martes, 21 de octubre de 2008

Roberto Zucco. Bernard-Marie Koltês.

PERSONAJES
ROBERTO ZUCCO
SU MADRE
LA CHIQUILLA
SU HERMANA
SU HERMANO
SU PADRE
SU MADRE
EL SEÑOR MAYOR
LA SEÑORA ELEGANTE
EL FORZUDO
EL CAFICHO IMPACIENTE
LA PUTA ALTERADA
EL INSPECTOR MELANCOLICO
UN INSPECTOR
UN COMISARIO
GUARDIA PRIMERO
GUARDIA SEGUNDO
POLICIA PRIMERO
POLICIA SEGUNDO
HOMBRES. MUJERES. PUTAS. CAFICHOS.
VOCES DE PRESOS Y DE GUARDIAS


ESCENA 1 / LA EVASION
El camino de ronda de una prisión, a ras del tejado. Los tejados de la prisión,
hasta su coronación. A esa hora en que los guardias, cansados del silencio y
hartos de escrutar la oscuridad, son, a veces, víctimas de alucinaciones.
GUARDIA PRIMERO: ¿Has oído algo?
GUARDIA SEGUNDO: No. Nada de nada.
GUARDIA PRIMERO: Tú nunca oyes nada.
GUARDIA SEGUNDO: ¿Y tú, has oído algo?
GUARDIA PRIMERO: No, pero tengo la impresión de haber oído algo.
GUARDIA SEGUNDO: ¿Has oído o no has oído?
GUARDIA PRIMERO: No he oído por los oídos, pero tengo la idea de haberoído algo.
GUARDIA SEGUNDO: ¿La idea? ¿Sin usar los oídos?
GUARDIA PRIMERO: Tú nunca tienes ideas, por eso nunca oyes nada ni ves nada.
GUARDIA SEGUNDO: No oigo nada porque no hay nada que oír y no veo nada porque no
hay nada que ver. Nuestra presencia aquí es inútil, por eso siempre acabamos
discutiendo. Completamente inútil: los fusiles, las sirenas mudas, nuestros ojos
abiertos cuando a estas horas todo el mundo los tiene cerrados. Me parece inútil
mantener los ojos abiertos para contemplar la nada, y los oídos alerta para no
escuchar nada, cuando a estas horas nuestros oídos deberían escuchar el ruido de
nuestro universo interior y nuestros ojos contemplar nuestros paisajes
interiores. ¿Tú crees en el universo interior?
GUARDIA PRIMERO: Yo creo que no es inútil que estemos aquí, para impedir las
evasiones.
GUARDIA SEGUNDO: Pero si aquí no hay evasiones. Es imposible. La prisión es
demasiado moderna. Ni siquiera un preso pequeñito podría evadirse. Ni siquiera
un preso tan pequeño como una rata. Si llegara a atravesar las rejas grandes,
después hay otras más finas, como coladores, y luego otras aún más finas, como
tamices. Habría que ser de líquido para poder cruzarlas. Y una mano que ha
apuñalado, un brazo que ha estrangulado no pueden estar hechos de líquido. Al
contrario, deben volverse pesados y voluminosos. ¿Cómo crees que puede
ocurrírsele a alguien la idea de apuñalar o de estrangular, primero la idea, y
después pasar a la acción?
GUARDIA PRIMERO: Puro vicio.
GUARDIA SEGUNDO: Yo, que llevo seis años de guardia, siempre he observado a los
asesinos preguntándome donde podría encontrarse lo que los diferenciaba de mí:
guardia penitenciario incapaz de apuñalar o de estrangular, incapaz hasta de
pensarlo. He reflexionado, he buscado, incluso los he observado bajo la ducha
porque me dijeron que era en el sexo donde se alojaba el instinto asesino. He
visto más de seiscientos sexos, pues bien, no hay ningún punto en común entre
ellos; los hay grandes, los hay pequeños, los hay delgados, los hay chiquititos,
los hay redondos, los hay puntiagudos, los hay enormes, de ahí no se saca nada.
GUARDIA PRIMERO: Puro vicio, te digo. ¿No ves algo?
Aparece Zucco, caminando por el borde del tejado.
GUARDIA SEGUNDO: No, nada de nada.
GUARDIA PRIMERO: Yo tampoco, pero me parece ver algo.
GUARDIA SEGUNDO: Veo un tipo caminando por el tejado. Debe ser la falta de
sueño.
GUARDIA PRIMERO: ¿Qué iba a hacer un tipo en el tejado? Tienes razón. De vez en
cuando deberíamos cerrar los ojos sobre nuestro universo interior.
GUARDIA SEGUNDO: Yo diría que parece Roberto Zucco, el que han encerrado esta
tarde por el asesinato de su padre. Un animal furioso, un animal salvaje.
GUARDIA PRIMERO: Roberto Zucco. No me suena.
GUARDIA SEGUNDO: ¿Pero tú ves algo allí, o solo lo veo yo?
Zucco sigue avanzando , tranquilamente, por el tejado.
GUARDIA PRIMERO: Me parece que veo algo. Pero, ¿qué es?
Zucco empieza a desaparecer tras una chimenea.
GUARDIA SEGUNDO: Es un preso que se evade.
Zucco ha desaparecido.
GUARDIA PRIMERO: Mierda, tienes razón: es una evasión.
Disparos, focos, sirenas.

ESCENA 2 / ASESINATO DE LA MADRE
La madre de Zucco, en ropa de dormir, ante la puerta cerrada.
LA MADRE: Roberto, tengo la mano en el teléfono, descuelgo y llamo a la policía.

