a mi pluma. Quisiera poder expresarme con mayor soltura. No desearía ser cruel.
Susette ha partido.
De noche.
La halló su esposo, allí, sobre la alfombra pequeña de la sala grande. Su cuerpo tendido, las manos aferrando los cabellos y un gesto calmo im­preso en el rostro. Pero su alma ocultaba el verdadero dolor. Dolor que sólo Dios y Usted, querido Hölderlin, conocieron.
No hubo, como podrá imaginar, última voluntad.
Es por esto que me tomo el atrevimiento de hablar por su amada Susette, y pedirle se presente cuanto antes a la mansión Gontard para des­pedir (aunque sea de incógnito) los restos de su Diótima.

Cae el telón sobre el cuerpo de WAIBLINGER.


ACTO II

Desde que Faetón llegó al palacio de su padre quiso acercarse a él. Estaba el dios cubierto con un manto de púrpura y sentado en un trono de brillantes esmeraldas; tenía a sus lados los Días, los Me­ses, los Años, los Siglos y las Horas. El Sol, en el centro de esta Corte, abría sus ojos omnipresentes, y viendo al atónito Faetón le ha­bló así: “ ¿Cuál es el objeto de tu viaje? ¿Te ha hecho venir hasta mí la pretensión de que yo te reconozca como hijo?” “ ¡Oh, dios de la luz!- respondió Faetón-, ¡Oh, padre mío! Si realmente lo eres, permíteme un signo que me valga para demostrar a todos que soy tu hijo! ¡Alíviame de la duda que me aflige!” Oídos estos lamentos, el Sol, despoján­dose de su gloria, le mandó acercarse y le abrazó paternalmente. “ Sí, tú eres mi hijo -respondióle.- Clymene fue poseída por mí. No puedo negarte lo que me pides. Te juraré la verdad por ese lago por el que los dioses ju­ran.” Faetón, conven­cido, pide el gobierno del carro del Sol, para, tal vez, un día, gobernar el Uni­verso. “¡Ah, hijo mío! -le reprocha el Sol- ¡Creo que me pides de­masiado! ¡Ojalá me pudiera desde­cir! Pretendes endiosarte... Los dioses consiguen todo aquello que pretenden. Pero... únicamente yo puedo conducir el carro de fuego que ilumina el Mundo. Al principio el camino es muy escarpado y mis corceles aún pueden ser contenidos. Al fin de la carrera, cuesta abajo, ¡cuánta experiencia se pre­cisa para frenarlos sin que se desboquen! La Tierra, que me recibe, nunca pierde el temor de que un día, en vez de acostarme lentamente, me precipite. No has de olvi­dar que el Cielo gira y que arras­tra a las estrellas en su revolución, ¡y que yo señalo mi curso en dirección opuesta! ¿Crees que he de confiarte mi carro un momento si­quiera? Para conducir mis caballos fogosos y encabritados, que van echando fuego por la boca, se necesi­tan, hijo mío, fuerza y habilidad que úni­camente yo poseo. Pero... me pides una prueba para que demuestre que soy tu padre. Todo, todo lo del mundo podría darte... ¡y me pides lo que me está vedado concederte! Faetón: re­cuerda, tu pedido será tu ruina. Pero juré por la laguna Estigia y para no ser perjuro he de supeditarme a tu exigen­cia.”

El rostro de WAIBLINGER está despintado.
El maquillaje corrido por el dolor y el sudor transforma su cara en una paleta furiosa.
Los ojos vueltos hacia adentro.
Inspeccionando las vísceras.

WAIBLINGER: Hölderlin recibió esa carta.
La carta que lo condujo al encierro, la carta que lo arrastró hasta la armadura, feroz. La carta de la diso­lución del cuerpo.
La carta bajo sus ropas narra toda la historia.
La sangre.
La boca llena de sangre narra también toda la historia.
Recibió esa carta hace ya muchos años.

Pausa.

Se sentó en una silla, de madera opaca, bañado por la luz de la tarde y abrió el so­bre.
Leyó.
Pesó cada palabra en el paladar.

Pausa larga.