ZUCCO: Abreme.
LA MADRE: No.
ZUCCO: Si le doy un golpe a la puerta, se cae, tú lo sabes, no te hagas la
idiota.
LA MADRE: Pues hazlo, enfermo, loco, hazlo y despertarás a los vecinos. Estabas
más seguro en la cárcel, porque si te ven te linchan: aquí no se tolera que
alguien mate a su padre. En este barrio, hasta los perros te mirarán con malos
ojos.
Zucco golpea la puerta.
LA MADRE: ¿Cómo es que te has escapado? ¿Qué clase de cárcel es esa?
ZUCCO: Jamás me retendrán en prisión más de unas horas. Jamás. Abre; le harías
perder la paciencia a una ostra. Abre o te derribo la puerta.
LA MADRE: ¿Qué has venido a hacer aquí? ¿De dónde te viene esa necesidad de
volver? Yo ya no quiero verte, no quiero verte más. Ya no eres mi hijo, se
acabó. Tú para mí ya no vales más que una mosca de mierda.
Zucco tira la puerta abajo.
LA MADRE: Roberto, no te me acerques.
ZUCCO: He venido a buscar mi ropa.
LA MADRE: ¿Tu qué?
ZUCCO: Mi ropa.
LA MADRE: ¡Esa porquería! ¿Qué necesidad tienes de esa porquería de ropa? Estás
loco, Roberto. Hubiéramos tenido que darnos cuenta cuando estabas en la cuna, y
arrojarte a la basura.
ZUCCO: ¡Muévete, date prisa, tráemela!
LA MADRE: Te daré dinero. Es dinero lo que quieres. Te comprarás toda la ropa
que quieras.
ZUCCO: No quiero dinero. Ya te dije lo que quiero.
LA MADRE: No quiero, no quiero. Voy a llamar a los vecinos.
ZUCCO: ¡Quiero mi ropa!
LA MADRE: No grites, Roberto, no grites, me das miedo; no grites o despertarás a
los vecinos. No puedo dártela, es imposible; está sucia, está asquerosa, no
puedes ponértela así. Dame tiempo para que te la lave, para que te la seque,
para que te la planche.
ZUCCO: Yo la lavaré. En la lavandería automática.
LA MADRE: Desvarías, pobre infeliz. Estás completamente chiflado.
ZUCCO: Es el sitio que más me gusta en el mundo. Es apacible, tranquilo, y hay
mujeres.
LA MADRE: ¡Y a mí qué! No quiero dártela. No te acerques, Roberto. Aún llevo
luto por tu padre. ¿Acaso vas a matarme a mí también?
ZUCCO: No tengas miedo de mí, mamá. Siempre he sido dulce y amable contigo, ¿por
qué ibas a tenerme miedo? ¿Por qué no ibas a darme mi ropa? La necesito, mamá,
la necesito.
LA MADRE: No seas amable conmigo, Roberto. ¿Cómo quieres que olvide que has
matado a tu padre, que lo has tirado por la ventana, como quien tira una
colilla? Y ahora eres amable conmigo. No quiero olvidar que has matado a tu
padre, Roberto, y tu dulzura me hará olvidarlo todo.
ZUCCO: Olvida, mamá. Dame mi ropa, aunque esté sucia, aunque esté arrugada,
dámela. Y luego me marcharé, te lo juro.
LA MADRE: ¿He sido yo, Roberto, he sido yo quien te ha parido? ¿Has salido
realmente de mí? Si no te hubiese parido aquí mismo, si no te hubiese visto
salir de mí, y seguido con los ojos hasta que te acostaron en tu cuna; si no
hubiese fijado, desde entonces, mi mirada en ti sin desviarla jamás, vigilando
cada cambio de tu cuerpo, hasta ser incapaz de ver que se producían esos
cambios, y si no te viera ahora ahí, idéntico al que salió de mí en esta cama,
creería que no es mi hijo el que tengo delante. Pero te reconozco, Roberto.
Reconozco la forma de tu cuerpo, tu cintura, el color de tu pelo, el color de
tus ojos, la forma de tus manos, esas manazas fuertes que no han servido más que
para acariciar el cuello de tu madre, para apretar el de tu padre, a quien has
matado. ¿Por qué aquel niño, tan sensato durante 24 años, se ha vuelto loco
bruscamente? ¿Cómo te has descarrilado, Roberto? ¿Quién ha atravesado un tronco
de árbol en ese camino tan recto para hacerte caer al abismo? Roberto, Roberto,
un auto que se estrella en el fondo de un barranco no tiene arreglo. Un tren que
descarrila no puede volver a los rieles. Hay que abandonarlo, hay que olvidarlo.
Yo te olvido. Roberto. Ya te he olvidado.
ZUCCO: Antes de olvidarme, dime donde está mi ropa.
LA MADRE: Está ahí. en la cesta. Está sucia y arrugada. (Zucco saca la ropa). Y
ahora márchate, me lo has jurado.
ZUCCO: Sí, te lo he jurado.
Se acerca, la acaricia, la abraza, la estrecha, ella gime. La suelta y ella cae,
estrangulada. Zucco se desnuda, se pone la ropa y sale.
ESCENA 3 / BAJO LA MESA
En la cocina. Una mesa cubierta hasta el suelo por un mantel. Entra la hermana
de la chiquilla. Se dirige a la ventana, la entorna.
LA HERMANA: Entra, no hagas ruido, quítate los zapatos: siéntate ahí y calla.
(La chiquilla entra por la ventana.) Así que a estas horas de la noche, te
encuentro acurrucada al pie de un muro. Tu hermano está registrando la ciudad de
arriba abajo con el auto, y ten por seguro que cuando te encuentre te dará unos
buenos azotes, porque se ha llevado un susto de muerte. Tu madre se ha pasado
las horas en la ventana, haciendo toda clase de conjeturas, desde la violación
colectiva a manos de una pandilla de delincuentes, hasta el cuerpo descuartizado
que encontrarán en un bosque, por no mencionar al sádico que te habría
acorralado en el sótano, todo ha pasado por su cabeza. Y tu padre está ya tan
seguro de no volver a verte, que no ha parado de beber y duerme la borrachera en
el sofá, roncando con el ronquido de la desesperación. En cuanto a mí, doy
vueltas por el barrio como una loca y te encuentro ahí, simplemente acurrucada
al pie de un muro. Cuando hubiese bastado con que cruzaras el patio para
tranquilizarnos. Lo más que te hubiera pasado, es que tu hermano te diese una
buena tunda, y espero que te la dé hasta hacerte sangrar. Pero ya veo que has
decidido no hablarme. Has decidido guardar un silencio total. Silencio.
Silencio. Todos discuten a mi alrededor pero yo callo. Punto en boca. Veremos si
sigues callada cuando tu hermano te de una paliza. ¿Cuándo piensas abrir la boca
para explicarme por qué has vuelto tan tarde, cuando sólo tenías permiso hasta
la medianoche? Porque si no abres el pico, voy a empezar a asustarme, voy a
hacer toda clase de suposiciones yo también. Gorrioncillo mío, habla con tu
hermana, soy capaz de escucharlo todo, y te protegeré, te lo juro, de la cólera
de tu hermano. ¿Has vivido una pequeña aventura de chiquilla, has conocido un
chico y se ha portado como un idiota como todos los chicos, ha sido torpe, te ha
tratado con brusquedad?. Eso yo lo conozco, pichoncito, yo también he sido una
chiquilla, he ido a esas fiestas donde los chicos se portan como imbéciles.
Aunque te hayas dejado besar, ¿qué más da? Te dejarás besar mil veces más por
unos imbéciles, te apetezca o no; y te dejarás tocar el trasero, pobre infeliz,
quieras o no. Porque los chicos son imbéciles y lo único que saben hacer es
tocarle el trasero a las chicas. Les encanta. No entiendo que placer le
encuentran, es más, creo que no le encuentran ningún placer. Forma parte de su
tradición. No lo pueden remediar. Pura imbecilidad. Pero no hay que dramatizar.
Lo esencial es que no te dejes robar aquello que nadie te debe robar hasta que
llegue el momento. Pero yo sé que tú esperarás ese momento, que escogeremos,
todos juntos - tu madre, tu padre, tu hermano, y yo misma, y tú también, por
supuesto - O entonces tendrían que forzarte, ¿y quién se atrevería a forzar a
una chiquilla como tú, tan pura, tan virginal? Dime que no te han forzado. Dime,
dime que no te han robado eso, verdad, que nadie te debe robar.
Contesta.Contesta o me enfado. Escóndete en seguida bajo la mesa. Me parece que
ahí vuelve tu hermano.
La chiquilla desaparece bajo la mesa. Entra el padre en pijama, medio dormido.
Cruza la cocina, desaparece unos instantes, vuelve a cruzar la cocina y regresa
a su dormitorio.
Eres una chiquilla, eres una virgencita, eres la virgencita de tu hermana, de tu
hermano, de tu padre y de tu madre. No me digas esa cosa tan horrible. Calla. Me
vuelvo loca. Estás perdida, y todos nosotros nos hemos perdido contigo.
Entra el hermano, con gran estrépito. La hermana se abalanza sobre él.
LA HERMANA: No grites, no te pongas nervioso. No está aquí pero la han
encontrado. La han encontrado pero no está aquí. Tranquilízate o me volveré
loca. No puedo con tantas desgracias a la vez y como grites me mato.
EL HERMANO: ¿Dónde está? ¿Dónde está?
LA HERMANA: Está en casa de una amiga. Duerme en casa de una amiga, en la cama
de su amiga, caliente, segura, nada malo puede ocurrirle, nada. Nos ha ocurrido
una desgracia terrible. No grites, te lo suplico, porque puede que después te
arrepientas e incluso llores.
EL HERMANO: Nada podría hacerme llorar, salvo una desgracia terrible que le
ocurriera a mi hermanita. La he vigilado tanto, y esta noche se me ha escapado.
Se me ha escapado unas horas, frente a años y años de desvelos. La desgracia
necesita más tiempo para caer sobre alguien.
LA HERMANA: La desgracia no precisa tiempo. Llega cuando quiere, y lo transforma
todo en un instante. Destruye en un instante un objeto preciado que uno guarda
durante años. (Coge un objeto y lo deja caer al suelo). Y no podemos volver a
pegar los pedazos. Ni siquiera gritando, podríamos volver a pegar los pedazos.
Entra el padre. Cruza la cocina como la primera vez y desaparece.
EL HERMANO: Ayúdame, hermana mía, ayúdame. Eres más fuerte que yo. No soporto
las desgracias.
LA HERMANA: Nadie soporta las desgracias.
EL HERMANO: Compártela conmigo.
LA HERMANA: Ya no puedo más.
EL HERMANO: Voy a tomar un trago. (Sale)
Vuelve a entrar el padre.
EL PADRE: ¿Lloras hija mía? Me ha parecido oír llorar a alguien.
La hermana se pone en pie
LA HERMANA: No. Cantaba. (Sale.)
EL PADRE: Haces bien. Eso aleja la desgracia. (Sale.)
Al cabo de un momento, la chiquilla sale de debajo de la mesa, se acerca a la
ventana, la entorna, dejando entrar a Zucco.
LA CHIQUILLA: Quítate los zapatos. ¿Cómo te llamas?
ZUCCO: Llámame cómo quieras. ¿Y tú?
LA CHIQUILLA: Yo no tengo nombre. Me llaman todo el tiempo con nombres de
animales, pollito, pichoncito, gorrioncillo, alondra, estornino, palomita,
ruiseñor. Yo preferiría que me llamaran rata, serpiente de cascabel o lechón.
¿Qué haces en la vida?
ZUCCO: ¿En la vida?
LA CHIQUILLA: Sí, en la vida: tu oficio, tu trabajo, cómo ganas dinero, y todas
esas cosas que hace todo el mundo.
ZUCCO: Yo no hago lo que hace todo el mundo.
LA CHIQUILLA: Por eso, dime lo que haces.
ZUCCO: Soy agente secreto. ¿Sabes qué es un agente secreto?
LA CHIQUILLA: Sé lo que es un secreto.
ZUCCO: Un agente además de ser secreto, viaja, recorre el mundo, lleva armas.
LA CHIQUILLA: ¿Tú llevas un arma?
ZUCCO: Por supuesto que la llevo.
LA CHIQUILLA: Enséñamela.
ZUCCO: No.
LA CHIQUILLA: Entonces es que no llevas arma.
ZUCCO: Mira. (Saca un puñal)
LA CHIQUILLA: Eso no es un arma.
ZUCCO: Con esto puedes matar tan bien como con cualquier arma.
LA CHIQUILLA: Y además de matar, ¿qué más hace un agente secreto?
ZUCCO: Viaja, va a Africa. ¿Conoces Africa?
LA CHIQUILLA: Muy bien.
ZUCCO: Hay lugares maravillosos en Africa, montañas tan altas que siempre nieva
en ellas. Nadie sabe que en Africa nieva. Es lo que más me gusta en el mundo: la
nieve en Africa cayendo sobre los lagos helados.
LA CHIQUILLA: Me gustaría ver la nieve en Africa. Me gustaría patinar sobre los
lagos helados.
ZUCCO: También hay rinocerontes blancos que atraviesan el lago, bajo la nieve.
LA CHIQUILLA: ¿Cómo te llamas? Dime tu nombre.
ZUCCO: Jamás diré mi nombre.
LA CHIQUILLA: ¿Por qué? Quiero saber tu nombre.
ZUCCO: Es un secreto.
LA CHIQUILLA: Yo sé guardar secretos. Dime tu nombre.
ZUCCO: Lo he olvidado.
LA CHIQUILLA: Mentiroso.
ZUCCO: Andreas.
LA CHIQUILLA: No.
ZUCCO: Angelo.
LA CHIQUILLA: No te burles de mí o grito. No es ninguno de esos nombres.
ZUCCO: ¿Cómo lo sabes, si no lo sabes?
LA CHIQUILLA: Imposible. Lo reconocería enseguida.
ZUCCO: No puedo decirlo.
LA CHIQUILLA: Aunque no puedas decirlo, dímelo de todos modos.
ZUCCO: Si te lo dijera, moriría.
LA CHIQUILLA: Aunque tengas que morir, dímelo.
ZUCCO: Roberto.
LA CHIQUILLA: ¿Roberto qué más?
ZUCCO: Confórmate con eso.
LA CHIQUILLA: ¿Roberto qué más? Como no me lo digas, gritaré, y mi hermano, que
está furioso, te matará.
ZUCCO: Me has dicho que sabías lo que es un secreto. ¿De veras lo sabes?
LA CHIQUILLA: Es lo único que sé perfectamente. Dime tu apellido.
ZUCCO: Zucco.
LA CHIQUILLA: Roberto Zucco. Jamás lo olvidaré. Escóndete bajo la mesa: viene
alguien.
Entra la madre.
LA MADRE: ¿Hablas sola, mi ruiseñor?
LA CHIQUILLA: No. Canto para alejar la desgracia.
LA MADRE: Haces bien. (Ve el objeto roto.) Mejor. Hacía tiempo que quería
deshacerme de esta porquería.
Sale. La chiquilla se acerca a Zucco escondido bajo la mesa.
VOZ DE LA CHIQUILLA: Tú, amigo, me has quitado mi flor y te la vas a quedar.
Ahora ya no habrá nadie que me la pueda quitar. La tienes hasta el fin de tus
días, la tendrás incluso cuando me hayas olvidado o hayas muerto. Estás marcado
por mí como por una cicatriz tras una pelea. Yo no corro el riesgo de olvidar,
porque no tengo otra que darle a nadie; se acabó, solucionado, hasta el fin de
mi vida. La he dado y eres tú quien la tiene.

ESCENA 4 / LA MELANCOLIA DEL INSPECTOR
La recepción de un hotel de putas en el Pequeño Chicago.
EL INSPECTOR: Estoy triste, patrona. Siento el corazón pesado y no sé por qué.
Estoy triste a menudo, pero esta vez hay algo que falla. De costumbre, cuando me
siento así, con ganas de llorar o de morirme, busco la razón de ese estado.
Repaso todo lo ocurrido durante el día, durante la noche, y la víspera. Y
siempre acabo encontrando un acontecimiento sin importancia que, de momento, no
me ha impresionado, pero que, como un pequeño microbio repugnante, ha anidado en
mi corazón y me lo retuerce en todos los sentidos. Entonces, cuando descubro
cuál es ese suceso sin importancia que me hace sufrir tanto, me río, el microbio
queda aplastado como un piojo bajo la uña, y todo se arregla. Pero hoy he
buscado, me he remontado a tres días atrás, primero en un sentido y después en
otro, y ahora estoy de vuelta, sin saber de dónde viene el mal, tan triste como
antes y con el corazón igualmente pesado.
LA PATRONA: Hurga usted demasiado en los cadáveres y en los enredos de los
cafichos, inspector.
EL INSPECTOR: Tampoco hay tantos cadáveres. Pero cafichos, sí, hay demasiados.
Sería preferible más cadáveres y menos cafichos.
LA PATRONA: Yo prefiero a los cafichos: me ayudan a vivir y ellos mismos están
llenos de vida.
EL INSPECTOR: Tengo que irme, patrona. Adiós.
Zucco sale de la habitación, cierra la puerta con llave.
LA PATRONA: Nunca se debe decir adiós, inspector.
Sale el inspector, seguido por Zucco. Al cabo de unos instantes entra una puta
muy alterada.
LA PUTA : Patrona. patrona, fuerzas diabólicas acaban de atravesar el Pequeño
Chicago. El barrio entero está revuelto, las putas han dejado de trabajar, los
cafichos se han quedado con la boca abierta, los clientes han huido, todo se ha
detenido, todo está petrificado. Patrona, ha cobijado al demonio en su casa. Ese
muchacho que llegó hace poco, ese que no abre la boca, que no responde a las
preguntas de las chicas, como si no tuviera voz ni sexo; ese muchacho, sin
embargo, de mirada tan dulce; ese muchacho, tan guapo, sin duda, ya lo hemos
comentado mucho entre nosotras, ha salido detrás del inspector. Lo observamos,
nos reímos, nos imaginamos cosas. Camina detrás del inspector que parece sumido
en una profunda reflexión; camina tras él como su sombra; y la sombra se encoge
como al mediodía, se acerca cada vez más a la espalda encorvada del inspector, y
bruscamente saca un largo puñal de entre sus ropas, y lo clava en la espalda del
pobre hombre. El inspector se detiene. No se vuelve. Balancea suavemente la
cabeza, como si la profunda reflexión en que estaba inmerso acabara de encontrar
solución. Después todo su cuerpo se balancea, y se desploma en el suelo. Ni el
asesino ni su víctima se han mirado en ningún momento. El muchacho tenía los
ojos clavados en el revolver del inspector; se inclina, lo agarra, se lo guarda
en el bolsillo, y se va, tranquilamente, con la tranquilidad del demonio,
patrona. Porque nadie se ha movido, todo el mundo, inmóvil, ha contemplado cómo
se marchaba. Ha desaparecido entre la gente. Era el demonio lo que tenía bajo su
techo, patrona.
LA PATRONA: De todos modos, con el asesinato de un inspector, el muchacho está
acabado.

ESCENA 5 / EL HERMANO COMPLICE
La cocina. La chiquilla está apoyada en la pared, aterrorizada.
EL HERMANO: No tengas miedo de mí, pichoncito. No te haré daño. Tu hermana es
una estúpida. ¿Por qué cree que yo te iba a pegar? Ahora eres una mujer y yo
nunca le he pegado a una mujer. Me gustan mucho las mujeres; es lo que más me
gusta. Es mucho mejor que una hermana pequeña. Una hermana pequeña es una
molestia. Hay que vigilarla todo el tiempo, sin perderla de vista. ¿Para
proteger qué? ¿su virginidad? ¿Cuánto tiempo hay que estar vigilando la
virginidad de una hermana? Todo el tiempo que he pasado cuidando de ti es tiempo
perdido. Y echo de menos ese tiempo. Echo de menos cada día, cada hora que he
perdido vigilándote. Más valdría desflorar a las chiquillas en cuanto son
chiquillas, así se dejaría en paz a los hermanos mayores, que no tendrían nada
que vigilar y podrían ocupar su tiempo en otros asuntos. Me alegro que te hayas
dejado violar por un tipo, porque ahora tengo paz. Tú vas por tu camino, yo por
el mío, ya no te llevo a cuestas como una cruz. Vente mejor a tomar un trago
conmigo. Ahora tienes que aprender a no bajar los ojos, a no sonrojarte, a
atreverte a mirar a los chicos. Todo eso se acabó. Sé descarada. Levanta la
cabeza, mira a los chicos, míralos a la cara, les encanta. No sirve de nada que
sigas siendo recatada ni un minuto más. Hazte notar, pequeña, y en seguida.
Abandónate a la naturaleza, vete a hacer la calle en el Pequeño Chicago con las
putas, hazte puta: ganarás plata y no dependerás de nadie. Y si nos encontramos
en algún bar, te haré una seña y seremos hermano y hermana de bar, es menos
aburrido y te diviertes más. No pierdas más el tiempo bajando la mirada y
cerrando las piernas, pichoncito, eso ya no sirve de nada. De todos modos,
ahora, la boda se ha ido al diablo. Merecía la pena vigilarte para la boda,
merecía la pena que bajaras tímidamente los ojos hasta el día de la boda, pero
ahora la boda se fastidió, así que todo lo demás se fastidió también. De un solo
golpe, así todo se ha ido al demonio: la boda, la familia, tu padre, tu madre,
tu hermana; y a mí me da igual. Tu padre ronca de pena, y tu madre llora; más
vale dejarlos que lloren y ronquen y marcharse de casa. Puedes tener hijos: nos
da igual. Puedes no tenerlos, también nos da igual. Puedes hacer lo que quieras.
He dejado de vigilarte, y tú has dejado de ser una chiquilla. Ya no tienes edad;
podrías tener quince o cincuenta años, es lo mismo. Eres una mujer y a todo el
mundo le da igual.

ESCENA 6 / EL METRO
Bajo un cartel de "Se busca", con la foto de Zucco en el centro, sin nombre;
sentados uno junto al otro en el banco de una estación de metro, tras la hora
del cierre, un señor mayor y Zucco.
EL SEÑOR: Soy un viejo y me he entretenido más de la cuenta. Me alegraba de
haber tomado el último tren cuando de pronto, en una encrucijada de este
laberinto de pasillos y escaleras, ya no he reconocido mi estación, la que sin
embargo frecuento tan asiduamente, que creía conocer tan bien como mi cocina.
Ignoraba no obstante que oculta, tras el recorrido nítido que practico cada día,
un mundo oscuro de túneles, de direcciones desconocidas que hubiera preferido
seguir ignorando, pero que mi necia distracción me ha obligado a conocer. Y he
aquí que de pronto las luces se apagan y no dejan más claridad que la de esos
farolillos blancos, cuya existencia yo incluso ignoraba. Camino entonces,
derecho ante mí, en un mundo desconocido, lo más aprisa posible, que por cierto
no es mucho al tratarse de un anciano como yo. Y cuando al final de
interminables escaleras mecánicas detenidas, creo vislumbrar una salida, zas,
unas enormes rejas me cierran el paso. Y entonces heme aquí, en una situación
harto caprichosa para un hombre de mi edad, castigado por mi descuido y por la
parsimonia de mi paso, a la espera de no sé muy bien qué, y tampoco me interesa
demasiado saberlo, ya que a mi edad ciertas novedades son decididamente duras de
tragar. Sin duda es el amanecer, sí, sin duda es lo que espero en esta estación
que me era tan familiar como mi cocina, y que ahora me atemoriza. Sin duda estoy
esperando que las luces habituales vuelvan a encenderse y pase el primer metro.
Pero estoy inquieto porque ignoro cómo volveré a ver la luz del día tras una
aventura tan extravagante, esta estación nunca me parecerá la misma, ya no podré
ignorar la presencia de esos farolillos blancos que antes no existían; y,
además, una noche en blanco, no sé como puede transformar la vida, nunca me
había ocurrido, todo debe quedar desfasado, los días ya no deben alternarse con
las noches como antes. Me siento muy inquieto ante estas cosas. Pero usted,
joven, parece tener piernas muy ágiles y el espíritu muy claro, sí, veo su
mirada clara, y no turbia y necia como la de este viejo, es imposible creer que
se haya dejado confundir por esos pasillos y esas verjas cerradas; no, un joven
de espíritu claro como usted atravesaría incluso una verja cerrada como una gota
de agua pasaría a través de un colador. ¿Trabaja aquí por la noche? Hábleme de
usted, eso me tranquilizará.
ZUCCO: Soy un chico normal y razonable, señor. Nunca me he hecho notar. ¿Se
habría fijado en mí si no me hubiera sentado a su lado? Siempre he pensado que
la mejor manera de vivir tranquilo es siendo transparente como un cristal, como
un camaleón sobre una piedra, atravesar las paredes, carecer de color y de olor;
que las miradas de la gente te atraviesen y vean a la gente detrás de ti, como
si no estuvieras allí. Ser transparente es una tarea dura: es un oficio; es un
sueño antiguo, muy antiguo, el de ser invisible. No soy un héroe. Los héroes son
criminales. No existen héroes que no tengan las ropas empapadas en sangre, y la
sangre es lo único en el mundo que no puede pasar desapercibido. Es lo más
visible del mundo. Cuando todo haya sido arrasado, y una bruma de fin del mundo
envuelva la tierra, siempre quedarán las ropas empapadas en sangre de los
héroes. Yo he cursado estudios, he sido un buen alumno. Uno no se vuelve atrás
cuando se ha acostumbrado a ser un buen alumno. Estoy matriculado en la
universidad. Tengo mi sitio reservado en los bancos de la Sorbona, entre otros
buenos alumnos y nunca me hago notar. Le aseguro que hay que ser buen alumno,
discreto e invisible, para estar en la Sorbona. No es una de esas universidades
periféricas donde van los vagos y los que se creen héroes. Los pasillos de mi
universidad son silenciosos y los recorren sombras cuyo paso ni siquiera se oye.
A partir de mañana volveré a asistir a mi curso de lingüística. Mañana es el día
del curso de lingüística. Allí estaré, invisible entre los invisibles,
silencioso y atento en la bruma espesa de la vida corriente. Nada puede alterar
el curso de las cosas, señor. Soy como un tren que atraviesa tranquilamente una
pradera y que nada podría hacer descarrilar. Soy como un hipopótamo hundido en
el cieno que se desplaza lentamente y al que nada podría desviar del camino y
del ritmo que ha decidido tomar.
EL ANCIANO: Siempre se puede uno descarrilar, joven, sí, ahora sé que cualquiera
puede descarrilarse, en cualquier momento. Yo, que soy un hombre viejo, yo, que
creía conocer el mundo y la vida tan bien como mi cocina, fíjese, aquí estoy
fuera del mundo, en esta hora que ni siquiera existe, bajo una luz desconocida,
sumido en la inquietud de qué ocurrirá cuando se enciendan las luces habituales
y pase el primer metro, y la gente normal, como lo era yo, invada esta estación;
y yo, tras esta mi primera noche en blanco, no tendré más remedio que salir,
cruzar la verja abierta por fin, ver el día cuando no he visto la noche. Y ahora
no sé nada de lo que va a ocurrir, de la manera en que veré el mundo y en la que
el mundo me verá o no me verá. Porque ya no sabré cuál es el día y cuál es la
noche, ya no sabré qué hacer, daré vueltas por mi cocina en busca de la hora, y
todo eso me da mucho miedo, joven.
ZUCCO: Es como para tener miedo.
EL ANCIANO: Tartamudea usted, muy ligeramente, eso me gusta mucho. Me
tranquiliza. Ayúdeme en la hora en que el ruido irrumpa en este lugar. Ayúdeme,
acompañe a este viejo perdido hasta la salida; y tal vez más allá.
Las luces de la estación se encienden. Zucco ayuda al anciano a levantarse y lo
acompaña. Pasa el primer metro.