Puedo imaginar los lentos movimientos de Hölderlin tras la lectura de la carta. Las manos doblando el papel. Con extrema lentitud. La vista posada en la pared contra­ria, la vista sólo posada, sus ojos miran hacia adentro, se hunden en la espesura del cuerpo, desandan el camino de las vísceras y ascienden hasta el laberinto del cere­bro. Deciden desarmar algunas puertas, quebrar las paredes del laberinto, allanar el camino, dar aire. Aliviar. Imagino los ojos vueltos hacia adentro en el dolor del final y decidiendo una operación definitiva. Los ojos de Hölderlin rompen, destrozan, arran­can, sacan de cuajo, violan las pare­des del cerebro. Hacen de esa masa dolorida un único sendero. Y se interna en su cuerpo. Desentraña los dolores del cuerpo y los nombra. Se hunden sus ojos en la conciencia del nombre y se rebautiza. Hölder­lin ha muerto, nace allí Scardanelli. Hölderlin da a luz en aquel sótano, las manos apre­sando el tibio testimonio de la muerte del Día: la carta.
Y la hunde en el bolsillo interno de la chaqueta para siempre.

Se palpa el bolsillo interno de su chaqueta.

Se levantó de la silla, enfrentó la tarde y dijo iré al entierro, ella me espera, antes que la tierra debo yo besar sus labios, dijo.
Abrió la puerta y caminó sin descanso.
Seis meses.

Pausa.

El camino bordeaba la línea del horizonte, se hundía en la noche.
Un camino hacia el sueño.
El cuerpo de la amada descansando lejos, fuera de allí, del otro lado de la luz.
Hölderlin deja crecer sus cabellos, sus uñas; la tierra se deposita entre los pliegues de la carne, la sangre se aglomera en la mirada.
Seis meses de dolor disuelven el cuerpo, así, son tiempos finales.

Pausa.

Frente a la casa Gontard, frente a la boca abierta de la sirvienta horrorizada dice Höl­derlin son tiempos finales, gentil señora, y por eso vengo a rescatar a la única per­sona que puede descansar sobre mi cuerpo, usted sabe a quién me refiero, y mira a la sirvienta, mira los ojos de la sirvienta y dice yo soy aquel que amó a la señora de esta casa, ella me enseñó una verdad, leve, como la respiración de los dio­ses, la verdad de los labios buscando otros labios y son tiempos finales, dice sobre el rostro en tensión de aquella pobre mujer, llame a la señora y dígale, Honorable Excelencia, que tenga a bien presentarse a esta puerta, frente a mi humilde persona que yo sa­bré tomarla entre mis brazos y conducirla hasta el lecho donde descansará, dice, por siempre, junto a mí, dijo. La sirvienta dijo entonces: la señora Susette ha muerto, se­ñor, hace seis meses.
Y él baja la cabeza, así, lentamente.
Y calla.
Un largo silencio se apodera de la casa.
Es el silencio de Hölderlin.
Y de alguna extraña manera el tiempo se detiene.

Largo silencio.

La cabeza baja, el mentón casi sobre el pecho, el viento sobre los cabellos inmóviles de barro. Luego levanta los ojos del piso y los cierra, se deja acariciar por el per­fume que sale de la casa.
Hölderlin abre los ojos y los hunde más allá de aquella mujer, más allá de aquella puerta y dice suave­mente: Diótima, querida Diótima, ése era el nombre que él supo darle en las cartas, el nombre de papel, decía ella, Diótima dice, tal vez puedas oírme, quizás me confunda en tu nombre por siempre, me di­suelva sin pausa entre las letras de tu nombre, digo, dice él, Diótima. Ya es tarde, ha caído la sombra sobre el día y ahora reinará el sueño, para siempre. Pongo fin a este camino, aquí, delante de esta puerta, frente a esta Excelentísima Dama, yo decido perderme en un labe­rinto de madera, Diótima amada, eres aire hoy y yo seré aquello que acaricies, una ventana sobre las aguas del río, unas pocas palabras sobre unos pocos papeles, melodías sobre un piano, un lugar en el silencio y esta carne que se disuelve, se duerme, amada Dió­tima. Llegué tarde, dice, no pude besar tus labios que ahora be­san la tierra, sólo resta decir gracias, Dignísima Dama, hacer esta profunda reve­ren­cia, dice e inclina su cuerpo así, y dar la espalda a esta puerta, a este jardín, a esta calle, dice.
Dar la espalda, dice.
Y se dirige a la casa del carpintero, a orillas del río y pide un cuarto para toda la eter­nidad.

Le habla a alguien: un ausente.

¿Cómo me veo?

Silencio.

Si no va a responder le pido, entonces, me alcance un espejo.

Silencio.

Quiero ver mi cara.

Su voz se quiebra.