ESCENA 7 / DOS HERMANAS
En la cocina. La chiquilla, con una bolsa. Entra la hermana.
LA HERMANA: Te prohibo que te marches.
LA CHIQUILLA: Tú no puedes prohibirme nada. De ahora en adelante soy mayor que
tú.
LA HERMANA: ¿Qué dices? Eres un gorrioncillo posado en una rama. Y yo soy tu
hermana mayor.
LA CHIQUILLA: Tú eres una virgen perenne, no sabes nada de la vida, bien que has
cuidado de ti misma, bien que te has protegido. Yo soy mayor, he sido violada,
estoy perdida, tomo mis decisiones yo sola.
LA HERMANA: ¿No eres tú mi hermana pequeña, la que me contaba todas sus
confidencias?
LA CHIQUILLA: ¿No eres tú una solterona que no sabe nada de nada, y debería
callarse ante mi experiencia?
LA HERMANA: ¿De qué experiencia hablas? La experiencia de la desgracia no sirve
de nada. Sólo sirve para que la olvidemos lo antes posible. Tan sólo la
experiencia de la felicidad sirve de algo. Siempre recordarás las hermosas
veladas tranquilas que has pasado con tus padres, tu hermano y tu hermana; las
recordarás hasta que seas vieja. Mientras que la desgracia que ha caído sobre
nosotros, esa la olvidarás pronto, pajarillo mío, bajo la mirada de tu hermana,
de tu hermano y de tus padres.
LA CHIQUILLA: Lo que olvidaré y estoy olvidando ya, es a mis padres, a mi
hermano y a mi hermana; pero no mi desgracia.
LA HERMANA: Tu hermano te protegerá, mi pequeño vencejo: te querrá como nadie te
quiso nunca, porque siempre te ha querido como no ha querido a nadie. El sólo
será todos los hombres que tú puedas necesitar.
LA CHIQUILLA: No quiero que me quieran.
LA HERMANA: No digas eso. No hay ninguna otra cosa en la vida que valga la pena.
LA CHIQUILLA: ¿Cómo te atreves a decir eso? Nunca has tenido un hombre. Nunca te
han amado. Te has quedado sola toda tu vida, y has sido muy desgraciada.
LA HERMANA: Nunca he sido desgraciada hasta tu desgracia.
LA CHIQUILLA: Sí, yo sé que has sido muy desgraciada. Muchas veces te he
sorprendido llorando detrás de las cortinas.
LA HERMANA: Lloro sin motivo, siempre a la misma hora, para ganar ventaja, y
ahora, nunca volverás a verme llorar; ya he sacado mucha ventaja. ¿Por qué
quieres marcharte?
LA CHIQUILLA: Quiero encontrarlo.
LA HERMANA: No lo encontrarás.
LA CHIQUILLA: Lo encontraré.
LA HERMANA: Imposible. Sabes que tu hermano lo ha intentado durante días y
noches, para vengarte.
LA CHIQUILLA: Pero como yo no quiero vengarme, lo encontraré.
LA HERMANA: ¿Y qué harás cuando lo encuentres?
LA CHIQUILLA: Le diré una cosa.
LA HERMANA: ¿Qué cosa?
LA CHIQUILLA: Una cosa.
LA HERMANA: ¿Dónde piensas encontrarlo?
LA CHIQUILLA: En el Pequeño Chicago.
LA HERMANA: ¿Por qué quieres perderte, paloma inocente? No, no me abandones, no
me dejes tan sola. No quiero quedarme sola con tu hermano y con tus padres. No
quiero quedarme sola en esta casa. Sin ti mi vida no valdrá nada, y nada tendrá
sentido. No me abandones, te lo suplico, no me abandones. Detesto a tu hermano,
y a tus padres, y esta casa; sólo te quiero a ti, paloma, paloma; sólo existes
tú en mi vida. Entra el padre furioso.
EL PADRE: Su madre me ha escondido la cerveza. Tendré que pegarle como hacía
antes. ¿Por qué habré dejado de hacerlo? Me dolía el brazo, pero hubiera debido
esforzarme, hacer ejercicio, o encargarle a otro que lo hiciera por mí. Hubiera
debido seguir como antes, pegándole todos los días, a la misma hora. Pero el
caso es que he sido negligente, y ahora ella me esconde la cerveza, y estoy
seguro de que ustedes son sus cómplices. (Mira bajo la mesa) Quedaban cinco
botellas. Le pegaré cinco veces a cada una como no las encuentre.
Sale.
LA HERMANA: ¡Mi tortolita en el Pequeño Chicago! Qué infeliz debes ser, y cuánto
más lo serás.
Entra la madre.
LA MADRE: Su padre está otra vez borracho. Se ha soplado una cerveza tras otra.
¿Y ustedes, tan complacientes con ese viejo loco? Dejan que me enfrente sola con
ese borrachín. Les importa un bledo, dejan que nos arruine en alcohol. Son dos
tontas que solo hablan de bobadas, y me dejan solas con ese borracho. ¿Qué
significa esa bolsa?
LA HERMANA: Va a pasar la noche en casa de su amiga.
LA MADRE: Su amiga, su amiga... ¿A qué viene tanta amiga? ¿A qué vienen esas
historias entre chicas? ¿Acaso necesita pasar la noche con su amiga? ¿Las camas
son mejores que las nuestras? ¿La noche es más negra allí que aquí? Si aún
tuvieran edad, y yo fuerza, les pegaría a las dos.
Sale
LA HERMANA: No quiero que seas desgraciada.
LA CHIQUILLA: Soy desgraciada y soy feliz. He sufrido mucho, pero ese
sufrimiento me ha dado mucho placer.
LA HERMANA: Y yo moriré si me abandonas.
La chiquilla toma su bolsa y sale.

ESCENA 8 / JUSTO ANTES DE MORIR
Un bar de noche. Una cabina telefónica. Zucco sale disparado por la ventana, con
gran estrépito de cristales rotos. Gritos en el interior.Aglomeración en la
puerta.
ZUCCO: "Así yo fui creado como atleta,
Hoy tu cólera enorme me completa,
Oh mar, y soy grande sobre mi zócalo divino
De toda tu grandeza mordiendo mis pies en vano.
Desnudo, fuerte, la frente hundida en una sima de bruma".
UNA PUTA: Hace un frío horrible. Ese muchacho va a pescar un resfrío
mortal.
UN TIPO: No sufras por él. Está sudando, debe estar muy caliente por dentro.
ZUCCO: "Envuelto en ruido y en granizo y en espuma
Y en la noche y viento chocando furiosos,
Alzo mis brazos al éter tenebroso."
UN TIPO: Está borracho.
UN TIPO: Imposible. No ha bebido nada.
UNA PUTA: Está chiflado, eso es todo. Hay que dejarlo en paz.
FORZUDO: ¿Dejarlo en paz? ¿Lleva horas jorobándonos y aún tenemos que dejarlo en
paz? Que me busque de nuevo y le rompo la cabeza.
UNA PUTA: (Se acerca a Zucco para levantarlo) No busques más pelea, chico, no
busques más pelea. Esa carita tan guapa ya está bastante destrozada. ¿Quieres
que las chicas no se vuelvan ya a mirarte? Es una cosa muy frágil la carita,
nene. Te crees que es tuya para toda la vida y de pronto te la destroza un
atorrante que nada tiene que perder con la suya. Tú tienes mucho que perder,
nene. Una cara destrozada y tu vida entera se derrumba como si te hubieran
cortado el rabo. No lo piensas antes, pero te juro que lo pensarás después. No
me mires así, que voy a llorar, eres de la raza de los que te dan ganas de
llorar sólo con mirarlos.
Zucco se acerca al forzudo y le pega un puñetazo
UNA PUTA: No irán a empezar otra vez.
FORZUDO: No me busques, pequeño, no me busques.
Zucco le pega otro puñetazo. El forzudo se lo devuelve. Pelean.
UNA PUTA: Voy a llamar a la policía. Lo va a matar.
UN TIPO: Ni se te ocurra.
UN TIPO: De todos modos, ya lo ha tumbado otra vez.
Zucco se incorpora y persigue al forzudo que se alejaba. Se le acerca y le pega
en la cara.
UNA PUTA: No respondas, déjalo en paz, ya no se tiene en pie.
ZUCCO: ¡Pelea, cobarde, maricón, no tienes cojones!
El forzudo lo lanza por los aires.
FORZUDO: Una vez más, y lo aplasto como a un mosquito.
Zucco vuelve a incorporarse, buscando de nuevo pelea.
UNA PUTA: ( Al forzudo) No lo toques, no lo toques, no le hagas daño.
El forzudo tumba a Zucco de un puñetazo.
UN TIPO: Lo ha derribado, que bárbaro.
UNA PUTA: Era fácil. Tiene razón cuando dice que son unos cobardes.
FORZUDO: Un hombre no debe dejarse morder dos veces por el mismo perro.
Entran en el bar. Zucco se incorpora, se acerca a la cabina. Descuelga, marca un
número, espera.
ZUCCO: Quiero marcharme. Hay que marcharse en seguida. Hace demasiado calor, en
esta mierda de ciudad. Quiero ir a Africa, bajo la nieve. Tengo que marcharme
porque voy a morir, De todos modos, nadie se interesa por nadie. Nadie. Los
hombres necesitan a las mujeres y las mujeres necesitan a los hombres. Pero lo
que es amor, no hay. Me excito con las mujeres por compasión. Me gustaría volver
a nacer perro, para ser menos desgraciado. Perro callejero, buscador de basuras;
nadie se fijaría en mí. Me gustaría ser un perro amarillo, roído por la sarna,
del que uno se aparta sin prestarle atención. Me gustaría ser un buscador de
basuras por toda la eternidad. Creo que no hay palabras, no hay nada que decir.
Hay que dejar de enseñar palabras. Hay que cerrar las escuelas y ampliar los
cementerios. De todos modos, un año, cien años, da igual; antes o después todos
tenemos que morir, todos. Y eso, eso es lo que hace que los pájaros canten, que
los pájaros rían.
UNA PUTA: (En la puerta del bar) Ya les decía yo que estaba loco. Habla por un
teléfono que no funciona.
Zucco suelta el auricular, se sienta apoyándose en la cabina. El forzudo se
acerca a Zucco.
FORZUDO: ¿En qué piensas, pequeño?
ZUCCO: Pienso en la inmortalidad del cangrejo, de la babosa y del abejorro.
FORZUDO: Sabes, no me gusta pelearme. Pero me has buscado tanto pequeño, que uno
no puede quedarse sin responder. ¿Por qué has buscado tanto la pelea? Cualquiera
diría que quieres morir.
ZUCCO: No quiero morir. Voy a morir.
FORZUDO: Como todo el mundo, pequeño.
ZUCCO: No es una razón.
FORZUDO: Tal vez.
ZUCCO: El problema con la cerveza es que no la compramos, sólo la alquilamos.
Tengo que ir a orinar.
FORZUDO: Anda, antes de que sea tarde.
ZUCCO: ¿Es verdad que hasta los perros me mirarán con malos ojos?
FORZUDO: Los perros jamás miran a nadie con malos ojos. Los perros son los
únicos seres de los que te puedes fiar. O te quieren o no te quieren, pero nunca
te juzgan. Y cuando todo el mundo te haya dado la espalda, pequeño, siempre
quedará un perro que deambule por allí para lamerte la planta de los pies.
ZUCCO: "Morte villana, di pietá nemica,
di dolor madre antica
giudizio incontrastabile gravoso,
di te biasmar la lingua saffatica."
FORZUDO: Tienes que ir a mear.
ZUCCO: Es demasiado tarde.
Amanece. Zucco se duerme.

ESCENA 9 / DALILA
Una comisaría de policía. Un inspector, un comisario. Entra la chiquilla,
seguida por su hermano. Este se queda en la puerta, en penumbra. La chiquilla
avanza hacia la foto de Zucco y lo señala con el dedo.
LA CHIQUILLA: Lo conozco.
COMISARIO: ¿Qué es lo que conoces?
LA CHIQUILLA: Ese chico. Lo conozco muy bien.
EL INSPECTOR: ¿Quién es?
LA CHIQUILLA: Un agente secreto. Un amigo.
EL INSPECTOR: ¿Quién es ese tipo, detrás de ti?
LA CHIQUILLA: Mi hermano. Me ha acompañado. El me ha dicho que viniera a verlos
porque he reconocido la foto en la calle.
EL INSPECTOR: ¿Sabes que lo buscamos?
LA CHIQUILLA: Sí. Yo también lo busco.
EL INSPECTOR: ¿Es un amigo, dices?
LA CHIQUILLA: Un amigo, sí, un amigo.
EL INSPECTOR: Un asesino de policías. Te vamos a detener y acusar de
complicidad, por ocultar armas y no denunciar a un malhechor.
LA CHIQUILLA: Mi hermano me ha dicho que viniera a decirles que lo conozco. Yo
no oculto nada, no denuncio a nadie, lo conozco, eso es todo.
EL INSPECTOR: Dile a tu hermano que salga.
EL COMISARIO: ¿No has oído? Tú, fuera.
El hermano sale.
EL INSPECTOR: ¿Qué sabes de él?
LA CHIQUILLA: Todo.
EL INSPECTOR: ¿Francés? ¿Extranjero?
LA CHIQUILLA: Tenía un poco de acento extranjero, muy gracioso.
EL COMISARIO: ¿Germánico?
LA CHIQUILLA: No sé que quiere decir germánico.
EL INSPECTOR: Así que te ha dicho que era un agente secreto. Es extraño. En
principio, un agente secreto tiene que permanecer secreto.
LA CHIQUILLA: Le dije que le guardaría el secreto pasara lo que pasara.
EL COMISARIO: Bravo. Si todos los secretos se guardaran así, nuestro trabajo
sería fácil.
LA CHIQUILLA: Me dijo que se iba de misión a Africa, a las montañas, allí donde
hay nieve todo el tiempo.
EL INSPECTOR: Un agente alemán en Kenia.
EL COMISARIO: Las suposiciones de la policía no eran tan erróneas, después de
todo.
EL INSPECTOR: Eran exactas, comisario. (A la chiquilla) Su nombre, ahora. ¿Lo
sabes? Deberías saberlo si era amigo tuyo.
LA CHIQUILLA: Sí, lo sé.
EL COMISARIO: Dilo.
LA CHIQUILLA: Lo sé muy bien.
EL COMISARIO: Te burlas de nosotros, chiquilla. ¿Quieres una cachetada?
LA CHIQUILLA: No quiero una cachetada. Lo sé, pero no consigo decirlo.
EL INSPECTOR: ¿Cómo es eso de que no consigues decirlo?
LA CHIQUILLA: Lo tengo aquí, en la punta de la lengua.
EL INSPECTOR: En la punta de la lengua, en la punta de la lengua. ¿Quieres que
te demos de cachetadas, o de puñetazos, o tirones de pelo? Aquí tenemos salas
equipadas para esas cosas, sabes.
LA CHIQUILLA: No, no, si lo tengo aquí mismo. Ya va a salir.
EL INSPECTOR: Su nombre de pila, por lo menos. Tienes que acordarte, bien que se
lo habrás chupeteado en las orejas.
EL COMISARIO: Un nombre, un nombre. Cualquiera, o te llevo a rastras a la sala
de torturas.
LA CHIQUILLA: Andreas.
EL INSPECTOR: (Al comisario) Tome nota: Andreas. (A la chiquilla) ¿Estás segura?
LA CHIQUILLA: No.
EL COMISARIO: Yo la mato.
EL INSPECTOR: Suelta de una vez ese maldito nombre o te parto la cara. Date
prisa, o te acordarás.
LA CHIQUILLA: Angelo.
EL INSPECTOR: Un español.
EL COMISARIO: O un italiano, un brasileño, un portugués, un mexicano: yo conocía
un berlinés que se llamaba Julio.
EL INSPECTOR: Cuánto sabe, comisario. (A la chiquilla) Me estoy empezando a
poner nervioso.
LA CHIQUILLA: Ya lo siento en los labios.
EL COMISARIO: ¿Quieres un golpe en la boca, para que salga?
LA CHIQUILLA: Angelo, Angelo, Dolce, o algo así.
EL INSPECTOR: ¿Dolce? ¿Como dulce?
LA CHIQUILLA: Dulce, sí. Me dijo que su apellido se parecía a un nombre
extranjero que quería decir dulce, o azucarado. (Llora) Era tan dulce, tan
amable.
EL INSPECTOR: Hay muchas palabras para decir azucarado, supongo.
EL COMISARIO: Sucré, zuccherato, sweetened, gezuckert, ocukrzony.
EL INSPECTOR: Ya lo sé, comisario.
LA CHIQUILLA: Zucco. Zucco. Roberto Zucco.
EL INSPECTOR: ¿Estás segura?
EL COMISARIO: Zucco. ¿Con zeta?
LA CHIQUILLA: Con zeta, sí. Roberto. Con una zeta.
EL INSPECTOR: Acompáñela para que haga la declaración.
LA CHIQUILLA: ¿Y mi hermano?
EL COMISARIO: ¿Tu hermano? ¿Qué hermano? ¿Para qué quieres un hermano? Ya
estamos nosotros.

ESCENA 10 / EL REHÉN
En un parque, a plena luz del día. Una señora está sentada en un banco. Entra
Zucco.
LA SEÑORA: Siéntese a mi lado. Hábleme. Me aburro; conversemos. Detesto los
parques. Parece tímido. ¿Acaso lo intimido?
ZUCCO: No soy tímido.
LA SEÑORA: Sin embargo, le tiemblan las manos como a un muchacho ante su primera
chica. Tiene una cara simpática. Es un chico guapo. ¿Le gustan las mujeres? Es
casi demasiado guapo para que le gusten las mujeres.
ZUCCO: Me gustan las mujeres, sí, mucho.
LA SEÑORA: Seguro que le gustan esas ruquitas de dieciocho años.
ZUCCO: Me gustan todas las mujeres.
LA SEÑORA: Eso está muy bien. ¿Ha sido alguna vez duro con una mujer?
ZUCCO: Jamás.
LA SEÑORA: Pero ¿y las ganas? Ya ha debido sentir ganas de ser violento con una
mujer, ¿no es cierto? Todos los hombres han sentido esas ganas alguna vez,
todos.
ZUCCO: Yo no. Soy dulce y pacífico.
LA SEÑORA: Es usted un tipo curioso.
ZUCCO: ¿Ha venido en taxi?
LA SEÑORA: Por supuesto que no. No soporto a los taxistas.
ZUCCO: Entonces ha venido en auto.
LA SEÑORA: Es evidente. No he venido caminando; vivo en la otra punta de la
ciudad.
ZUCCO: ¿De que marca es su auto?
LA SEÑORA: ¿Tal vez piensa que tengo un Porsche? No, sólo tengo una porquería de
auto. Mi marido es un tacaño.
ZUCCO: ¿Qué marca?
LA SEÑORA: Mercedes.
ZUCCO: ¿Qué modelo?
LA SEÑORA: 280 SE
ZUCCO: No es una porquería de auto.
LA SEÑORA: Tal vez. Pero mi marido sigue siendo un tacaño.
ZUCCO: ¿Quién es ese? No hace más que mirarla.
LA SEÑORA: Es mi hijo.
ZUCCO: ¿Su hijo? Es muy mayor.
LA SEÑORA: Catorce años, ni uno más. No soy un vejestorio.
ZUCCO: Parece mayor. ¿Hace deporte?
LA SEÑORA: No hace otra cosa. Le pago todos los clubes de la ciudad, todas las
canchas de tenis, de hockey, de golf y encima me exige que lo acompañe a los
entrenamientos. Es un mocoso.
ZUCCO: Parece muy fuerte para su edad. Deme las llaves de su auto.
LA SEÑORA: Claro, claro. Tal vez también quiera el auto.
ZUCCO: Sí, lo quiero.
LA SEÑORA: Cójalo.
ZUCCO: Deme las llaves.
LA SEÑORA: No me fastidie.
ZUCCO: Deme las llaves. (Saca la pistola, la deja en sus rodillas.)
LA SEÑORA: Está loco. No se juega con esos armatostes.
ZUCCO: Llame a su hijo.
LA SEÑORA: De ninguna manera.
ZUCCO: (La amenaza con la pistola.) Llame a su hijo.
LA SEÑORA: Está chiflado. (Grita a su hijo.) . Vuelve a casa. Arréglatelas por
tu cuenta.
El hijo se acerca, la mujer se levanta, Zucco le coloca la pistola en la
garganta.
LA SEÑORA: Dispare, imbécil. No le daré las llaves, aunque sólo sea porque me
toma por idiota. Mi marido, me toma por idiota, mi hijo me toma por idiota, la
criada me toma por idiota, puede disparar, habrá una idiota menos. Pero no le
daré las llaves. Peor para usted, porque es un auto magnífico, asientos de cuero
y tablero de raíz de nogal. Peor para usted. Deje de armar escándalo. Mire: esos
imbéciles se van a acercar, van a hacer comentarios, van a llamar a la policía.
Mire: ya se están relamiendo. Les encantan estas cosas. No soporto los
comentarios de esa clase de gente. Así que dispare. No quiero oírlos, no quiero
oír.
ZUCCO: (Al chico) No te acerques.
UN HOMBRE: Miren como tiembla.
ZUCCO: No te acerques, maldita sea. Tírate al suelo.
LA MUJER: Le tiene miedo al niño.
ZUCCO: Y ahora pega las manos al cuerpo. Acércate.
LA MUJER: Pero ¿cómo querrá que se arrastre con las manos pegadas al cuerpo?
UN HOMBRE: Se puede, se puede. Yo lo haría.
ZUCCO: Despacio. Las manos a la espalda. No levantes la cabeza. Quieto. (El
chico hace un movimiento) Como hagas un solo movimiento mato a tu madre.
UN HOMBRE: Es capaz.
LA MUJER: Seguro. Lo va a hacer. Pobre niño.
ZUCCO: ¿Juras que no te moverás?
EL CHICO: Lo juro.
ZUCCO: Apoya la cabeza en el suelo. Voltea lentamente y gira la cabeza hacia el
otro lado. Voltéate, no quiero que nos veas.
EL CHICO: ¿Por qué tiene miedo de mí? No puedo hacer nada. Soy un niño. No
quiero que mate a mi madre. No tiene por qué tenerme miedo: es usted más fuerte
que yo.
ZUCCO: Sí, soy más fuerte que tú.
EL CHICO: Entonces, ¿por qué me tiene miedo? ¿Qué puedo hacerle yo? Soy muy
pequeño.
ZUCCO: No eres tan pequeño, y no tengo miedo.
EL CHICO: Sí, está temblando, está temblando. Lo oigo perfectamente.
UN HOMBRE: Ahí viene la policía.
LA MUJER: Ahora sí va a tener motivos para temblar.
UN HOMBRE: Nos vamos a reír. Nos vamos a reír.
ZUCCO: (Al chico) Cierra los ojos.
EL CHICO: Están cerrados. Están cerrados. Dios santo, es usted un maricón.
ZUCCO: Cierra también la boca.
EL CHICO: De acuerdo, lo cierro todo. Pero eres un maricón. Estás asustando a
una mujer. Estás amenazando con tu pistola a una mujer.
ZUCCO: ¿Qué auto tiene tu madre?
EL CHICO: Un Porsche, quizá.
ZUCCO: Calla. Cierra el pico. Cierra los ojos. Hazte el muerto.
EL CHICO: No sé cómo se hace el muerto.
ZUCCO: Lo vas a saber. Voy a matar a tu madre y verás como se hace el muerto.
LA MUJER: Pobre niño.
EL CHICO: Me hago el muerto, me hago el muerto.
UN HOMBRE: Los policías no se acercan.
LA MUJER: Se mueren de miedo.
UN HOMBRE: Qué va. Es una estrategia. Saben lo que hacen. Tienen medios que no
conocemos. Pero saben lo que hacen, créanme. Ese tipo está perdido.
UN HOMBRE: La mujer también, no cabe duda.
UN HOMBRE: No se hace una tortilla sin romper los huevos.
LA MUJER: Pero que no toque al niño, el niño sobre todo, por Dios.
Zucco se acerca al chico empujando a la mujer, a la que sigue apuntando en el
cuello con la pistola. Después pisa con un pie la cabeza del chico.
LA MUJER: Ah, Dios mío, los niños ven cada cosa hoy en día...
UN HOMBRE: Nosotros también hemos visto cada cosa, cuando éramos niños...
LA MUJER: ¿A usted también lo ha amenazado un loco, por casualidad?
UN HOMBRE: ¿Y la guerra, señora, ya no se acuerda de la guerra?
LA MUJER: ¿Y qué? ¿Acaso los alemanes le ponían un pie en la cabeza y amenazaban
a su madre?
UN HOMBRE: Peor que eso, señora, peor que eso.
LA MUJER: En todo caso, ahí está usted vivito y coleando, viejo y bien gordo.
UN HOMBRE: Es usted una grosera, señora.
LA MUJER: Yo solo pienso en el niño, sólo pienso en el niño.
UN HOMBRE: Oiga, déjese ya de tanto niño. Quien tiene la pistola en la garganta
es ella.
LA MUJER: Sí, pero el que va a sufrir es el niño.
LA MUJER: A ver, señor, ¿esto es lo que llama la técnica especial de la policía?
Conque técnica. Quedándose en la otra punta. Lo que tienen es mieditis.
UN HOMBRE: He dicho que es una estrategia.
UN HOMBRE: ¡Estrategia mis cojones!
LOS POLICIAS: (Desde lejos.) Suelte el arma.
LA MUJER: Bien dicho.
LA MUJER: Estamos salvados.
UN HOMBRE: Dichosa estrategia.
UN HOMBRE: Preparan un golpe, ya lo he dicho.
LA MUJER: Yo al único que veo preparando un golpe es a ese.
UN HOMBRE: Además, el golpe ya está prácticamente hecho.
LA MUJER: Pobre niño.
UN HOMBRE: Señora, como siga con lo del niño le doy un golpe.
UN HOMBRE: ¿Les parece este momento de discutir? Un poco de dignidad. Somos
testigos de un drama. Estamos ante la muerte.
LOS POLICIAS: (Desde lejos) Le ordenamos que arroje el arma. Está rodeado. (El
gentío rompe en carcajadas.)
ZUCCO: Díganle que me entregue las llaves del auto. Es un Porsche.
LA SEÑORA: Imbécil.
LA MUJER: Dele la llave, dele la llave.
LA SEÑORA: Jamás. Que la coja él mismo.
UN HOMBRE: Le va a reventar la cara, querida señora.
LA SEÑORA: Mejor, así ya no veré las suyas. Mejor.
LA MUJER: Qué mujer tan horrible.
UN HOMBRE: Es mala. Hay tanta gente mala y cruel.
LA MUJER: Quítele las llaves a la fuerza. ¿No hay aquí un hombre que le registre
los bolsillos y le quite las llaves?
LA MUJER: A ver, usted, que sufrió tanto de niño, cuando los alemanes le pisaban
la cabeza amenazando a su madre, demuestre de una vez que tiene cojones,
demuestre de una vez que por lo menos le queda uno, aunque sea pequeño, aunque
esté reseco.
UN HOMBRE: Señora, se merece usted una cachetada. Suerte que soy un hombre de
mundo.
LA MUJER: Pues entonces regístrele los bolsillos, coja las llaves, y luego me
pega la cachetada.
El hombre se acerca temblando, extiende el brazo, rebusca en los bolsillos de la
señora, y extrae las llaves.
LA SEÑORA: Imbécil.
UN HOMBRE: (Triunfante.) ¿Ha visto? ¿Ha visto? Que traigan el Porsche.
(La señora ríe)
LA MUJER: Se ríe. Cómo podrá reírse cuando su hijo va a morir.
LA MUJER: Qué horror.
UN HOMBRE: Está loca.
UN HOMBRE: Dele las llaves a los policías. Que se ocupen ellos de eso, por lo
menos. Espero que por lo menos sepan conducir un auto.
El hombre regresa corriendo.
UN HOMBRE: No es un Porsche. Es un Mercedes.
UN HOMBRE: ¿Qué modelo?
UN HOMBRE: 280 SE, creo. Muy bonito.
UN HOMBRE: Un Mercedes, ese es un buen auto.
LA MUJER: Pues traigan de una vez ese auto de la marca que sea. Ese va a matar a
todo el mundo.
ZUCCO: Quiero un Porsche. No quiero que nadie se burle de mí.
LA MUJER: Dígale a los policías que busquen un Porsche. No discutan. Si está
loco, está loco. Hay que encontrarle un Porsche.
UN HOMBRE: Por lo menos eso sabrán hacer los policías.
UN HOMBRE: Por supuesto. Se mantienen apartados. Van hacia los policías.
UN HOMBRE: Que nos miren, a nosotros, que somos hombres del pueblo. Somos más
valientes que ellos.
LA MUJER: (Al chico.) Pobre pequeño. ¿No te hace daño ese pie tan malo?
ZUCCO: Cállese. No quiero que nadie le hable. No quiero que abra la boca. Tú,
cierra los ojos. No te muevas.
UN HOMBRE: ¿Y usted, señora, cómo se siente?
LA SEÑORA: Bien, gracias, bien. Pero me sentiría muchísimo mejor si cerraran el
pico y regresaran a sus cocinas a pegarles a sus hijos.
LA MUJER: Qué dura es, Qué dura es.
EL POLICIA: (Desde el otro lado de la gente) Aquí están las llaves del auto. Es
un Porsche. Está ahí. Puede verlo desde aquí. (A la gente) Pásenle las llaves.
UN HOMBRE: Pásenselas ustedes. Los asesinos son cosa de ustedes.
EL POLICIA: Tenemos nuestras razones.
LA MUJER: Razones del culo.
UN HOMBRE: No pienso tocar esas llaves. No es asunto mío. Soy padre de familia.
ZUCCO: Voy a liquidar a la mujer, y me pego un tiro en la cabeza. Mi vida me
importa un bledo. Les juro que me importa un bledo. Hay seis balas en el
cargador. Me llevo por delante a cinco y luego me mato.
LA MUJER: Que lo hace. Que lo hace. Vámonos.
EL POLICIA: No se muevan. Lo van a poner nervioso.
UN HOMBRE: Ustedes sí que nos ponen nerviosos de no hacer nada.
UN HOMBRE: No los molesten. Déjenlos tranquilos. Seguro que tienen un plan.
EL POLICIA: No se muevan. (Deja las llaves en el piso y las empuja con un bastón
entre las piernas de la gente hasta los pies de Zucco. Zucco se inclina
lentamente, recoge las llaves, se las guarda en el bolsillo.)
ZUCCO: Me llevo a la mujer. Apártense.
LA MUJER: El niño está a salvo. Gracias, Dios mío.
UN HOMBRE: ¿Y la mujer? ¿Qué le va a ocurrir a ella?
ZUCCO: Apártense.
Todos se apartan. Sujetando la pistola con una mano, Zucco se inclina, agarra
por los cabellos la cabeza del chico, y le dispara un tiro en la nuca. Gritos,
fuga. Sujetando la pistola contra la garganta de la mujer, Zucco, en el parque
ahora casi desierto, se dirige hacia el auto.