Quiero que alguien me mire, aunque ese alguien sea yo mismo, quiero ver mi imagen reflejada en el espejo. Necesito verme, tengo miedo de desapa­recer.
Yo no quiero morir.
¿Lo ve? ¿Lo está viendo? Esto que ve es sangre y es real.
Es mía. Mía. Es la sangre mía. Mi sangre. Esta sangre que se escapa de la boca llena de sangre es la sangre de mi cuerpo.
¿No siente lástima por mí?
¿Puede ir hasta la torre Zimmer?
¿Puede avisarle a Hölderlin que Wai­blinger está muy enfermo?
No es lejos de aquí.
No pronuncie su apellido. Puede volverse un animal salvaje. Y si se inclina en pro­funda reverencia ante usted.
Si hace así con su cuerpo

Intenta cerrar su cuerpo en una reverencia.

Ni siquiera una reverencia puedo hacer.
El viejo Waiblinger. El poeta de la poesía no escrita.

Pausa.

La muerte debe ser así.

Vomita sangre.

¿Qué le parece esto? Es sangre.
Vaya y dígale a Hölderlin que venga.
Que yo lo necesito.
Un poeta loco y otro poeta enfermo de muerte.
¿A que no adivina cuál de los dos soy?
El loco o el moribundo.
Dos personajes patéticos vomitados en un escenario.

Pausa.

Este es el lugar de la acción. Un pueblo de Alemania. Un bello y tranquilo pueblo de Alemania. Un río bordea el pueblo...

Somos una manada de bestias entregada a la matanza. Animales desesperados buscando un arma que nos frene. Un tiro en medio de los ojos para caer de lado y descansar, de una buena vez. Hölderlin sabe lo que se encierra en el futuro. Bienve­nido sea el Horror.

Scardanelli, tal vez esto sea lo último que le diga. DEBE USTED SER MÁS VALIENTE, LA VIDA LO HA PREMIADO CON MUCHAS BELLAS COSAS. Creo que usted se equivoca. Nada en este mundo me ha satisfecho. USTED LO HA DICHO. LA OSCURIDAD GOBIERNA EL MUNDO. DESDE QUE FAETÓN SE ESTRELLÓ CON SU CARRO. SU PADRE, EL SOL, HA RENUNCIADO A SER SOL. Faetón. SÍ, FAETÓN. SU OBRA. ¿Cómo lo sabe? ¿CÓMO SÉ QUÉ? Eso, que mi obra trata de Faetón. PARA ESO HA VENIDO HASTA MÍ, PARA ESCRIBIR SU OBRA. LO QUE NO SÉ ES SI ESTARÉ A LA ALTURA DE SU HÉROE. TRANSFORMARME EN UN PERSONAJE MITOLÓGICO SERÁ UNA TAREA MUY DIFÍCIL. EN CUANTO A ESOS CUERPOS... QUIZÁS YO SEA SU PRÓXIMA VÍCTIMA. UTILI­ZARME COMO MODELO DE SU OBRA ES UN ACTO PARECIDO A LA ANTROPOFAGIA, ¿NO LO CREE ASÍ? No. No lo creo así, se­ñor Scardanelli. CUESTIÓN DE CRITERIOS. ¿PUEDO PEDIRLE ALGO? Usted dirá. QUIERO QUE CUENTE MI HISTORIA. Es lo que intentaré hacer con mi Faetón. RENUNCIE A SU FAETÓN. SÓLO NARRE MI HISTORIA. OLVÍDESE DEL CARRO DEL SOL, DE CLYMENE, DE ÉPAFO, DEL POBRE FAETÓN. OLVÍDELOS. DÉ­JE­LOS DESCANSAR EN PAZ, ELLOS YA FUERON NARRA­DOS. USTED VINO A MI PARA DEVORARME. HÁGALO DE UNA VEZ Y VÁYASE. VOMITE LUEGO MI CUERPO. ¿De qué habla? SI NO COMPRENDE AHORA, YA LO HARÁ MÁS ADELANTE.

Un silencio profundo se apodera de WAIBLINGER.
Prolongado.
El tiempo suficiente para generar una violenta tensión.

El telón se precipita sobre aquel cuerpo demorado.


ACTO III

Sobre el escenario vacío: WAIBLINGER.
Una expresión sin luz en la cara.
Las ropas manchadas.
Manchado el sillón.
Manchas en el piso.
Sangre.
Allí, espera.
Un hilo de saliva se desprende por la comisura derecha.
Cae sobre la falda.
Vuelve su vista al público.