ESCENA 11 / EL TRATO
En la recepción del hotel, en el Pequeño Chicago. La patrona en su butaca, y la
chiquilla a la espera.
LA CHIQUILLA: Soy fea.
LA PATRONA: No digas tonterías, patito.
LA CHIQUILLA: Estoy gorda, tengo papada, dos tripas, unos pechos como balones de
fútbol, y en cuanto a las nalgas, menos mal que las tenemos detrás, así no las
vemos. Pero estoy segura de que son como jamones que se balancean a cada paso
que doy.
LA PATRONA: Te quieres callar, bobita.
LA CHIQUILLA: Estoy segura, estoy segura; ya veo a los perros, por la calle,
seguirme con la lengua fuera y las babas colgando de la boca. Si los dejase, me
morderían ahí como en el mostrador de una carnicería.
LA PATRONA: ¿Pero de dónde sacas eso, tontina? Eres bonita, eres redonda, estás
rellenita, tienes formas. ¿Crees que a los hombres les gustan las ramas de árbol
seco, que parece que se van a romper cuando las coges con la mano? Les gustan
las formas, pequeña, les gustan las formas que les llenen bien la mano.
LA CHIQUILLA: Me gustaría ser delgada. Me gustaría ser una rama de árbol seco
que parece que se va a romper.
LA PATRONA: Vaya, pues a mí no. Y además eres redondita hoy, puedes ser delgada
mañana. Una mujer cambia a lo largo de su vida. No tienes que preocuparte por
eso. Cuando yo era una chiquilla como tú, estaba delgada, delgada, era casi
transparente, sólo un poco de piel y unos cuantos huesos. Ni sombra de pecho.
Lisa como una tabla. Eso me enfurecía, porque en esa época ya me gustaban los
chicos. Soñaba con redondearme, soñaba con tener unos senos preciosos. Entonces
me colocaba unos pechos de cartón que me hacía yo misma.. Pero los chicos se
daban cuenta, y siempre que pasaban por mi lado me daban cada codazo en el pecho
que me lo dejaban completamente aplastado. Al cabo de unas cuantas veces, clavé
una aguja dentro del pecho, y los gritos se oyeron en todo el pueblo, puedes
creerme. Después, ya sabes, todo empezó a redondearse, a llenarse, y yo estaba
muy contenta. Tranquilízate, gorrioncillo; eres redondita hoy, puedes ser
delgada mañana.
Entra el hermano, conversando con el cafichoo. Ni siquiera miran a la chiquilla.
EL CAFICHO: (Impaciente.) Demasiado caro.
EL HERMANO: No tiene precio.
EL CAFICHO: Todo tiene un precio, y el tuyo es demasiado alto.
EL HERMANO: Cuando se le puede poner precio a algo, es que no vale gran cosa.
Quiere decir que se puede discutir, rebajar, subir el precio. Yo he fijado el
precio en abstracto porque no tiene precio. Es como un cuadro de Picasso. ¿Le
has oído decir a alguien que es caro? ¿Has visto alguna vez a un vendedor
bajando el precio de un Picasso? El precio que se fija en estos casos, es una
abstracción.
EL CAFICHO: Entretanto, es una abstracción que va a pasar de mi bolsillo al
tuyo, y el vacío que se va a formar en mi bolsillo no me parece tan abstracto.
EL HERMANO: Un vacío semejante se vuelve a llenar. Lo volverás a llenar muy
aprisa, créeme, y olvidarás el precio que has pagado en menos tiempo del que
empleas discutiendo. Pero yo no pienso discutir. Lo tomas o lo dejas. Haces el
negocio del año, o sigues en la miseria.
EL CAFICHO: No te impacientes, no te impacientes. Estoy reflexionando.
EL HERMANO: Pues reflexiona, reflexiona, pero no tardes mucho. Tengo que
acompañar a mi hermana a casa de su madre.
EL CAFICHO: De acuerdo, hecho.
EL HERMANO: (A la chiquilla) Te brilla la nariz, pichoncito. Conviene que te la
empolves un poco. (La chiquilla sale. La miran.) ¿Qué te parece mi Picasso?
EL CAFICHO: De todos modos me parece caro.
EL HERMANO: Te hará ganar tanto dinero que olvidarás el precio. Intercambio de
dinero.
EL CAFICHO: ¿Cuándo estará disponible?
EL HERMANO: No te impacientes, no te impacientes; tenemos todo el tiempo del
mundo.
EL CAFICHO: No,no tenemos todo el tiempo del mundo. Tú tienes el dinero, yo
quiero a la chica.
EL HERMANO: La tienes, la tienes, es como si la tuvieras.
EL CAFICHO: Ahora que tienes el dinero, te arrepientes.
EL HERMANO: No me arrepiento de nada, de nada. Pienso.
EL CAFICHO: ¿Qué piensas? No es momento de pensar. Entonces, ¿cuándo?
EL HERMANO: Mañana, pasado mañana.
EL CAFICHO: ¿Por qué no hoy?
EL HERMANO: Sí, ¿por qué no hoy? Esta noche.
EL CAFICHO: ¿Por qué no ahora?
EL HERMANO: Te impacientas, te impacientas. (Se oyen los pasos de la chiquilla)
Ahora mismo, de acuerdo. (El hermano desaparece y se oculta en una habitación.)
Entra la chiquilla.
LA CHIQUILLA: ¿Dónde está mi hermano?
EL CAFICHO: Me ha encargado que me ocupe de ti.
LA CHIQUILLA: Quiero saber dónde está mi hermano.
EL CAFICHO: Anda, ven conmigo.
LA CHIQUILLA: No quiero ir con usted.
LA PATRONA: Obedece inmediatamente, pava. No se discuten las órdenes de un
hermano.
La chiquilla y el caficho salen. El hermano sale de la habitación y se sienta
frente a la patrona.
EL HERMANO: Yo no quería, patrona, se lo juro. Ha sido ella la que ha insistido,
ha sido ella la que ha querido venir a este barrio a hacer la calle. Está
buscando a no sé quién, y quiere encontrarlo. Está segura de que lo va a
encontrar aquí. Yo no quería. He cuidado de ella como ningún hermano ha cuidado
nunca de su hermana. Mi pollito, mi pequeña adorada, jamás he querido a nadie
como la he querido a ella. No puedo evitarlo. La desgracia ha caído sobre
nosotros. Ha sido ella quien lo ha querido, yo sólo lo he consentido. Nunca he
podido dejar de consentirle todo a mi hermanita. Es la desgracia que nos ha
escogido y se ceba en nosotros.
LA PATRONA: Eres una basura.