WAIBLINGER: ¿Hay alguien ahí?
Soy Wilhelm Waiblinger, el poeta.
Ustedes me conocen.
Algo se parte en mi pecho.
Un sonido hueco.
¿No habrá nadie que me abrace?

“Faetón: re­cuerda, tu pedido será tu ruina.”
Tras estas palabras dio el Sol algunos consejos a su hijo, entrególe las riendas del carro y Faetón, entonces, partió.
Se hizo desenfrenada su carrera, y pronto debieron advertir los potros que el brazo que les guiaba no era el del poderoso Apolo, porque dejando el camino cotidiano se lanzaron por sendas desconocidas; despavorido, Faetón, no lograba enderezar el rumbo. No suelta ni estira las riendas. No sabe el nom­bre de ningún milagro celeste de los que contempla admirado. Se aproxima a la Tierra... Los montes se vuelven cenizas. Los picos más altos se incendian: antorchas descomunales. De esta aven­tura fogosa dicen que le quedó a Etiopía su tono moreno y a Libia su tierra yerma. Se retiraba el Nilo a los extremos del mundo. Huían los peces y los monstruos marinos a lo más profundo. Empezó a con­moverse el planeta terrestre. “Oh, padre de los dioses - clamó el mundo habitado -. Si es cierto que me miráis con placer, ¿por qué me lan­záis vuestra ira? Si he de morir por fuego, que yo sepa que el fuego me llega de vuestra mano y ello me servirá de consuelo. Advierte mi cabellera ardiente, mis ojos ahumados y ciegos para no veros... Quisiera merecer este castigo para no pensar en vuestra injusticia. Verás ardiendo mis dos polos y al pobre Atlas no pudiendo soste­ner ya la candente esfera sobre sus hombros.”

¿Hay alguien ahí?

Sonríe.

Soy Wilhelm Waiblinger, el poeta.
Ustedes me conocen.
Algo se parte en mi pecho.
Un sonido hueco.
¿No habrá nadie que me abrace?
Mi cuerpo es joven.
La espalda entregada a la mano amante,
el labio derramado, un leve temblor en el cuerpo
soy
el hombre deseante
la cabeza sobre las faldas
los dedos entre los cabellos como remos en el agua.
Amo aquel cuerpo.

Se refiere a Hölderlin.

Con violencia.
Hölderlin encarna secretamente a mi Diótima.
Mi Faetón.

Habla de su obra, la que nunca concluyó.

Y ahora caigo, sin descanso.
Sin Faetón.
¿Hay alguien ahí?

Un asistente aparece por izquierda. Se acerca a WAIBLINGER.

¿Puede darme ese cuchillo?
No me mire así. Sé lo que pido. Sólo obedezca.
Déme ese cuchillo.

El asistente entrega el cuchillo.

Soy ahora algo más que un pobre poeta enfermo.
Dése vuelta. Sí, usted. Quiero ver su espalda.

El asistente gira.

Así.
Su chaqueta. Es negra.
¿Podría agacharse? Siempre de espaldas.
Así.

WAIBLINGER eleva el cuchillo en el aire.
No vemos el cuchillo.
No sabemos lo que el filo deshace.

Ya está.
No es igual.
Ahora míreme.
Eso es.
Agáchese.
Como si hiciera una reverencia.
Así.
No es igual.
Incline más la espalda para que yo pueda verle el agu­jero en la chaqueta.

El asistente responde a las órdenes de WAIBLINGER.

Más.
Flexione las rodillas.
Así.
Su camisa es marrón, lleva una camisa marrón bajo la cha­queta negra, no es blanca.
¿No era blanca su camisa?
Yo vi una camisa blanca.

WAIBLINGER solloza.

Nunca podrá ser igual.
Nunca ese agujero en la chaqueta será el abismo en donde caí.
Hölderlin.

Y dice el nombre del poeta.

¿Hay alguien ahí?
Allí, dentro del cuerpo inclinado.
No merezco reverencia tan prolongada. Levántese Hölderlin.

Y repite el nombre del poeta.

Usted no es el poeta.
Él no hubiera soportado el decir de su nombre.

El asistente no puede esconder su asombro.

Un grito feroz hubiera desgarrado el silencio.

El asistente, obedeciendo, grita violentamente.
Y desarma la reverencia.
Su rostro está inflamado en sangre.