ESCENA 12 / LA ESTACION
En una estación de ferrocarril
ZUCCO: Roberto Zucco.
LA SEÑORA: ¿Por qué repite todo el tiempo ese nombre?
ZUCCO: Porque tengo miedo de olvidarlo.
LA SEÑORA: Nadie olvida su propio nombre. Debe ser lo último que se olvida.
ZUCCO: No, no; yo lo olvido. Lo veo escrito en mi cerebro, cada vez peor
escrito, cada vez menos claro, como si se borrase; tengo que mirar cada vez más
de cerca para conseguir leerlo. Tengo miedo de encontrarme de pronto sin saber
mi nombre.
LA SEÑORA: Yo no lo olvidaré. Seré su memoria.
ZUCCO: (Después de un tiempo) Me gustan las mujeres. Me gustan demasiado las
mujeres.
LA SEÑORA: Nunca es demasiado.
ZUCCO: Me gustan, me gustan, todas. No hay bastantes mujeres.
LA SEÑORA: Entonces, yo le gusto.
ZUCCO: Sí, claro, es una mujer.
LA SEÑORA: ¿Por qué me ha traído con usted?
ZUCCO: Porque voy a tomar el tren.
LA SEÑORA: ¿Y el Porsche? ¿Por qué no se va en el Porsche?
ZUCCO: No quiero hacerme notar. En un tren, nadie se fija en nadie.
LA SEÑORA: ¿Se supone que debo tomarlo con usted?
ZUCCO: No.
LA SEÑORA: ¿Por qué no? No tengo ningún motivo para no tomarlo con usted. Desde
que lo vi no me ha desagradado. Voy a tomarlo con usted. Además, es lo que
desea, de otro modo me habría matado o abandonado en cualquier parte.
ZUCCO: Necesito que me dé dinero para tomar el tren. No tengo dinero. Mi madre
tenía que dármelo pero se olvidó.
LA SEÑORA: Las madres siempre se olvidan de dar dinero. ¿Dónde quiere ir?
ZUCCO: A Venecia.
LA SEÑORA: ¿Venecia? Qué ocurrencia.
ZUCCO: ¿Conoce Venecia?
LA SEÑORA: Por supuesto. Todo el mundo conoce Venecia.
ZUCCO: Allí es donde he nacido.
LA SEÑORA: Bravo. Siempre he pensado que nadie nacía en Venecia, y que todo el
mundo moría allí. Los bebés deben nacer cubiertos de polvo y telarañas. En todo
caso, Francia lo ha limpiado a fondo. No veo ni rastro de polvo. Francia es un
detergente excelente. Bravo.
ZUCCO: Tengo que marcharme, es indispensable; tengo que marcharme. No quiero que
me cojan. No quiero que me encierren. Me da pánico estar entre toda esa gente.
LA SEÑORA: ¿Pánico? Pórtese como un hombre. Tiene un arma; los pondría en fuga
sólo con sacarla del bolsillo.
ZUCCO: Precisamente porque soy un hombre tengo pánico.
LA SEÑORA: Pues yo no lo tengo. Después de todo lo que usted me ha hecho ver, ni
lo tengo ni lo he tenido nunca.
ZUCCO: Es precisamente porque nunca ha sido un hombre.
LA SEÑORA: Es usted complicado, muy complicado.
ZUCCO: Si me cogen, me encerrarán. Si me encierran, me volveré loco. Además, ya
me vuelvo loco ahora. Hay policías por todas partes, hay gente por todas partes.
Ya estoy encerrado entre toda esa gente. No los mire, no mire a nadie.
LA SEÑORA: ¿Acaso doy la impresión de querer denunciarlo? Imbécil. Lo habría
hecho hace tiempo. Pero esos idiotas me repugnan. Usted, usted me gusta mucho
más.
ZUCCO: Fíjese en todos esos locos. Fíjese en el aspecto tan malvado que tienen.
Son asesinos. Jamás había visto tantos asesinos juntos. A la más mínima señal en
su cabeza, se lanzarían a matarse entre ellos. Me pregunto por qué la señal no
se dispara ahí, ahora, en sus cabezas. Porque todos están listos para matar. Son
como ratas en jaulas de laboratorio. Tienen ganas de matar, se les nota en la
cara, y en la manera de andar; veo sus puños cerrados en sus bolsillos.
Reconozco a un asesino a primera vista; tienen las ropas manchadas de sangre.
Aquí, están por todas partes; hay que quedarse tranquilo, sin moverse; debemos
ser transparentes. Porque si no, si los miramos a los ojos, si se dan cuenta que
los miramos, si se ponen a mirarnos y a vernos, la señal se dispara en sus
cabezas, y matan, matan. Y como haya uno que empiece, todos van a matar a todos.
Todos esperan tan solo esa señal en sus cabezas.
LA SEÑORA: Basta. No irá a tener un ataque de nervios. Voy a comprar los dos
billetes. Pero tranquilícese, o nos haremos notar. (Al cabo de un tiempo) ¿Por
qué lo mató?
ZUCCO: ¿A quién?
LA SEÑORA: A mi hijo, imbécil.
ZUCCO: Porque era un mocoso.
LA SEÑORA: ¿Quién se lo ha dicho?
ZUCCO: Usted. Dijo que era un mocoso. Dijo que la tomaba por idiota.
LA SEÑORA: ¿Y si a mí me gustara que me tomen por idiota? ¿Y si me gustaran los
mocosos? ¿Y si me gustaran los mocosos más que nada en el mundo, más que los
mayores? ¿Si odiara todo, todo menos los mocosos?
ZUCCO: Lo hubiera dicho.
LA SEÑORA: Lo he dicho, imbécil, lo he dicho.
ZUCCO: No hacía falta negarme las llaves. No hacía falta humillarme. Yo no
quería matarlo, pero todo se ha ido encadenando solo por culpa del asunto del
Porsche.
LA SEÑORA: Mentiroso. No se encadenaba nada, todo se atravesó. Era a mí a quien
apuntaba con su arma. ¿Por qué le voló a él la cabeza, con toda esa sangre?
ZUCCO: Si hubiese sido su cabeza, también habría saltado sangre.
LA SEÑORA: Pero yo no la habría visto, imbécil, yo no la habría visto. Mi sangre
me importa un bledo, ya no me pertenece. Pero la de mi hijo, he sido yo quien se
la metió en las jodidas venas, es asunto mío, era mío, no se pueden derramar mis
asuntos de cualquier manera, en un parque, a los pies de una pandilla de
imbéciles. Ya no tengo nada mío, ahora. Cualquiera puede caminar sobre lo único
que me pertenecía. Los jardineros lo limpiarán todo mañana por la mañana. ¿Qué
me queda, ahora, que me queda?
Zucco se pone en pie.
ZUCCO: Me marcho.
LA SEÑORA: Voy con usted.
ZUCCO: No se mueva.
LA SEÑORA: No tiene ni con qué tomar el tren. Ni siquiera me ha dejado el tiempo
de dárselo. No le deja a nadie tiempo de ayudarlo. Es usted como una navaja
automática que de vez en cuando cierra y guarda en su bolsillo.
ZUCCO: No necesito ayuda.
LA SEÑORA: Todo el mundo necesita ayuda.
ZUCCO: No vaya a llorar. Tiene el aspecto de una mujer a punto de llorar. Lo
detesto.
LA SEÑORA: Me ha dicho que le gustan las mujeres, todas las mujeres, incluso yo.
ZUCCO: Menos cuando ponen cara de mujeres que van a llorar.
LA SEÑORA: Le juro que no lloraré.
Llora. Zucco se aleja.
LA SEÑORA: ¿Y su nombre, imbécil? ¿Es capaz de decírmelo ahora? ¿Quién lo
recordará por usted? Ya lo ha olvidado, estoy segura. Estoy sola, ahora, para
recordarlo. Se va a marchar sin su memoria.
Zucco sale. La señora permanece sentada y contempla los trenes.

ESCENA 13 / OFELIA
El mismo lugar, de noche. La estación está desierta. Se oye caer la lluvia.
entra la hermana.
LA HERMANA: ¿Dónde está mi paloma? ¿A qué inmundicia ha sido arrastrada? ¿En qué
infame jaula ha sido encerrada? ¿Qué animales perversos y viciosos la rodean?
Quiero encontrarte, tortolita mía, te buscaré hasta que me muera. (Tiempo.) El
macho es el animal más repugnante entre todos los animales repugnantes que
produce la tierra. Hay un olor en el macho que me asquea. A ratas en las
cloacas, a cerdos en el lodo, un olor a estanque donde se pudren cadáveres.
(Tiempo.) El macho es sucio, los hombres no se lavan, dejan que la suciedad y
los líquidos repugnantes de sus secreciones se acumulen en sus cuerpos, y no los
tocan, como si fueran bienes preciados. Los hombres no se huelen entre ellos
porque todos tienen el mismo olor. Por eso se relacionan entre ellos, todo el
tiempo, y andan con putas, porque las putas aguantan ese olor por dinero. He
lavado tanto a esa pequeña. La he lavado tantas veces antes de la cena, y la he
bañado por la mañana, le he frotado la espalda y las manos con el cepillo, y le
he cepillado las uñas por dentro, le he lavado el pelo todos los días, y le he
cortado las uñas, la he lavado de arriba abajo todos los días con agua caliente
y jabón. La he tenido blanca como una paloma, le he peinado las plumas como a
una tortolita. La he protegido y guardado en una jaula siempre limpia para que
no manchara su blancura inmaculada, en contacto con la suciedad de este mundo,
con la suciedad de los machos, para que no se dejara apestar por la peste del
olor de los machos. Y ha sido su hermano, esa rata entre las ratas, ese cerdo
apestoso, ese varón corrompido, el que la ha ensuciado y hundido en el cieno y
arrastrado por los cabellos hasta su estercolero. Hubiera debido matarlo,
hubiera debido envenenarlo, hubiera debido impedir que rondara la jaula de mi
tortolita. Hubiera debido levantar alambradas en torno a la jaula de mi amor.
Hubiera debido aplastar a esa rata con el pie y quemarla en la estufa. (Tiempo.)
Todo está sucio aquí. Toda la ciudad está sucia y poblada de machos. Que llueva,
que siga lloviendo, que la lluvia lave un poco a mi tortolita en el estercolero
donde se encuentra.

ESCENA 14 / LA DETENCION
El barrio del Pequeño Chicago. Dos policías. Unas putas, entre ellas la
chiquilla.
POLICIA PRIMERO: ¿Has visto a alguien?
POLICIA SEGUNDO: Es de idiotas. El nuestro es un trabajo de idiotas. Quedarnos
aquí plantados, como señales de estacionamiento. Más nos valdría volver a
tráfico.
POLICIA PRIMERO: Es normal. Aquí fue donde mató al inspector.
POLICIA SEGUNDO: Por eso. Es el único sitio donde no volverá.
POLICIA PRIMERO: Un asesino vuelve siempre al lugar del crimen.
POLICIA SEGUNDO: ¿Volver aquí? ¿Para qué iba a volver? No ha dejado nada, ni
equipaje, ni nada. No está loco. Somos dos señales de estacionamiento
completamente inútiles.
POLICIA PRIMERO: Volverá.
POLICIA SEGUNDO: Mientras tanto, podríamos tomar un trago con la patrona del
hotel, y comentar el caso con las señoritas en otra parte, entre toda esa gente
tan apacible y tranquila, el Pequeño Chicago es el barrio más tranquilo de la
ciudad.
POLICIA PRIMERO: Hay un fuego bajo las cenizas.
POLICIA SEGUNDO: ¿Un fuego? ¿Qué fuego? ¿Dónde ves tú el fuego? Hasta las
señoritas son apacibles y tranquilas como secretarias; los clientes se pasean
como por un parque, y los cafichos recorren su territorio como libreros
controlando si todos los libros están en las estanterías y no les falta ninguno.
¿Dónde ves tú el fuego? Ese tipo no volverá, te apuesto lo que quieras, te
apuesto un trago con la patrona.
POLICIA PRIMERO: Pues bien que volvió a su casa tras matar a su padre.
POLICIA SEGUNDO: Porque tenía algo que hacer allí.
POLICIA PRIMERO: ¿Y qué era lo que tenía que hacer?
POLICIA SEGUNDO: Matar a su madre. Y cuando lo hizo, ya no volvió. Y como aquí
ya no hay ningún inspector al que matar, no volverá. Me siento como un idiota;
siento que me crecen raíces y hojas por los brazos y las piernas. Siento que me
estoy hundiendo en el asfalto. Vamos a tomarnos un trago con la patrona. Todo
está en calma; todo el mundo se pasea tranquilamente. ¿Tú ves a alguien con
pinta de asesino?
POLICIA PRIMERO: Un asesino nunca tiene pinta de asesino. Un asesino se pasea
tranquilamente entre los demás como tú y como yo.
POLICIA SEGUNDO: Tendría que estar loco.
POLICIA PRIMERO: Un asesino está loco por definición.
POLICIA SEGUNDO: No estés tan seguro, no estés tan seguro. A veces casi siento
ganas de matar yo también.
POLICIA PRIMERO: Pues bien, a veces debes estar casi loco.
POLICIA SEGUNDO: Puede ser, puede ser.
POLICIA PRIMERO: Estoy seguro.
Entra Zucco.
POLICIA SEGUNDO: Pero jamás - aunque estuviera loco, aunque fuera un asesino -
jamás me pasearía tranquilamente por el lugar de mi crimen.
POLICIA PRIMERO: Mira ese tipo.
POLICIA SEGUNDO: ¿Cuál?
POLICIA PRIMERO: El que se pasea tranquilamente, ahí.
POLICIA SEGUNDO: Aquí todo el mundo se pasea tranquilamente. El Pequeño Chicago
se ha convertido en un parque donde hasta los niños podrían jugar a la pelota.
POLICIA PRIMERO: El de la ropa sucia.
POLICIA SEGUNDO: Sí, ya lo veo.
POLICIA PRIMERO: ¿No te recuerda a alguien?
POLICIA SEGUNDO: Puede ser, puede ser.
POLICIA PRIMERO: Parece él.
POLICIA SEGUNDO: Imposible.
LA CHIQUILLA: (Al ver a Zucco.) Roberto. (Corre hacia él y lo abraza.)
POLICIA PRIMERO: Es él.
POLICIA SEGUNDO: No hay duda.
LA CHIQUILLA: Te he buscado, Roberto, te he buscado, te he traicionado, he
llorado, llorado hasta convertirme en una isla pequeñita en medio del mar, y las
últimas olas me están ahogando. He sufrido tanto, que mi sufrimiento podría
inundar los abismos de la tierra y desbordar los volcanes. Quiero quedarme
contigo, Roberto; quiero vigilar cada latido de tu corazón, cada aliento de tu
pecho; con la oreja pegada a ti escucharé el ruido de los engranajes de tu
cuerpo, vigilaré tu cuerpo como un mecánico vigila su máquina. Guardaré todos
tus secretos, seré el cofre de tus secretos; seré la bolsa donde ocultarás tus
misterios. Velaré tus armas, las protegeré de la herrumbre. Serás mi agente y mi
secreto y yo, en tus viajes, seré tu equipaje, tu cargador y tu amor.
POLICIA PRIMERO: (Se acerca a Zucco.) ¿Quién es usted?
ZUCCO: Soy el homicida de mi padre, de mi madre, de un inspector de policía y de
un niño. Soy un asesino.
Lo detienen.
ESCENA 15 / ZUCCO AL SOL
Los tejados de la prisión, a mediodía. No se ve a nadie a lo largo de toda la
escena, exceptuando a Zucco, cuando trepa al tejado. Voces mezcladas de guardias
y presos.
UNA VOZ: Roberto Zucco se ha escapado.
UNA VOZ: Otra vez.
UNA VOZ: ¿Pero quien lo vigilaba?
UNA VOZ: ¿Quién lo tenía a su cargo?
UNA VOZ: Parecemos tontos.
UNA VOZ: Parecen tontos, sí. (Risas.)
UNA VOZ: Silencio.
UNA VOZ: Tiene cómplices.
UNA VOZ: No; precisamente porque no tiene cómplices siempre consigue escaparse.
UNA VOZ: Solo.
UNA VOZ: Solo, como los héroes.
UNA VOZ: Hay que buscar en los recovecos de las galerías.
UNA VOZ: Estará escondido en alguna parte.
UNA VOZ: Estará acurrucado en un escondrijo, temblando.
UNA VOZ: Seguro que no está temblando, sino riéndose de ustedes.
UNA VOZ: Zucco se ríe de todo el mundo.
UNA VOZ: No irá muy lejos.
UNA VOZ: Es una prisión moderna. Nadie puede evadirse.
UNA VOZ: Es imposible.
UNA VOZ: Estrictamente imposible.
UNA VOZ: Zucco está perdido.
UNA VOZ: Zucco estará perdido, pero por el momento, está trepando al tejado y
riéndose de ustedes.
Zucco, con el torso y los pies desnudos, alcanza la coronación del tejado.
UNA VOZ: ¿Qué está haciendo ahí?
UNA VOZ: Baje inmediatamente. (Risas.)
UNA VOZ: Zucco está perdido. (Risas.)
UNA VOZ: Zucco, Zucco, dinos como te las arreglas para no quedarte en prisión ni
una hora.
UNA VOZ: ¿Cómo lo haces?
UNA VOZ: ¿Por dónde te has largado? Dinos el truco.
ZUCCO: Por arriba. No hay que tratar de atravesar los muros, porque detrás de
los muros hay otros muros, y siempre está la prisión. Hay que escapar por los
tejados, hacia el sol. Jamás alzarán un muro entre el sol y la tierra.
UNA VOZ: ¿Y los guardias?
ZUCCO: Los guardias no existen. Basta con no verlos. De todos modos, yo podría
agarrar a cinco con una sola mano y aplastarlos de un golpe.
UNA VOZ: ¿De dónde te viene tu fuerza, Zucco, de dónde te viene tu fuerza?
ZUCCO: Cuando avanzo, me ciego, no veo los obstáculos, y, como no los miro, caen
solos ante mí. Soy solitario y fuerte, soy un rinoceronte.
UNA VOZ: Pero tu padre, y tu madre, Zucco. No hay que tocar a los padres.
ZUCCO: Es normal matar a los padres.
UNA VOZ: Pero un niño, Zucco; no se mata a los niños. Se mata a los enemigos, se
mata a la gente capaz de defenderse. Pero a un niño, no.
ZUCCO: No tengo enemigos y no ataco. Aplasto a los otros animales, no por
maldad, sino porque no los veo y les pongo el pie encima.
UNA VOZ: ¿Tienes dinero? ¿Dinero escondido en alguna parte?
ZUCCO: No tengo dinero, en ninguna parte. No necesito dinero.
UNA VOZ: Eres un héroe, Zucco.
UNA VOZ: Es Goliat.
UNA VOZ: Es Sansón.
UNA VOZ: ¿Quién es Sansón?
UNA VOZ: Un rufián de Marsella.
UNA VOZ: Yo lo conocí en la cárcel. Una auténtica mala bestia. Capaz de
romperles la cabeza a diez hombres a la vez.
UNA VOZ: Mentiroso.
UNA VOZ: Sólo con los puños.
UNA VOZ: No, con una quijada de asno. Y no era de Marsella.
UNA VOZ: Y se dejó joder por una mujer.
UNA VOZ: Dalila. Un asunto de pelos. Lo conozco.
UNA VOZ: Siempre hay una mujer que traiciona.
UNA VOZ: Estaríamos todos en libertad sin las mujeres.
El sol asciende, brillante, extraordinariamente luminoso. Se alza un fuerte
viento.
ZUCCO: Miren el sol. (En el patio se hace un silencio total.) ¿No ven nada? ¿No
ven como se mueve de un extremo a otro?
UNA VOZ: No se ve nada.
UNA VOZ: El sol nos lastima los ojos. Nos deslumbra.
ZUCCO: Miren lo que sale del sol. Es el sexo del sol; de ahí surge el viento.
UNA VOZ: ¿Qué? ¿El sol tiene sexo?
UNA VOZ: ¡Cállense!
ZUCCO: Muevan la cabeza; verán cómo se mueve con ustedes.
UNA VOZ: ¿Qué es lo que se mueve? Yo no veo que se mueva nada.
UNA VOZ: ¿Cómo quieres que se mueva algo ahí arriba? Todo está colocado ahí
desde la eternidad, y bien clavado; y bien atornillado.
ZUCCO: Es la fuente de los vientos.
UNA VOZ: Ya no vemos nada. Hay demasiada luz.
ZUCCO: Vuelvan el rostro hacia Oriente y se desplazará hacia allá y si vuelven
el rostro hacia Occidente, los seguirá.
Se alza un viento huracanado. Zucco vacila.
UNA VOZ: Está loco. Va a caer.
UNA VOZ: Detente, Zucco; te vas a romper la cabeza.
UNA VOZ: Está loco.
UNA VOZ: Va a caer.
El sol asciende, tornándose cegador, como el resplandor de una bomba atómica. No
se ve nada.
UNA VOZ: (Gritando.) Cae.
Fin

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