Maestro Scardanelli.
Abandonar el retiro de la torre Zimmer para visitar este cuerpo enfermo.
No debería haberse molestado.
De igual manera le agradezco la visita.
USTED SE HA DEVORADO LOS CUERPOS, QUERIDO WAIBLINGER, Y ÉSA ES LA PRUEBA A MI VER­DAD. Yo debo escribir mi Faetón. SU FAETÓN: SÓLO UN FRAGMENTO EN SU CABEZA. USTED, QUERIDO WAIBLINGER, ESCRIBIRÁ LAS PALABRAS QUE LO LLE­VARÁN A LA ETERNIDAD. Entonces, Scardanelli, recorda­rán mis versos. SUS PALABRAS HABLARÁN DE UN POETA AISLADO EN UNA TORRE. YO SERÉ EL POETA CIFRADO EN SUS PALABRAS, DULCE WAIBLINGER. ¿COMPRENDE AHORA EL POR QUÉ DE MI REVERENCIA? UN ADELANTO PARA SU POSTERIDAD. SERÁ USTED RECORDADO POR SIEMPRE, DIGNÍSIMO POETA: SÓLO DEBE NARRAR MI HISTORIA. Pero... yo debo escribir mi Faetón. FAETÓN HA CAÍDO SOBRE LA TIERRA Y HA DE­VUELTO LA NOCHE AL DÍA. CAMINAMOS, QUERIDO WAIBLINGER, POR LA LÍ­NEA DEL HORIZONTE Y CAEMOS DEL LADO DE LA SOMBRA.

WAIBLINGER se abre la camisa.

La mano sobre esta piel suave.
No supe, no sé lo que un cuerpo siente al roce de otro cuerpo.
Este cuerpo mío, furioso, se disuelve entre las aguas del río, se va.

Cierra sus ojos.

Mi pecho bajo la mano. La piel.

Acaricia su mano su pecho.

Así. El placer desatado.
El misterio develado.

Sigue acariciando su piel.
Abre los ojos.

Sobre el río los cuerpos amados.
Cuando los pálidos cuerpos se pudran en el agua
Dios comenzará lentamente a olvidarlos:
primero sus caras
luego sus manos
y sólo al final sus cabellos
luego serán carroña en aguas llenas de carroña.

Pausa.

Hölderlin.
Hölderlin, ¿hay alguien ahí?
La carta.

Busca en el bolsillo de su chaqueta.

Debo haberla perdido.
Un papel.
Un papel y tinta.
Debo escribir.

Sangre desde su boca.

El siglo está pariendo un monstruo.
Las piernas se abren con violencia
y el sexo se desgarra
hasta la garganta.
La criatura nace
con la boca abierta
y
los dientes violentan el cuerpo que le dio
la vida.

El siglo alumbra su propio horror.
El carro de Faetón.
Todos vamos en él.

Vomita sangre.

Una bandada de caballos precipitados sobre el cielo
cayendo en la página de la tierra
la sombra
del otro lado del horizonte
la noche sobre la cabeza de
Faetón
mi cuerpo muerto sobre las aguas
del río
ya.

El asistente se retira.
En silencio.
WAIBLINGER cierra los ojos.

Hölderlin
yo soy

Pausa.

yo soy
Waiblinger.

Abre los ojos.
Un imperceptible hilo de sangre se desprende del labio.
Bordea el mentón y cae suavemente sobre la falda para precipitarse luego sobre el piso manchado.
El telón realiza, entonces, el mismo recorrido que la sangre.

El padre de los dioses se subió a lo más alto del Olimpo, punto desde el cual so­lía arrojar sus rayos. Rápidamente arrojó uno de éstos contra Faetón con tal suerte que despojó de su vida al necio y ciego conductor de carros.
Lo mismo que cae una estrella, cayó Faetón sobre la Tierra.
Le dieron sepultura y pusieron el siguiente Epitafio: “Aquí yace Faetón, que conducía el carro de su padre el Sol.”
Y todo el Universo hubo de conllevar su pena.
Clymene, su madre, enloquecida, se echó a buscar los restos amados salidos de sus entrañas, y al hallarlos por fin, tirada sobre la tumba, cubierta de lágrimas, noche y día dejaba pasar llamándole monótona, quejumbrosamente.
Cuatro veces se ocultó la Luna.
Y el Sol, inconsolable, renegaba de ser Sol.
El mundo, entonces, se hundió en las tinieblas.


BUENOS AIRES,
ABRIL DE 1995 - ABRIL DE 1997.
[1] Este personaje fue estrenado por Leo Granulles.